Quiero empezar dando de nuevo las gracias a todos, por la ayuda, la confianza, la participación, los halagos y las críticas. Sin vosotros, nada hubiera sido posible. Llevar a 37 pjs a buen puerto, con fallos incluidos, pero sin grandes incidentes, es más mérito de vuestro saber estar que de nuestra capacidad organizativa. Que os quede muy claro.
El epílogo lo voy a estructurar en 3 partes. La primera será este texto elaborado por JD/Theumólpides de Eleusis, que por su entidad merece una entrada particular. Después, pondré algunos comentarios que habéis mandado a mi correo desde el punto de vista del jugador, ya que algunos se dirigen a otros jugadores y me parece justo que se enteren de vuestras alabanzas. En último lugar, pondré el epílogo final con lo que me habéis mandado y alguna cosa de cosecha propia para darle un poco de coherencia, aunque es difícil.
Espero que os guste todo y nos vemos próximamente!!!
Recordad que se está votando en Facebook la fecha de la cena postvivo en donde pasaremos fotos y vídeos. No dejéis de participar. Necesitamos saber cuántos seremos para planear adecuadamente la quedada en un lugar en donde quepamos y podamos ver fotos y vídeos, si fuera posible.
Un saludo.
P.
Esto NO es un epílogo habitual. Es
el relato pormenorizado de un pj que estuvo metido en muchas tramas y gracias a
Él, os dará una visión (parcial, eso sí) de un vivo que no pudisteis disfrutar:
el suyo propio. Es una bendición para los másters el poder gozar un poco de
cada escena del rev, pero a la vez, no podemos profundizar mucho en nada ni en
nadie. Por ello, he disfrutado enormemente viendo las cavilaciones, las dudas,
los hechos, los aciertos y los fallos de un pj que con tanto cariño creé.
Gracias a su complejidad viviréis la misteriosa noche del viernes, el rito de
Cronos y el trato con los dioses.
Sólo tengo que comentar que Adón no
pretendía ni invocar a Cronos ni nada parecido. Simplemente era un sacerdote
devoto de su deidad, que pensó que le estaban atacando los insignificantes
humanos. Por ello, fue felicitado por su Dios en cuerpo material. Las sospechas
y rumores sobre él se expandieron y deformaron. Tenía que hacer esta aclaración
previa a esta lectura apasionante.
Debido a su extensión y entidad, me
hubiera dolido recortar tanto que el relato fuera mutilado. Así que ahí va.
Nací de nuevo en Eleusis, en el seno
de la familia de los Eumólpidas, tras una epifanía en el oráculo de Delfos que
mis padres creyeron que provenía de las dos Diosas (aunque realmente fue un
ángel enviado por ÉL) y que les indicaba el fin de su maldición de esterilidad.
El envoltorio mortal resulta
extremadamente delicado (sobre todo su mente), por lo que fui criado como el
hijo deseado que ya no se esperaban, pero sin recuerdo alguno de mi vida
anterior, ni de mi posterior ascensión, destacando rápidamente en capacidades y
cualidades, lo que me valió para escalar puestos rápidamente dentro del culto
Eleusino.
Con el tiempo, traté con maestros de
la altura de Alcmeón de Crotona, filósofos como Anaxágoras, Parménides o
Jenónfates.
Poco a poco, ÉL fue permitiendo que
mi conciencia y conocimientos anteriores fuesen drenando dentro de mi nuevo yo,
hasta tener constancia de mi auténtico ser y de la misión para la que había sido
enviado. Fue entonces cuando entendí el verdadero origen y sentido de mi bastón
(como medio de canalización de Sus designios), así como el grabado metálico
oculto en el frontal de mi strophion (recuerdo de mi vida anterior) y que nadie
descubrió en Delos.
Ya nombrado Hyerofante de los
Misterios Eleusinos, conocí a los pitagóricos (de la mano de mi buen amigo
Hyerón de Crotona), resultando sorprendente cuán acertadas eran muchas de sus
teorías, si bien no podía revelarles la verdad sin comprometer mi tarea.
Tras la rebelión de Jonia, entendí
que el momento estaba cerca y que se debía celebrar un cónclave que me
permitiría deshacer el mal que obligó a mi venida , y así hacer que lo que
tenía que ser, fuese así y no de otro modo.
Usando a los persas como principal
argumento, y apoyado por Hyerón (al principio reacio, pero muy motivado tras
una oportuna epifanía), promovimos la reunión en Delos, siendo Anastasio
Apolíneo y Selene Délica los que centralizaron las invitaciones, para dar mayor
solemnidad a la reunión y conseguir la mayor representación posible de los
pueblos del Mesogeios, pues mi interés no estaba únicamente en la Hélade, sino
también en los que serían embajadores por parte de los Fenicios, razón por la
que hice ver a Temístocles que la creación de una flota ganaría en importancia
si se empleasen las técnicas fenicias y sus famosas maderas de cedro del
Líbano, consiguiendo que éste invitase al cónclave a Joseph (o José, como
prefería ser llamado) de Biblos y Adón de Tiro.
El ataque persa a Eretria fue el
detonante definitivo para concretar la reunión en la isla de Delos, templo
oracular de los gemelos Apolo y Artemis. Llegado el día de la ansiada reunión,
y tras las presentaciones oportunas a los anfitriones comencé a departir con
algunos de los primeros convocados en llegar a la isla.
Como idea fundamental, aparte de la
protección de Joseph de Biblos y su familia (la principal tarea por ÉL encomendada)
era la oficialización del culto a los Misterios Eleusinos, para lo cual había
planteado el siguiente argumento, tras meditar junto a ÉL: primero explicar la
diferencia básica entre nuestro culto y la mayor parte del resto de religiones,
consistente en la aceptación como seguidor a cualquier persona (excepto
criminales y asesinos), independientemente de su condición en la escala social
o económica, fuesen hombres, mujeres o niños; esto fomentaba sin duda alguna
que el número de adeptos fuese muy grande en relación al de otras religiones, y
seguía experimentando un gran crecimiento. Tras ello, indicaba que los días de
celebración de nuestro culto corresponden con los siguientes a la cosecha, por
lo que el grano y frutos se hallan almacenados y, estando la cosecha asegurada,
proporcionar esos días libres a las personas (sobre todo trabajadores del
campo) no perjudicaría a ninguna Polis, sino más bien al contrario; puesto que
estas personas verían esos días oficiales de festividades como un
reconocimiento y una recompensa del resto de la sociedad respecto a su trabajo,
proporcionándoles un merecido descanso y tiempo de ocio que, además, les haría
retomar sus tareas (una vez transcurridas las festividades) con mayor ilusión y
ahínco. Tras ello, adelantaba, a grandes rasgos, el contenido de la profecía
que tenía intención de leer en la primera Asamblea insinuando la gran influencia
que nuestro culto podría tener sobre la gran cantidad de seguidores, y de cómo
una persona sería siempre mas eficiente y eficaz si cree en lo que hace y se
siente valorado y reconocido por ello a nivel social, que si se les trata
despectivamente y/o se les obliga a ello.
Para ello, junto con Hyerón de
Crotona (sacerdote de los Tres Grandes así como del culto a Dionisos) y Gelón
de Siracusa (Daduco de los Misterios Eleusinos), habíamos decidido efectuar esa
noche una celebración privada en la que mostrar a unos pocos elegidos de entre
los invitados al cónclave (a los que iríamos seleccionando a lo largo de la
tarde), parte de los ritos públicos de los Misterios Eleusinos (en honor a
Deméter y a Perséfone), así como del culto a Dionisos, para tratar de
convencerles para incluir ambos cultos en el calendario oficial religioso de la
Hélade.
Temístocles fue mi primer
interlocutor, con quien hablé sobre su estrategia respecto a la construcción de
una flota, alabando la idea pero revelándole que, aunque de gran importancia
para la derrota persa, no debía dejar de lado al resto de estrategas. Para
ello, le permití leer la profecía que yo pretendía leer durante la Asamblea del
día siguiente, y le hice ver que el tiempo contaba en nuestra contra para la
construcción de una flota tan grande como la que mi visión otorgaba al enemigo,
y que necesitaba una enorme cantidad de recursos materiales y humanos. Respecto
a los materiales, expresé que los fenicios eran especialmente conocidos por su
madera de cedro (de excelente calidad), aunque para acelerar la construcción de
los barcos, tal vez podrían aprovecharse otras fuentes de madera más cercanas,
como Esparta o Épiro. En cuanto a los recursos humanos, le mostré que no sólo
serían soldados los que necesitase, sino leñadores, carpinteros, ebanistas,
marinos y marineros, agricultores y recolectores para avituallar las naves, y
un sinfín de personas con las que, en un principio, no contaba. Aquí fue donde
introduje el culto a los Misterios Eleusinos como medio de llegar a estas
personas, siempre y cuando él apoyase la propuesta de Eleusis en la Asamblea, y
hablase con el resto de atenienses para que hiciesen lo propio, cosa con la que
se mostró muy de acuerdo. Le recordé que los asuntos religiosos se deberían
votar antes que el resto, como simple indicación de que, aunque no firmásemos
ningún acuerdo escrito, daba por hecho que nuestro apoyo sería mutuo. Antes de
acabar nuestra reunión, invité a Temístocles a participar en una celebración
privada (secreta para los no convocados) como muestra de los rituales públicos
que los responsables de los cultos Eleusinos y Dionisiacos íbamos a celebrar
esa noche, a fin de que pudiese comprobar de primera mano cuanto de los
Misterios Eleusinos le había contado, aceptando él a su vez la invitación.
También Milcíades fue objeto de
diálogo, tanteándole acerca de sus ideas sobre la estrategia sobre los persas
(se mostró muy cauto a la hora de expresarlas, alegando que no podía
pronunciarse hasta tener todos los datos sobre la mesa) e invitándole a
reflexionar sobre la estrategia de Temístocles para la construcción de una
flota, a fin de evitar un posible ataque por mar, y haciendo especial hincapié
en la necesidad de unir a todos los pueblos de la Hélade, no sólo por mera
conveniencia, sino respetando a cada uno de ellos, y teniéndolos en
consideración no únicamente por su valor militar y que, una vez unificados,
también se deberían defender los intereses de tales pueblos, puesto que los
persas no eran nuestro único enemigo.
Poco después, dada la innegable la
necesidad de madera para la construcción de la flota griega, me entrevisté con
Adón de Tiro para tratar de alcanzar algún acuerdo al respecto, encontrando una
actitud muy favorable al respecto por su parte, llegando incluso a mencionar la
posibilidad de fabricar parte de esa flota en sus propios astilleros (lo que
reduciría costes y tiempo). La posición del fenicio siempre fue favorable a la
unión de los griegos contra los persas (obviamente, donde hay guerra hay
negocio). También se mostró favorable a apoyarnos, en cuanto a la
oficialización de los Misterios Eleusinos se refería (bajo los mismos
argumentos expuestos a Temístocles, con la salvedad que no mostré ni mencioné
–por razones obvias – el contenido de la profecía). A causa de la influencia
que Adón tenía sobre Joseph, y mis dudas acerca de lo estrecho del contacto
entre Moloch y éste (como sacerdote suyo), también le invité a la celebración
privada, como medio de demostrar el contacto real con las dos Diosas,
invitación que aceptó inmediatamente.
Al rato, advertí la presencia de
Píndaro de Cinocéfalos (iniciado de nuestro culto) y, dada su proximidad a la
Reina Madre Eurídice de Macedonia, me pareció adecuado exponerle los motivos
sobre la petición de oficialización de los Misterios Eleusinos, pidiéndole que
le transmitiese a Eurídice tales argumentos y propiciase una reunión entre
nosotros.
Ya bien entrada la tarde, encontré a
Anaxágoras, a quien también tenía intención de invitar a nuestro secreto evento,
con la esperanza de hacerle ver que lo divino sí existe. Conociendo de su
escepticismo, comencé filosofando sobre el todo del que formamos parte, y que
así como el concepto de hombre engloba todas sus características, pero cada
hombre destaca por alguna de ellas, también existía un Ser Superior, perfecto
en sí mismo, y que las deidades que los hombres adoraban no eran más que
reflejos de las características y/o carencias que buscaban suplir. Anaxágoras
se mostró muy en línea de este pensamiento, por lo que le invité a la
celebración para que él mismo pudiese llegar a la iluminación, y tal vez
obtener así una revelación al respecto, cosa que aceptó con gusto.
Naturalmente, dada su ya minada reputación en el mundo griego por su público
descreimiento ante los dioses, así como su muy particular forma de pensamiento
y de expresarlo (acertado en muchas cosas, muy a pesar de sus detractores), le
indiqué que no comentase los términos de nuestra conversación para evitar que
nadie le señalase como impío.
Al borde del anochecer, poco antes
del debate que iba a tener lugar, pude hablar con la Reina Madre Eurídice y,
habiendo sido puesta en antecedentes por Píndaro, consideré que su presencia en
el evento podría dar también sus frutos. Eurídice aceptó la invitación de buen
grado.
Recién caída la noche, cuando la
luna aún se ocultaba bajo el horizonte, tuvo lugar el debate para decidir el
sistema de gobierno más adecuado en caso de formarse una liga helénica para luchar
contra los persas. Los representantes de las diversas polis fueron exponiendo
sus argumentos pero, ante una inesperada intervención de la Pitia, los
anfitriones determinaron que los dioses se habían pronunciado y que la
monarquía sería el método de gobierno de la liga, acallando tajantemente
cualquier tipo de protesta o discusión al respecto.
Durante todo el debate, las
actuaciones de ambos sacerdotes de Apolo (Jasón Délico y Anastasio Apolíneo) me
resultaron chocantes, en tanto parecían hablar por sí mismos más que por la
iluminación de su dios, y parecían mostrar una excesiva rivalidad.
Al finalizar el debate, me dirigí a
Sotiria, quien estaba acompañada de Jasón y les insinué que había notado que
Anastasio no parecía realmente estar conectado con Apolo, cosa que me
preocupaba dado que se encontraba en su propio templo. También le pregunté a la
Pitia si había algo que la preocupase especialmente, pues después de tanto
tiempo, la notaba sensiblemente cambiada, pero sus respuestas en ambos casos
fueron un tanto vacías.
Los anfitriones advirtieron sobre el
mal augurio de la luna llena – el Ojo de Cronos/Moloch- sobre el cielo, solicitando a todos los
presentes que se dispusiesen a ir a sus correspondientes aposentos.
Antes de retirarnos, pedí a los
anfitriones que incluyesen en el orden del día de la primera Asamblea a
celebrar al día siguiente los puntos correspondientes a la inclusión de las
festividades de los Misterios Eleusinos en el calendario oficial, la lectura de
la profecía que yo portaba, así como un juicio por asebeia (aunque no revelé
contra quien, al haber varias personas susceptibles de ser juzgadas, y prefería
poder resolver tales asuntos sin llegar a un juicio público).
Una vez los asistentes al cónclave
fueron acudiendo a sus correspondientes aposentos, Hyerón, Gelón y yo
comenzamos con nuestra celebración, haciendo que nuestros invitados vistiesen
de negro, encapuchados y enmascarados (tal y como nosotros mismos) de forma que
entre ellos no pudiesen reconocerse de forma evidente. Tras un breve ágape
común, de nueve invitados, cuatro (Anaxágoras, Adón, Temístocles y Jasón
Délfico) se retiraron conmigo para meditar en torno al dorado estandarte que
representaba la espiga, símbolo de Deméter, hasta alcanzar la iluminación con
la materialización de la propia Diosa, exhortándoles a apoyar nuestra causa,
así como la unión de todos los pueblos de la Hélade (y otros del Mesogeios)
como único modo de vencer a los medos. Tras ello, la diosa me entregó un manojo
de espigas de trigo de oro.
El resto de invitados se quedaron
con Hyerón y Gelón (curioso por participar del ritual dionisíaco, a sabiendas
de las diferencias respecto al de los Misterios Eleusinos), cuya forma para
llegar al pretendido estado divino pasa por la enajenación producida por la
ingesta de ciertas bebidas y drogas, seguidas de danzas incontroladas y música
hasta alcanzar el “entusiasmo”, cosa que acabó por atraer la atención del resto
de personas que en esos momentos yacían en sus habitaciones (por suerte el
ritual ya había finalizado con el esperado resultado).
Dada la advertencia hecha por los
anfitriones (el mal augurio), disolvimos la celebración para evitar que
nuestros invitados pudiesen verse perjudicados, volviendo a nuestros aposentos
ocultándonos en las sombras que los árboles proyectaban aquella noche.
El sol se alzaba sobre el horizonte
cuando me levanté del jergón para vestir la túnica, cinturón y strophion, y
asir mi bastón. Esa mañana se celebrarían los agones, y estos eventos siempre
resultan propicios para conversar con unos y con otros, y aun había muchos
asuntos que atender.
En primer lugar, partimos en
procesión desde el templo de Apolo portando nuestros estandartes y ofrendas a
los anfitriones. Por parte de Eleusis, Esquilo portaba el estandarte,
consistente en una espiga dorada de trigo adornada con una espiral de seda
azul, en representación de los ciclos naturales que Deméter y Perséfone
personifican, mientras que yo portaba como ofrenda un plantón de uno de los
olivos sagrados que crecen junto a nuestro templo en Eleusis. También me
pareció adecuado ofrendar a los anfitriones las espigas de oro que Deméter me
entregara la noche anterior, como muestra de la importancia que para nosotros
tenía la oficialización de nuestro culto, tal y como la Diosa revelase durante
nuestra iluminación.
Finalizada la presentación de
estandartes y entrega de ofrendas, los anfitriones procedieron a inaugurar los
agones, anunciando los equipos que se habían formado: de cuatro personas en el
caso de la carrera de relevos, y de dos en el salto de cuerda y lucha de escudo
y lanza, siendo individuales el resto de competiciones (lanzamiento de disco y
gallinita ciega).
La primera competición fue la
carrera de relevos, en la que me alegré de contar con Milón (excelente atleta),
Lampito de Esparta (cuya fama como deportista también le precedía) y a José de
Biblos (una casi invisible sonrisa aparecía en mis labios al reconocer los
pequeños actos que ÉL puede convertir en grandes oportunidades).
La razón de traer a ambos fenicios
hasta Delos formaba parte de mi misión: tras la muerte de su padre en
circunstancias un tanto oscuras, José de Biblos, debido a la división de su Fe
entre las enseñanzas de su padre (hebreo de nacimiento) y la de su madre
(seguidora de Moloch), y alguna que otra banal circunstancia, había sido
exhortado por Adón, el sacerdote de Moloch a sacrificar a su hijo primogénito
(aún nonato, pues su esposa se hallaba en estado) a fin de purgar sus presuntas
impiedades, promesa que José había realizado muy a su pesar, con tal de librar
a su familia de todo futuro mal. Es por ello que ÉL me envió para mostrarle de
nuevo el camino y renovar su Fe, para quitar la venda que su madre y Adón
habían tendido sobre sus ojos y evitar el fin de la línea de sangre de la tribu
de Judá, pues como rezan las sagradas escrituras “… todos los primogénitos de los israelitas –tanto hombres como animales–
son míos: yo me los consagré cuando exterminé a todos los primogénitos en
Egipto.”
Así pues, los agones fueron el
escenario perfecto para disponer del tiempo necesario para poder conversar con
José, indagando sobre el estado actual de su Fe, para luego hablar de las
grandes diferencias entre cultos tan cercanos como el de Moloch y el del pueblo
hebreo y, en cambio, de los muchos parecidos con el culto Eleusino. La trivial
conversación sobre religión se fue estrechando en torno a los lazos de José con
la religión de su padre y, tal y como ÉL hiciese conmigo años atrás, fui
vertiendo gotas de la Verdad sobre él, hasta que sus ojos, empañados por los
molochitas, perdieron el velo que le impedía mantener su Fe en ÉL.
Fue entonces su familia su mayor
preocupación, por lo que debía plantearse mantener su aparente postura frente a
Adón, mientras pensaba en la forma de poner a salvo a su mujer y su hijo no
nato. Esta inquietud se hizo más patente cuando notamos que Adón nos había
estado observando.
Finalizados los agones, tuvo lugar
la entrega de trofeos a los campeones: Esparta se llevó gran parte de los
méritos, aunque Anacreonte de Lesbos fue la sorpresa de los juegos, al vencer
en el lanzamiento de disco al mismísimo Milón de Crotona (resultaba difícil de
creer que el delgado poeta hubiese vencido al recio veterano del deporte).
Eleusis tuvo su pequeña parte de gloria con el segundo puesto en las carreras
de relevos del equipo liderado por Esquilo, así como el hecho de haber ganado
el juego de la gallinita ciega en equipo frente al resto de Polis.
Otra situación que creó cierto
revuelo fue la iniciación de Despoina Afrodisias, novicia del templo de
Afrodita asentado en Corinto. Ésta debía elegir al campeón de los agones de
entre los diversos galardonados tras realizar un sensual baile. Despoina,
después de pasearse frente a los asistentes, provocativa cogió a Leónidas I de
Esparta por su mano y tiró de él, quien le siguió sin oponer resistencia
alguna, con una elocuente sonrisa en su rostro. Varios miembros de la comitiva
de Corinto se acercaron con grandes telas que usaron para cubrir a ambos
mientras yacían juntos, mientras todos presentes coreaban el acto.
Algunos, como Damocles de Mileto,
aprovecharon para dirigirse a la Reina Gorgo, regodeándose sarcásticamente de
lo que allí acontecía. Aunque Gorgo me resultaba un tanto insolente, mi Ira
hizo colocarme delante de Damocles, y los que junto a él se mofaban de Gorgo
(quien miraba impasible, aunque con un notable enfado en su semblante, hacia
las ocultas figuras que se movían tras las telas) y, de forma tajante, censuré
las palabras y acciones de los presentes, y exigiéndoles el debido respeto a
aquella mujer. Todos callaron; Damocles, en un susurro, reconoció su falta y se
alejó del lugar y con él, el resto. Gorgo agradeció estoicamente mi gesto.
Según iba oyendo acerca de los
negocios de Adón, quedó de manifiesto que habían otras dos razones para su
acercamiento a los pueblos griegos: el deseo de que la Hélade reconociese a
Cartago como enemigo (puesto que eran también sus enemigos naturales) y su
intención de ampliar el poder de Moloch (Cronos para los griegos) contando la
versión fenicia de éste dios, haciéndole parecer menos cruel a nuestros ojos;
de hecho, en muchas de sus negociaciones solía pretender incluir la edificación
de un templo a Moloch a cambio de sus servicios y/o suministros comerciales.
Una de mis mayores sorpresas fue saber que el propio Anastasio Apolíneo había
llegado al acuerdo de construir un tempo a Moloch en la misma Delos a cambio de
que los fenicios construyesen un puerto comercial y almacenes, aunque más
sorprendente resultó que Selene Délica se mostrase tan molesta con el asunto
(ya se estaba estudiando la posible asebeia Anastasio) hasta que ella misma,
horas después, ratificase aquel acuerdo a cambio de otros servicios del
fenicio.
Por ello, durante la comida tras los
agones, provoqué que una plaga de arañas apareciese sobre la comida de Adón, no
por causarle mal alguno, sino para que se manifestara como un mal augurio y sus
argumentos en favor de Moloch/Cronos perdiesen influencia sobre sus
interlocutores. La Pitia fue la primera en reaccionar de la manera esperada,
pero nuevamente Anastasio Apolíneo buscaba una excusa para evitar el descrédito
de su nuevo “aliado”, asegurando que se trataba de una bendición de la tierra.
A pesar de ello, Adón se vio forzado a abandonar la estancia para evitar que
aquel asunto llegase a mayores.
Molesto con la actuación de
Anastasio, corrompí el agua de su cuenco para que desprendiese un terrible
hedor y su color fuese como la podredumbre misma (aunque éste era el único
efecto, pues la intención no era tampoco la de causarle daño, sino la de tratar
de mostrar un signo de su corrupción). Lamentablemente, en esta ocasión se
interpretó (por él mismo y por la Pitia) como que era veneno (versión que Adón,
experto en el tema, no tardaría en confirmarle más tarde a Anastasio). Sin
embargo, alguien de entre los presentes sí supo que no se trataba de veneno
(Phoebus, sacerdote de Zeus proveniente de Épiro, quien más tarde así me lo
indicaría, habiéndole puesto en alerta sobre las “predicciones” del anfitrión).
Precisamente, la pareja formada por
el príncipe Admeto y el sacerdote Phoebus me llamó mucho la atención, pues en
mis recientes viajes por la Hélade tuve ocasión de conocerlos a ambos, y me
resultó curioso que se hubiesen presentado en Delos intercambiando sus papeles,
lo que aduje a un temor por su parte de ser atacados por alguno de los
convocados a la isla.
En principio, traté un contacto
sutil con el verdadero Admeto, pero éste prefirió proseguir con su farsa. Más
tarde me dirigí a Phoebus (cuya poderosa fuerza mística destacaba grandemente
entre muchos de los sacerdotes asistentes al cónclave), quien sabiendo que no
podía ocultar ante mí (dada mi reciente estancia en Épiro) su verdadera
personalidad, me confesó que el intercambio de roles se había llevado a cabo
por temor a un atentado contra el príncipe, por ciertas agresiones sufridas
pocos días antes de su partida (aunque no tenían sospecha alguna de quién
podría ser el responsable). Agradeciendo su sinceridad, le ofrecí mi apoyo en
aquello que me fuera posible. Aproveché, cómo no, para pedir su apoyo sobre la
causa de la oficialización de los Misterios Eleusinos, cuyos argumentos
parecieron convencerlo.
Los gritos de algunos invitados ante
la llegada al puerto de un barco egipcio con emisaria egipcia que pide hablar
con Gorgo de Esparta (alegando que son amigas de la infancia) y que dispone de
información muy importante que sólo le revelará a ella. Gorgo aparece
acompañada por Selene, quien le concede permiso para quedarse. Más tarde
sabríamos que la egipcia venía a avisar sobre una flota egipcia enviada hacia el
sur, posiblemente hacia Cartago.
Durante la tarde, firmé un acuerdo
de apoyo mutuo con la representante de Macedonia (la Reina Madre Eurídice)
consistente en el apoyo de Macedonia a la oficialización del culto a los
Misterios Eleusinos, así como la construcción de un templo dedicado a las Dos
Diosas (en la que también se celebrarían nuestros ritos) a cambio del apoyo
total e incondicional por parte de Eleusis para que Macedonia fuese
adecuadamente considerada como parte de la nueva liga.
Un acuerdo similar (a excepción de
la parte del templo) firmé junto a Etheloisa de Lesbos, garantizándonos nuestro
respectivo apoyo.
Al poco tiempo, reunido con José y
Adón, comentando las reticencias de Temístocles a negociar con los fenicios
respecto a la construcción de la flota (cosa sorprendente considerando que
Temístocles era -casi- el principal impulsor de la idea de la flota), así como
la negociación hecha con Anastasio Apolíneo sobre la construcción de un puerto
comercial (con almacenes y tinglados) en la propia isla de Delos (Adón no hizo
mención al templo en honor a Moloch), los fenicios me propusieron firmar un
acuerdo en el que ellos apoyarían la oficialización de los Misterios Eleusinos
a cambio de que Eleusis, gracias a la gran influencia que podía tener sobre
cierto sector de la población, se convirtiese en patrocinador del puerto
comercial de Delos (un vez finalizada la contienda contra los persas), de forma
que los fenicios aportarían los materiales, y Eleusis (a través de su culto) la
mano de obra necesaria. Yendo aún más lejos, y temiendo que Temístocles no
negociase con los fenicios acerca de la madera necesaria para la flota, propuse
a los fenicios que construyeran barcos en sus propios astilleros y nos
proporcionasen madera para construir nuestros propios barcos en paralelo, así
como la construcción de un puerto comercial, de similares características al de
Delos, en Eleusis (garantizando la posibilidad de aprovisionar por mar a la
flota y a los pueblos griegos de la costa); a cambio, Eleusis designaría
públicamente a Cartago como enemigo (lo que favorecía enormemente a los
fenicios, por ser aquellos sus enemigos naturales) e incluiría a los fenicios
en cualquier tipo de liga comercial en la que Eleusis participase, dándoles un
trato preferencial en los puertos correspondientes.
Llegados a este punto, Adón trató de
incluir en el acuerdo la inclusión de un templo en honor a Moloch, pero le
indiqué que, dada la actual situación, mezclar temas comerciales/militares con
temas religiosos podría echar por tierra muchas negociaciones, por lo que se
dejó fuera del acuerdo.
Justo en ese momento, la blanca
figura de la diosa del destino Tyché se materializó en el camino, dirigiéndose
hacia la multitud que se hallaba congregada cerca del templo de Atenea. Cuando
llegó a su altura, sólo la Pitia y Leónidas la reconocieron y así se lo
gritaron a la multitud, que se inclinó en señal de pleitesía, aunque la diosa
parecía molesta por su falta de reconocimiento y los miraba con desdén hasta
que se detuvo junto a Leónidas, le susurró algo al oído y desapareció por donde
había venido.
Varios de los presentes trataron de
convencer a Leónidas de que les contase qué había dicho la diosa, pero era como
tratar de hablar con un muro.
Conversando con Phoebus, me indicó
que había observado a Leónidas durante el tiempo que había estado en Delos, y
que notaba algo extraño en su forma de actuar, parecía no importarle lo que se
hablaba en las reuniones ni interesarse por las estrategias militares; se
mostraba hosco con todos (incluso los de su propia polis). Luego, me comentó
que era extraño que una diosa le hablase al oído a un mortal, y que sospechaba
que Leónidas en realidad albergaba una presencia divina, como si un dios lo
hubiese tomado por avatar. Agradeciendo la información, lo observé atentamente
en varias ocasiones que me lo crucé paseando por los alrededores del templo, y
advertí un cierto brillo dorado en su piel… parecía que las suposiciones de
Phoebus no andaban desencaminadas.
Aproveché para aportar mis
argumentos para la oficialización de los Misterios Eleusinos a los anfitriones
(aunque por separado), dada la presunta asebeia que podía llegar a recaer sobre
Anastasio.
Por otra parte, tras hablar con Selene Délica acerca
de lo acaecido en Paros (contándome que fue testigo presencial de cómo
Milcíades ejecutaba a su tía, antigua sacerdotisa de Deméter en aquel templo),
le indiqué que el juicio por asebeia que se le practicó al estratega en aquel
entonces me pareció una pantomima dado su estatus, pero que me comprometía a
hacer que se arrepintiese de sus actos, realizase un ritual de expiación y se
disculpase personalmente ante ella, pidiéndole a cambio a la anfitriona que
apoyase la oficialización de los Misterios Eleusinos. Escéptica en principio
respecto a lo que le proponía (en ambos sentidos), acabó por acceder a ello.
Así pues, abordé nuevamente a
Milcíades dejándole hablar sobre sus teorías acerca de la estrategia a seguir
contra los persas mientras caminábamos hasta distanciarnos lo suficiente como
para no ser vistos. En ese momento, le pedí explicaciones sobre sus actos en
Paros, y me contó que no recordaba nada desde el momento en el que puso sus
pies en el interior del templo, y que su única intención era poner a salvo las
reliquias que allí se encontraban (a pesar de la negativa de la sacerdotisa)
para evitar que cayese en manos enemigas. Le recriminé su acción y le señalé
que su “enajenación” podría tratarse al enfado de los propios dioses, pero que
existía un testigo presencial de la ejecución de la sacerdotisa de Deméter bajo
sus propias manos, por lo que su ser rezumaba impiedad y, a pesar de tratarse
de un reconocido estratega y militar ejemplar, no podía permitir que un impío
liderase las tropas griegas, pues incurriría en la ira de los dioses. Ante aquello,
Milcíades enmudeció por un instante y dijo que, a pesar de no recordar tal
atrocidad, si realmente la había cometido se arrepentía de corazón. Por ello,
le propuse la realización de un ritual de expiación y le expliqué que debería
disculparse ante la que fuese testigo en su momento, ahora anfitriona en la
isla de Delos, aceptando ambas cosas.
Realizado el ritual, le acompañé
junto a Selene, ante quien se disculpó de forma sincera (aunque bien sé que
aquella disculpa formal no podría reparar del todo el daño causado).
En ese instante, una estremecedora
figura apareció cerca del templo de Atenea, dirigiéndose hacia Gorgo y
señalándola con el dedo mientras la llamaba. Gorgo permanecía impasible frente
a la figura, mientras trataba de ocultar, sin mucho éxito, un voluminoso objeto
bajo su capa. La Pitia, ante la visión de la blanca figura comenzó a gritar a
Gorgo que corriese, puesto que se trataba de Némesis, diosa de la venganza. Fue
entonces cuando Gorgo, alertada por Sotiria, corrió para esquivar a la temible
diosa.
Despoina Afrodisia se puso en medio
de ambas gritándole a Némesis “Ahora no,
aún no es el momento”… frase que me resultó de lo más peculiar: casi tanto
como el resplandeciente brillo dorado que su piel desprendía...un segundo
avatar. Hyerón también se enfrentó a la diosa Némesis, quien finalmente se
marchó, no sin antes maldecir a Gorgo y a su estirpe.
Quise averiguar más sobre aquel
encuentro, pero Gorgo pronto se vio rodeada por un nutrido grupo de gente, por
lo que decidí ser paciente.
Dado el incidente, busqué a Leónidas
para preguntarle por lo que la diosa Fortuna le había dicho, por si tenía algo
que ver con lo sucedido a Gorgo. Inicialmente se negó a decirme nada, y le
advertí que trataba de ayudar a su esposa frente a una diosa tan temible como
Némesis. Aquello pareció afectarle algo más y, finalmente, me dijo que la diosa
le había dicho que el tiempo se le acababa esa misma noche, que debía darse
prisa (aunque no indicó en qué).
Mientras conversábamos, pude fijarme
más detenidamente en el dorado brillo de su piel. Parecía mantener una lucha
interna consigo mismo, como si una voluntad retenida tratase de salir a flote.
Si había un dios dentro de Leónidas, sin duda se trataba de un guerrero…el
propio Ares.
Más tarde, a solas, José me indicó
que estaba haciendo todo lo posible por que los tratos de los fenicios que se
cerrasen no incluyesen la edificación de templos a Moloch y, más importante,
que había sobornado a un barco griego para que se dirigiese discretamente a
Biblos para recoger a su mujer y llevarla hasta Eleusis, por parecerle aquel
lugar el más seguro para ellos. Aquellas palabras eran el reconocimiento a la
señal que ÉL me había enviado horas antes. Esto significaba que mi estancia en
la tierra se agotaba, pero sentía que aún debía ayudar a reparar el tejido del
tiempo que, paradójicamente, empezaba a resultar escaso para mí.
Pronto fuimos convocados a la
primera Asamblea. Para la ocasión, había mandado coser un nuevo traje
ceremonial, especialmente dedicado a llamar la atención de José, pues se
trataba de un Efod hecho conforme a la tradición de la tribu de Leví, los
sacerdotes del culto hebreo, con un cierto toque egipcio en el faldón. Al
aparecer en la Asamblea cuando ya todos estaban sentados, pude notar las
miradas de los presentes, pero especialmente me fijé en José, cuyo rostro
expresaba lo que su voz no precisaba decir: reconocimiento; una muestra más de
cuanto habíamos hablado anteriormente.
Como norma habitual, primero se
había de tratar los temas religiosos. Así que leí la profecía que había traído
conmigo. La profecía, aparte de contener un mensaje común, en sí era un
compendio de sutiles señales dirigidas únicamente a aquellos que debían
recibirlas. Las referencias a Cronos eran tanto para José (para enfrentarlo al sacerdote
de Moloch y acabar de convencerlo para que no sacrificase a su hijo
primogénito), como para aquellos causantes de la alteración temporal (para
entonces ya tenía ciertas sospechas sobre Heródoto); las alusiones a la culpa,
los mandamientos y el Ser Supremo -ÉL-, la gran Trinidad entre otros párrafos,
estaban dirigidas a José y al reforzamiento de su Fe hebrea. La visión del
mundo griego (incluso sus zonas más sagradas) arrasadas por los persas, era un
golpe de efecto para que el último párrafo fuese especialmente tenido en
cuenta, pues los dioses aludidos indicaban claramente que no había una única
estrategia para vencer, que había que aunar fuerzas, pero que el golpe
definitivo sería asestado por un ataque en el mar.
La Pitia también leyó dos profecías
que venían a refrendar la imagen que yo había expuesto a la Asamblea.
Acto seguido, procedí a solicitar la
oficialización de los Ritos Eleusinos, comprobando con regocijo que la votación
a favor fue unánime.
El juicio por asebeia (habiendo
resuelto en privado el asunto referente a Milcíades, pero quedando pendiente el
de Anastasio Apolíneo), decidí posponerlo a la segunda Asamblea, y así lo hice
saber a los presentes, aduciendo que tenía algunos puntos aún pendientes de
aclarar.
Tratados ya los temas religiosos,
comenzó el diálogo entre las polis acerca de la forma de elegir al Monarca de
la nueva liga, qué funciones tendría (tanto el monarca como la liga) y qué
naciones pasarían a formar parte de ella.
Atenas estaba en claro desacuerdo
con lo anunciado en el debate al respecto, pero los anfitriones se mantuvieron
firmes en cuanto al sistema de gobierno designado por los dioses, pidiendo que
se centrasen en los temas realmente importantes.
Mientras los representantes de las
diversas polis se alzaban y hablaban unos con otros, Hyerón se acercó a mí
indicándome que me sentase junto a su acólita, petición que atendí con cierta
curiosidad.
Ariadna de Crotona me susurró que había oído mi
profecía, y que pensaba que teníamos mucho en común: me confesó ser una
tejedora y haber viajado en el tiempo, creyendo que yo mismo era de la misma
condición (mi “profecía” ofrecía sus primeros frutos, mostrándome a una de las
personas que habían alterado el tejido del tiempo). La miré con mi sonrisa más
paternal y le conteste: “No, no soy un
viajero del tiempo. Yo soy atemporal”, sabiendo el estupor que tales
palabras causarían sobre ella.
Aprovechando su sorpresa y temor, le inquirí sobre
quién le acompañaba en su viaje (aludiendo a Heródoto), y viendo como mi baza
se confirmaba.
Nuevos gritos desde la zona del
puerto alertaban de la llegada de un barco del que descendió un emisario persa,
que portaba las cabezas decapitadas de monarcas de otras naciones, y pedía que
se le diese tierra y agua en señal de obediencia a su señor. Se armó un gran
revuelo a su alrededor, muchos de los presentes le gritaban y trataban de
agredirlo hasta que, finalmente, Leónidas, Hipsíquides y Gelón arrojaron al
emisario al fondo de un pozo. Selene Délica comenzó a gritar por el sacrilegio
cometido en la sagrada isla, donde no estaba permitido ni dar ni quitar la
vida. Los anfitriones nos pidieron volver al ágora para pedir perdón a los
dioses y ofrecer sacrificios de animales para limpiar la impiedad cometida. Me
acerqué a los anfitriones y me ofrecí a realizar un ritual sobre los tres
implicados en la muerte del emisario, sin necesidad de efectuar sacrificio
alguno, cosa con lo que Selene se mostró muy de acuerdo, indicando que ya se
había derramado suficiente sangre.
Me llevé aparte a Leónidas,
Hipsíquides y Gelón, acompañado por Selene, y les realicé el mismo rito de
expiación que le practicase a Milcíades en su momento, haciéndoles jurar por lo
más sagrado que nunca volverían a mancillar suelo sagrado, y que siempre
respetarían a los sacerdotes, sus templos y sus decisiones sobre ellos, tras lo
cual, nos reunimos con el resto del grupo.
En esos momentos, los anfitriones
anunciaban una pausa de la Asamblea para acudir a la cena, tras la cual se
reanudaría la misma.
Aprovechando la ocasión, me llevé
aparte a Ariadna y Heródoto (así los llamaré, pues sus nombres reales
corresponden a tiempos aún por venir) para que me contasen su historia, y
porqué habían causado la ira de Cronos. Así pues, me explicaron que provenían
de un futuro lejano (más dos mil años) en el que habían empleado una máquina
para retroceder en el tiempo y salvar a dos personas muy importantes para
ellos, pero la máquina no funcionó como esperaban y aparecieron en Roma (una
nación que se sobrepondría a la Hélade en el futuro). Gracias a sus dotes como
druida celta (sacerdotisa de un culto que me resultaba desconocido) de Ariadna,
y a los conocimientos de Heródoto sobre lo que él llamaba “historia antigua”,
consiguieron sobrevivir, aunque causando ciertos cambios en los sucesos que deberían
haber pasado, y que no fueron así a causa de su intervención. Con el tiempo,
ambos se enamoraron y engendraron una niña que, siendo aún un bebé, demostraba
tener la habilidad de tejedora de su madre, pero con un futuro poder
equiparable al del propio Cronos (o Saturno, como decían que se le conocía en
aquel entonces). Es pues de entender que este cruel dios tratase de aprovechar
que el tejido del tiempo estaba dañado para salir de su prisión y hacerse con
la niña para su venganza de los Olímpicos.
También me contaron que habían
dejado a la niña en esa Roma (unos quinientos años en el futuro) para venir
hasta este tiempo a fin de conseguir dos objetos de poder que requerían para
poder hacer un último viaje que los llevase a un tiempo futuro en el que los
dioses (fenicios, griegos o romanos) hubiesen sido olvidados por el hombre. Su
viaje les hizo atravesar el Tártaro, donde el propio Cronos y sus furias les
persiguieron implacables, hasta que Apolo se apiadó de ellos y los sacó de
allí.
Aún así, su revelación más sorprendente fue que su
aparición en la Hélade fue en Crotona, en la cueva sagrada donde Hyerón rendía
culto a los tres Grandes (ahora sí entendía su oportuna “epifanía), y que él
les había ayudado a llegar hasta aquí, pues en Delos es donde hallarían los
objetos que buscaban.
Hice venir a Ariadna y Heródoto
conmigo para encontrarnos con Hyerón y, una vez puesto al corriente, me indicó
que la ñeraunia, uno de los objetos de poder (una roca mística marcada con el
rayo de Zeus) ya estaba en su poder, escondida en el bosque, y que el segundo
objeto de poder era el escudo de Gorgona que Gorgo custodiaba celosamente desde
que Némesis fuese tras ella.
Dado que íbamos a necesitar toda la
ayuda posible, acudimos a Phoebus y le explicamos a grandes rasgos la
situación, quien se prestó a unirse a nosotros.
Nos dirigimos hacia el lugar donde
Gorgo se hallaba, y le pedí que me hablase sobre el objeto y la posible causa
de que Némesis la hubiese perseguido. Gorgó relató que, pocos días antes de su
partida hacia Delos, este escudo (herencia de su madre) había sido mancillado
con sangre, y que ella se había limitado a lustrarlo (para lavar su impiedad) y
traerlo consigo.
Le expliqué que el escudo era un
objeto muy poderoso y que era necesario para poder cerrar el tejido del tiempo
a través del cual Cronos pretendía salir y le pedí que nos lo entregase, bajo
la promesa de devolvérselo. Ella se negó, consintiendo tan sólo en ayudarnos,
siempre y cuando ella fuese con el escudo, a lo que accedimos, no sin antes explicarle
que pondría su vida seriamente en peligro.
Aprovechando que la cena aún se alargaba, decidimos
ir al bosque y recoger la roca mística y buscar el lugar adecuado para que la
tejedora pudiese efectuar el ritual. Por desgracia, la luna llena (el ojo de
Moloch) se alzaba sobre la copa de los árboles y nos iluminaba cual antorchas,
viendo varias sombras moverse cerca de donde estábamos. En esta situación, pedí
a Hyerón y a Heródoto que buscasen unas capas negras mientras Ariadna y Gorgo
se distanciaban, poniéndose a salvo, y Phoebus y yo nos quedamos guardando los
objetos.
Cuando Hyerón y Heródoto regresaron,
recogieron los objetos y se deslizaron entre las sombras para cambiar los
objetos de ubicación, al tiempo que Phoebus y yo hacíamos una batida con intención
de amedrentar a quien nos estuviese siguiendo y evitar que encontrasen los
objetos. Vimos pasar a varias personas, pero ninguna tomaba caminos cercanos
salvo en una ocasión, en la que encontramos a Damocles en medio del bosque,
cerca de la zona donde se guardaban los tesoros de las distintas polis.
Enfrentados a él, Damocles se mostró sorprendido, aunque trató de comportarse
con normalidad aduciendo que había acudido al bosque a “aflojar la vejiga”.
Aunque su actitud nos resultó sospechosa, nos retiramos del camino y le
observamos mientras parecía dudar entre seguir en el bosque o salir de él,
optando finalmente por esta opción.
En cuanto Hyerón y Heródoto volvieron y nos indicaron dónde
habían escondido los objetos (a un lado del camino, a mitad de la ruta hacia el
puerto), decidimos separarnos hasta que el momento fuese más propicio.
Decidí acudir a mis aposentos y
quitarme el Efod, para vestir mi capa negra (un largo himation con una capucha
oculta), que me permitiría más tarde pasar desapercibido en el bosque, pero
antes, al pasar junto al templo de Apolo, me encontré a Sotiria y Jasón: la
Pitia no paraba de decir “los dioses
están entre nosotros ¿no ves cómo brillan?”. En ese instante, Anacreonte de
Lesbos cruzaba la entrada, y la luz de las antorchas hacía brotar doradas
refulgencias de su piel.
Al entrar en el salón donde se
servía la cena, me encontré a solas con Despoina: su tez brillante la delataba
una vez más y, sin estar completamente seguro de lo que iba a decir, me dirigí
a ella y le pregunté “¿Es acaso Ares tu
favorito?”. Divertido, observé la reacción de sorpresa de Despoina que,
tras comprobar que nadie más nos escuchaba, se acercó inquisitiva. Le pregunté
cuántos más habían venido y me contestó que tres, habiendo llegado antes que
ella Ares y Apolo, pero que había sido incapaz de encontrar a éste último.
Reí discretamente, sabiendo que la
pícara y caprichosa Afrodita, introducida en el envoltorio mortal de Despoina,
se sentiría inquietamente curiosa.
Le dije que podía ayudarle a
encontrar a Apolo (pues estaba claro, tras lo mencionado por Phoebus, que quien
habitaba el cuerpo de Leónidas no podía ser otro que el propio Ares), pero
antes quería que me respondiese si, en el caso de que Cronos apareciese en este
lugar, los tres juntos podrían contenerlo. La respuesta era casi obvia, tres
avatares no eran rival contra Cronos en su estado puro… aunque pensé que nunca
está de más tener algo de ayuda adicional. Así pues, le rebelé a Afrodita que
Apolo se hallaba en el cuerpo de Anacreonte de Lesbos (su cara era un poema y,
de haber sido otra la situación, no habría podido reprimir una sonora
carcajada).
Le pregunté por qué lo buscaba tan
desesperadamente, y ella me enseñó un mapa del Mesogeios en el que se veían
marcadas las distintas polis helenas, y me explicó que Apolo tenía la capacidad
de mirar el mapa y encontrar un triángulo formado por tres polis de las cuales,
un representante de cada era un traidor y trataba de evitar la creación de la
nueva liga. También me confesó que Apolo no le haría caso ni leería el mapa,
pues pensaba que ella (Afrodita) era la responsable de que Etheloisa de Lesbos
hubiese bebido agua del rio Leto… dioses y hombres tienen algo en común cuando
mienten, y estaba claro que su última afirmación era falsa, pero si existía la
posibilidad de ayudar a la Hélade a detectar y detener a los traidores, bien
valía la pena el intento. Así pues, tomé el mapa de manos de Afrodita y le dije
que haría que Apolo lo leyese, pero a cambio ella me debería ayudar en caso de
que Cronos o sus agentes tratasen de actuar.
Los anfitriones llamaban para
continuar con la primera Asamblea y, al pasar junto a Selene, ésta me aseguró
tener pruebas fehacientes de la asebeia de Anastasio, por haber robado objetos
del tesoro sagrado, contando para ello con un testigo presencial. Así pues, le
pedí que fuese ella quien formulase la acusación al inicio de la segunda
Asamblea. Mientras volvía a mi asiento, y con el fin de evitar que Anastasio
tratase de dar algún otro golpe de efecto, le hice enfermar de forma que,
lentamente, se fuese encontrando ralentizando sus movimientos y minimizando sus
intervenciones.
Pronto, Ares (o aquel al que los
demás veían como Leónidas) empezó a aburrirse de tanta conversación, e
interrumpía la asamblea pidiendo sangre y guerra. Incluso en una ocasión, un
escudo se materializó en su brazo izquierdo y se levantó en dirección a los
representantes de Atenas, increpándoles y arrojándole el escudo a Temístocles
diciendo “Yo no necesito ningún escudo”.
Gorgo estaba estupefacta, y
reprendía imperativa a Ares, quien le daba la espalda y la menospreciaba con un
gesto de la mano. Ante estos hechos, Gorgo decidió tomar las riendas del asunto
y anunció a la Asamblea que la representación de Esparta, a partir de ese
momento, recaía en ella… no hay duda de que es una mujer de carácter, pero con
una clara idea de cómo reaccionar ante la adversidad.
Entre curioso y divertido, me
desplacé hasta sentarme junto a Ares, quien me miró de soslayo. Manteniéndole
la mirada, con una sonrisa traviesa le dije “Me molas”, ante lo que Ares se
mostró un tanto sorprendido. Esta frase, que usé con él en repetidas ocasiones
durante la noche, me sirvió para romper el hielo y hacer que me escuchase,
explicándole que debía ser comprensivo con los mortales puesto que no entienden
el tiempo de la misma forma, que me alegraba de tenerlo por compañía aquella
noche, y que pronto llegaría su momento (cosa que pareció agradarle).
Aun así, en un momento dado, Ares
abandonó la reunión precipitadamente, hastiado de tanta palabrería, saliendo
inmediatamente Gorgo en su busca.
Temiendo que Esparta perdiese su
oportunidad de votar llegado el momento, debido a la ausencia de sus dos
representantes oficiales, indiqué a Lampito que buscase a Gorgo para que la
hiciese regresar a la Asamblea.
Cuando Gorgo regresó, hablé con ella
para tratar de explicarle lo que en realidad estaba sucediendo con su esposo
pero, al parecer, Él en persona ya se había disculpado (posiblemente Ares tuvo
a bien concederle a Leónidas unos segundos de su propia conciencia) y se lo
había contado.
Llegados al punto álgido de la
primera Asamblea, se procedió a la votación de la creación de la liga helénica
y las naciones que participarían en ella (por razones obvias, la mayor parte de
naciones exigieron que los fenicios no tuviesen voto en este asunto, por ser un
tema militar, y no comercial). El resultado fue el esperado: Unanimidad. Por
fin, los helenos se unirían bajo un único mando y se malograrían los planes de
persas y aliados.
Tras la adopción de esta decisión,
se procedió a celebrar la segunda Asamblea de forma inmediata.
La primera sorpresa fue para el
propio Anastasio Apolíneo (que ya se encontraba claramente desmejorado) al
recibir la acusación de asebeia por parte de la propia Selene Délica, que
anunciaba públicamente que Anastasio había estado robando objetos del tesoro
sagrado (de lo cual tenía una testigo presencial, Thisíphone, la acólita de
Artemisa) y que había estado visitando a una bruja en su isla natal. Anastasio,
lejos de derrumbarse, acusó a su vez a la anfitriona de impiedad por el hecho
de no ser virgen y de mantener una relación sentimental con el esclavo Silas,
además de acusar a Tisíphone de ser una bruja, por un tatuaje que lucía en su
piel.
El escándalo estaba servido pero, no
contento con esto, me acerqué a Anacreonte (elegido como Poinikastas en el
Debate de la noche anterior) y le susurré al oído “¿Cómo es que Apolo no puede arrojar su luz sobre todo lo que aquí se
está diciendo?” Mientras le sonreía, podía ver como su dorada piel se
perlaba de diminutas gotas de sudor, tratando de averiguar si realmente le
había descubierto. Cuando le mencioné que Ares pronto empezaría a aburrirse y
hacer de las suyas, sus dudas se despejaron (aunque se mostraba claramente
sorprendido) y me indicó que no estaba aquí para mostrarse públicamente, pues
otros asuntos le habían traído a la tierra, pero me confirmó que lo que ambos
anfitriones era cierto: todos impuros e impíos. Entre todo el revuelo,
Temístocles exhortó a Selene para que confirmase o denegase las acusaciones de
Anastasio; ésta, tras un momento de duda, admitió haber mantenido una relación
con el esclavo, pero confirmó haber sido expiada por la propia Diosa Afrodita
(que traviesa y caprichosa, debía estar disfrutando enormemente).
Me alcé pues, y con voz firme para
acallar al resto, me dirigí a Anastasio y le dije que el juicio por asebeia se
celebraría, puesto que las pruebas en su contra así lo mandaban y el resto de
los representantes griegos lo apoyaban. Anastasio bajó la cabeza y anunció que
se sometería a tal juicio aunque, instantes después, se desplomaba inconsciente
en el suelo (como resultado de haberlo hecho enfermar), y pensé que de esta
forma nos librábamos de un conspirador o, al menos, de otras interrupciones
para temas que requerían actuar con premura.
Mientras atendían a Anastasio, la
segunda Asamblea pasó a tratar las aportaciones que cada polis haría a la liga:
capacidad militar, localizaciones estratégicas, suministro de alimentos,
información privilegiada, flota, etc, siendo los responsables de cada polis los
encargados de enunciarlas.
Cuando Gorgo anunció que Esparta
enviaría a los Homoioi y que acudirían en pleno a la batalla, un silencio
plagado de murmullos se hizo en la Asamblea, pues suponía una temible fuerza de
combate, aunque también jugarse a una sola carta la supervivencia de una
dinastía completa.
El tiempo se agotaba: José me advirtió
en varias ocasiones de que Moloch había contactado con Adón, dándole
indicaciones de que un antiguo dios estaba en Delos, y que estaba siendo
ayudado por otras personas (embaucadas bajo la falsa promesa de apaciguar a
Moloch) para buscar personas que portasen símbolos extraños, y que habían
reducido la lista a cuatro personas, de las cuales una era Ariadna (por sus
tatuajes celtas) y otra era yo, por mi inconfundible bastón, que no tardarían en venir por mí y que
posiblemente no con muy buenas intenciones.
Aprovechando el momento, me acerqué
a Apolo (que vestía el cuerpo de Anacreonte), indicándole que me había enterado
que Etheloisa de Lesbos había bebido agua del río Leto, que aparte de hacerle
perder la memoria, en teoría debería estar muerta (según tenía entendido, al
tratarse de un río del Inframundo), pero que creía podría ayudarle a través de
Hyerón de Crotona, sacerdote de los Tres Grandes (y siendo Hades uno de ellos,
y Zeus otro, probablemente pudiese encontrar solución al problema). También le
dije que me temía que Adón de Tiro fuese quien le hubiese proporcionado esa
agua, para hacerla agente suya, puesto que se la había visto actuar de forma
extraña, buscando un objeto de poder (al parecer, de acuerdo con Helena de
Corinto). Le propuse pues, reunirnos con Hyerón y, mientras éste consultaba a
los tres grandes para averiguar sobre la forma de ayudar a Etheloisa, que Apolo
echase un vistazo al mapa que poco tiempo atrás me entregase Afrodita.
En ese momento, ÉL me envió una
revelación: un dios del Olimpo había sanado a Anastasio… ya no importaba
demasiado, pues había sido puesto al descubierto y quedaba pendiente de juicio
por asebeia.
Acompañé a Apolo junto a Hyerón, a
quien traté de convencer para que ayudase a Etheloisa, pero me indicó que era
el momento adecuado para realizar el ritual para que la tejedora se reuniese
con su hija y no podía hacer nada por Etheloisa en ese momento. Dado que Adón y
quienes le acompañaban se hallaban cerca, decidimos separarnos, marchando
Hyerón junto a Ariadna y Heródoto al lugar donde habían ocultado los objetos de
poder, a fin de realizar el ritual; mientras tanto, pedí a Apolo que me
acompañase a una de las estancias, así como a Afrodita (a quien encontramos de
camino) y les pedí que esperasen allí mientras buscaba a Phoebus, sacerdote de
Zeus, quien dado su poder tal vez podría ayudar a la causa de Apolo.
Salí de la estancia y me encontré a
Selene, que me vino a decir lo que ÉL ya me había revelado sobre la curación de
Anastasio, matizando que había sido Despoina (Afrodita, como no) quien lo había
sanado y explicado que un antiguo dios era quien lo había maldito (traviesa
diosa, que gusta sembrar la cizaña en momentos de aburrimiento). Dado que yo ya
había advertido a Selene que sería yo quien me encargase de que Anastasio no
fuese un problema, le expliqué que mi deidad me había dado “carta blanca” en el
asunto de la asebeia, cosa que pareció calmarla un poco, aunque no disipó sus
dudas.
En ese momento, vi a Phoebus y le
pedí que me acompañase a la estancia en la que había dejado a Apolo y Afrodita.
Una vez allí, le expliqué lo sucedido con Etheloisa y le pedí que consultase a
Zeus qué podía hacer al respecto.
La puerta de la estancia se abrió de
repente, y José apareció acalorado, afirmando que Adón me estaba buscando, y
que se dirigía hacia aquí. Le agradecí la información y le indiqué que
marchase.
“¿Dónde está Ares cuando se le necesita?”… Selene fue entonces quien
cruzó el umbral; le expliqué brevemente que Adón estaba a punto de sacar a
Cronos de su encierro, y que necesitaba a Leónidas, que se encontraba reunido
con Temístocles en unos aposentos frente al que nos encontrábamos.
Ante la urgencia de mis palabras,
Selene se ofreció a hacerle venir, pero decidí ir con ella por si Ares se
mostraba reticente, indicando a Apolo, Afrodita y Phoebus que esperasen a mi
regreso.
Encontramos a Ares, que terminaba su
reunión con Temístocles, y le susurré al oído “Tu momento está a punto de llegar; sígueme”. Me miro sonriendo y me
acompañó hasta la habitación donde el resto nos esperaban.
Expliqué la situación, a grandes
rasgos a todos los presentes acerca del ritual que la tejedora iba a realizar
para alejarse ella y su hija de Cronos, viajando a un tiempo en el que los
dioses fenicios y griegos habrían sido olvidados, donde estarían a salvo.
Afirmé que Adón era el principal instigador de que tal ritual no se terminase,
y que las consecuencias de ello conllevarían la rotura del tejido del Tártaro,
liberando a Cronos, quien devoraría cuanto encontrase a su paso.
Hice alusión a las palabras de
Afrodita tras sanar a Anastasio sobre “un antiguo dios que ella desconocía”, y
les expliqué que yo era tal dios, pero que existía un ser superior del que
todos formábamos parte. Selene y Phoebus estaban pálidos como la luna, y los tres
avatares me miraban entre la sorpresa y la incredulidad.
“Es
ahora cuando requiero de vuestra ayuda, pues si Adón descubre que se está
celebrando el ritual en este mismo instante y trata de interferir en él,
necesitaré tanto apoyo como sea posible”.
Ares abría y cerraba la boca,
tratando de asimilar lo que le decía, así que le miré sonriente y le repetí “Me molas”…pareció relajarse, sonrió y
dijo “no sé exactamente a qué te
refieres, pero creo que tú también me molas”…estaba exultante pensando en
la posibilidad de una épica batalla.
Tomando mi bastón y apuntando con él hacia la puerta,
les dije que si Adón o cualquier otro con dudosas intenciones intentaba entrar
por la fuerza, me encargaría de ellos, y le pedí a Apolo que mirase el mapa,
con el fin de encontrar a los traidores: aún encerrado aquí, podría hacerlos
enfermar para que cayesen inconscientes y no pudiesen llevar a cabo sus planes
y transmitir información al enemigo.
Tras un cierto tiempo, trazó una
línea entre una antigua polis llamada Sibaris (cercana a Crotona), Mileto y
Esparta.
En ese momento, se oyó cierto
revuelo afuera; Selene salió para indagar y volvió apresuradamente para indicar
que Adón había encontrado a la tejedora y se dirigía a la zona del ritual. Ante
la premura, de los dos invitados provenientes de Mileto pensé en la sospechosa
actitud que había denotado en Damocles en varias ocasiones, por lo que le pedí
a ÉL que lo dejara inconsciente. Respecto a Esparta, Leónidas/Ares afirmó que
Gorgo estaba fuera de sospecha, por lo que debía ser Lampito (a quien también
hice enfermar, de forma que olvidase cuanto hubiese escuchado en las
reuniones). Quedaba Sibaris, pero no conocíamos a ningún invitado que
proviniese de esta ciudad, aunque recordé el incidente entre Milón y su
acompañante, y pensé que tal vez se trataba de una antigua esclava que buscase
venganza… pero al no estar seguro, no hice nada al respecto.
Al momento, miré a los presentes y
les exhorté a seguirme y evitar que Adón alcanzase su terrible objetivo.
Corriendo al frente de los tres
Avatares y de Phoebus, alcé mi bastón para hacerlo pasar sobre todos aquellos
que avanzaban hacia la zona del ritual gritándoles que regresasen si no
deseaban perecer: la mayoría, oyendo tales palabras retrocedían de inmediato,
pero la curiosidad humana es a veces mayor que el temor a la muerte, por lo que
unos pocos continuaron avanzando tras nosotros.
Ya casi en la zona del ritual,
escuchaba el cántico de la tejedora, los gritos de su compañero, y la voz de
Hyerón tratando de ahuyentar el mal que allí se encontraba
Nada más llegar junto a él, avisté a
Adón y a dos Furias de Cronos que trataban de atacar a Hyerón y a la tejedora,
y que el sacerdote mantenía a raya a duras penas.
A mi espalda, escuchaba a Ares
lanzando su grito de guerra contra los seres del inframundo.
A mi lado, Adón me habló con voz
calmada tratando de convencerme de interrumpir el ritual, pues Moloch le había
hecho saber que se sentía atacado y, de continuar, acabaría por desatarse y
materializarse en este mundo. Empuñando mi bastón hacia las Furias, con voz
inerte le contesté a Adón que se alejase o me vería obligado a hacerle lo mismo
que a las Furias, al tiempo que invocaba las sagradas llamas de la fulgurante
espada Justicia (dominio de Temis, diosa de la Justicia), cuya brillante luz
hacia retorcerse y desaparecer primero a una y después a la segunda Furia.
Todos los mortales que presenciaron
cómo la sagrada luz brotaba del extremo de mi bastón, quedaron cegados por un
tiempo, salvo Adón, Phoebus e Hyerón (así como Ariadna y Heródoto, que
continuaban realizando el ritual)
Hecho esto, me giré con el bastón en
alto, me dirigí a Adón y le pedí que no se acercase a la tejedora, pues no
tenía intención de aplicarle la justicia divina salvo que él mismo me obligase
a ello. El fenicio retrocedió unos pasos sin dejar de murmurar que estábamos
cometiendo un terrible error.
De repente, el llanto de una niña se
oyó, al tiempo que la tejedora y su pareja suspiraban de alegría,
desapareciendo a continuación, junto a Hyerón, a través de la grieta abierta en
el tejido del tiempo, a través de la cual se oían los gruñidos de Cronos.
Viendo que no se cerraba la grieta, Adón se lanzó a través de ella,
desapareciendo de nuestra vista sin que pudiésemos detenerle y, decidido,
Phoebus se lanzó tras él, pero no desapareció, sino que una poderosa aura
dorada le rodeó, manteniéndole suspendido sobre la grieta e impidiendo que se
hiciese más grande, aunque sin poder cerrarla.
Viendo que no podía hacer mucho más,
e inspirado por ÉL, alcé mi bastón contra el ojo de Moloch (ahora en su cénit)
e invoqué nuevamente la brillante luz de las llamas sagradas de la Justicia
divina, cegándolo temporalmente, momento que aprovecharon los Avatares para
ayudar a Phoebus a cerrar la grieta.
En ese mismo instante, una figura
atravesó la grieta en nuestra dirección: era Hyerón, portando los dos objetos
de poder (la roca de Zeus y el escudo de la Gorgona) quien, a la carrera,
pronto se perdió de nuestra vista.
Fue finalmente Ares quien, a su más
puro estilo salvaje, cerró literalmente a pulso la grieta mientras los
abultados músculos de Leónidas crujían con el esfuerzo titánico.
Creyéndonos al fin libres de la
amenaza de Cronos, regresábamos hacia el templo cuando oímos ruidos a nuestra
izquierda: en el suelo, Hyerón yacía inerte mientras una Furia lo rodeaba
acercándose cada vez más. Sin dudarlo un instante, hice que la Furia se
consumiese bajo las llamas de mi bastón y me acerqué a mi buen amigo para
comprobar con alegría que aún se movía. Puse mi mano derecha sobre su pecho, y
le pedí a ÉL que sanase a tan gran hombre, y en su infinita bondad así me
respondió. Junto a él, estaban los dos objetos de poder: tomé el escudo, lo
metí en el saco con el que Gorgo nos lo entregó y lo guardé bajo mi capa.
Ya en pie y unido a tan singular
grupo, nos dirigimos nuevamente hacia el templo cuando, al pasar junto al lago
de Leto (en donde dio a luz a los dos dioses patrones de la isla), una oscura
figura nos miraba desde el interior: Adón había salido del Tártaro a través de
una antigua grieta de la isla; se miraba a sí mismo asombrado de verse con
vida, mientras nosotros lo mirábamos con la desconfianza de encontrarlo como un
avatar de Cronos. Finalmente, Afrodita lo ayudó a salir del tempo y Apolo habló
a Cronos a través de la grieta para apaciguarlo, aunque Adón hubo de intervenir
para que la grieta se cerrase definitivamente.
De vuelta a la zona de alojamientos,
localicé a Gorgo y le pedí que subiera a sus aposentos conmigo; una vez allí,
le hice entrega del escudo, tal y como le había prometido que haría una vez
cerrada la brecha del tejido del tiempo.
Al bajar, llegando al templo de
Apolo, los representantes de las distintas polis se arremolinaban en torno a la
Reina Madre Eurídice de Macedonia y el príncipe Admeto de Épiro, quienes a voz
en grito decían que abandonaban la liga porque no se respetaba a sus
respectivas polis y se les usaba como carne de cañón frente a los persas,
mientras Temístocles les increpaba por ello, puesto que no estaban respetando
lo acordado en las asambleas.
A esto se refería Eurídice cuando
acudió a mí horas antes a fin de que, en caso que alguien pudiese tratar de
acusarla de asebeia, saliera en su defensa: una estratagema urdida para engañar
a los traidores infiltrados entre los invitados, con el fin de que llevasen
falsas informaciones a los persas.
Entre tanto alboroto, Ares subió al
estrado y retó a Apolo a seguirle, y armados con sendas espadas, enfrentaron a
sus avatares que bailaban entre cuchilladas que dejaban doradas estelas a su
paso (pues los dioses del Olimpo tienen
sus propias rivalidades, a veces tan mundanas como las de los hombres).
Finalmente, Ares se impuso a su
rival y, dejándolo tendido en el suelo, tendió la mano a Afrodita para
abandonar el templo ante la atónita mirada de los presentes, puesto que la
mayoría de los ojos que observaron aquel suceso sólo vieron a Leónidas y
Anacreonte batiéndose en un duelo cuyo vencedor se llevó a Despoina consigo.
Recuperados de la sorpresa inicial,
muchos acudieron en tropel para atender a Anacreonte, que estaba ileso y algo confuso, pues parecía no recordar lo
sucedido.
Al poco tiempo, Leónidas y Despoina
entraban al templo, absolutamente desorientados… cosas de los dioses jugando
con los mortales.
En mi profecía les hablaba de volver
a la Edad de Oro, y en parte así ha sido, puesto que dioses y hombres han
paseado y luchado juntos, aunque la mayoría de los mortales no ha tenido
constancia de ello.
Había olvidado cuán efímero es el
paso del tiempo para los mortales, no por el tiempo en sí, sino por las
impedimentas de sus propios cuerpos.
Contento de haber cumplido con la misión
que me fue encomendada, siento un atisbo de congoja por no haber podido hacer
más, pero ya he vivido dos vidas humanas y mi estancia entre los que una vez
fuesen mis iguales podría resultar perniciosa.
Por ello, cuando entre las nubes
brotó el luminoso haz de luz, me hice uno con él, aunque algunas de
las revelaciones sean parte de mi legado, para así atender los convenios establecidos
con Macedonia, Lesbos y Fenicia, pero Esquilo tomará el testigo y será elevado a Daduco de la orden Eleusina según mis instrucciones, y se hará cargo del
nuevo Tempo a Eleusis que se edificará en la capital de Macedonia. Estoy
convencido que Esquilo será un buen apoyo tanto a nivel religioso como a nivel
militar (la reina aceptará de muy buen grado los consejos de un marathonomacos
como él), entre otras cosas.
Mientras el barco de Joseph (José de
ahora en adelante, en honor a sus raíces hebreas) atraviesa el Mesogeios yendo
en busca de su familia, acudo a él por última vez como una visión para
indicarle sobre mi ascensión, asegurándole que en Eleusis le acogerán para
recomenzar su vida (junto con su familia) como hebreo y continuar con la rama
de Judea para que, tal y como ÉL me habló,
“El padre del padre del siete
veces padre de José, que acogerá a mi hijo en la Tierra para salvar a los
Hombres lleve de nuevo la pureza a su familia, pues la promesa que le harás de
la venida de un futuro Hijo mío, debe de hacerle entender.”
Los Misterios Eleusinos ya son
oficiales, y prosperarán de tal modo que acabarán por fusionarse en gran medida
con la religión hebraica, hasta dar lugar al auténtico culto, que vendrá de la
mano de los descendientes de José de Biblos, de la tribu de Judá.
Los pocos mortales (salvo José de
Biblos) que llegasen a tener constancia de mi real naturaleza lo olvidarán
parcialmente, dejando en sus mentes la simple sensación de que el Hyerophante
de Eleusis fue un sacerdote poderoso (y por ende, su culto... que en su momento
devendrá en algo más).
Por su parte, Ares, Apolo y
Afrodita, una vez abandonados sus avatares y de vuelta en el Olimpo, tan sólo
recordarán que un ser superior los une a todos como parte de sí mismo...aunque
probablemente a Ares le ronden durante bastante tiempo dos palabras: “me molas”.
No habéis de preocuparos, puesto que
Él seguirá observándoos, y yo a su Diestra, como valedores vuestros… aunque
secretamente albergo la esperanza de que, algún día, mi Señor me encomiende
volver de nuevo, y poder disfrutar de la efímera pero intensa existencia del
ser humano.
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