Wednesday 19 September 2012

Postvivo: La visión de un jugador.

Koiné eirené y nunca mejor dicho.

Quiero empezar dando de nuevo las gracias a todos, por la ayuda, la confianza, la participación, los halagos y las críticas. Sin vosotros, nada hubiera sido posible. Llevar a 37 pjs a buen puerto, con fallos incluidos, pero sin grandes incidentes, es más mérito de vuestro saber estar que de nuestra capacidad organizativa. Que os quede muy claro.

El epílogo lo voy a estructurar en 3 partes. La primera será este texto elaborado por JD/Theumólpides de Eleusis, que por su entidad merece una entrada particular. Después, pondré algunos comentarios que habéis mandado a mi correo desde el punto de vista del jugador, ya que algunos se dirigen a otros jugadores y me parece justo que se enteren de vuestras alabanzas. En último lugar, pondré el epílogo final con lo que me habéis mandado y alguna cosa de cosecha propia para darle un poco de coherencia, aunque es difícil.

Espero que os guste todo y nos vemos próximamente!!!

Recordad que se está votando en Facebook la fecha de la cena postvivo en donde pasaremos fotos y vídeos. No dejéis de participar. Necesitamos saber cuántos seremos para planear adecuadamente la quedada en un lugar en donde quepamos y podamos ver fotos y vídeos, si fuera posible.

Un saludo.

P.


Esto NO es un epílogo habitual. Es el relato pormenorizado de un pj que estuvo metido en muchas tramas y gracias a Él, os dará una visión (parcial, eso sí) de un vivo que no pudisteis disfrutar: el suyo propio. Es una bendición para los másters el poder gozar un poco de cada escena del rev, pero a la vez, no podemos profundizar mucho en nada ni en nadie. Por ello, he disfrutado enormemente viendo las cavilaciones, las dudas, los hechos, los aciertos y los fallos de un pj que con tanto cariño creé. Gracias a su complejidad viviréis la misteriosa noche del viernes, el rito de Cronos y el trato con los dioses.
Sólo tengo que comentar que Adón no pretendía ni invocar a Cronos ni nada parecido. Simplemente era un sacerdote devoto de su deidad, que pensó que le estaban atacando los insignificantes humanos. Por ello, fue felicitado por su Dios en cuerpo material. Las sospechas y rumores sobre él se expandieron y deformaron. Tenía que hacer esta aclaración previa a esta lectura apasionante.
Debido a su extensión y entidad, me hubiera dolido recortar tanto que el relato fuera mutilado. Así que ahí va.



Nací de nuevo en Eleusis, en el seno de la familia de los Eumólpidas, tras una epifanía en el oráculo de Delfos que mis padres creyeron que provenía de las dos Diosas (aunque realmente fue un ángel enviado por ÉL) y que les indicaba el fin de su maldición de esterilidad.


El envoltorio mortal resulta extremadamente delicado (sobre todo su mente), por lo que fui criado como el hijo deseado que ya no se esperaban, pero sin recuerdo alguno de mi vida anterior, ni de mi posterior ascensión, destacando rápidamente en capacidades y cualidades, lo que me valió para escalar puestos rápidamente dentro del culto Eleusino.

Con el tiempo, traté con maestros de la altura de Alcmeón de Crotona, filósofos como Anaxágoras, Parménides o Jenónfates.
Poco a poco, ÉL fue permitiendo que mi conciencia y conocimientos anteriores fuesen drenando dentro de mi nuevo yo, hasta tener constancia de mi auténtico ser y de la misión para la que había sido enviado. Fue entonces cuando entendí el verdadero origen y sentido de mi bastón (como medio de canalización de Sus designios), así como el grabado metálico oculto en el frontal de mi strophion (recuerdo de mi vida anterior) y que nadie descubrió en Delos.
Ya nombrado Hyerofante de los Misterios Eleusinos, conocí a los pitagóricos (de la mano de mi buen amigo Hyerón de Crotona), resultando sorprendente cuán acertadas eran muchas de sus teorías, si bien no podía revelarles la verdad sin comprometer mi tarea.

Tras la rebelión de Jonia, entendí que el momento estaba cerca y que se debía celebrar un cónclave que me permitiría deshacer el mal que obligó a mi venida , y así hacer que lo que tenía que ser, fuese así y no de otro modo.
Usando a los persas como principal argumento, y apoyado por Hyerón (al principio reacio, pero muy motivado tras una oportuna epifanía), promovimos la reunión en Delos, siendo Anastasio Apolíneo y Selene Délica los que centralizaron las invitaciones, para dar mayor solemnidad a la reunión y conseguir la mayor representación posible de los pueblos del Mesogeios, pues mi interés no estaba únicamente en la Hélade, sino también en los que serían embajadores por parte de los Fenicios, razón por la que hice ver a Temístocles que la creación de una flota ganaría en importancia si se empleasen las técnicas fenicias y sus famosas maderas de cedro del Líbano, consiguiendo que éste invitase al cónclave a Joseph (o José, como prefería ser llamado) de Biblos y Adón de Tiro.

El ataque persa a Eretria fue el detonante definitivo para concretar la reunión en la isla de Delos, templo oracular de los gemelos Apolo y Artemis. Llegado el día de la ansiada reunión, y tras las presentaciones oportunas a los anfitriones comencé a departir con algunos de los primeros convocados en llegar a la isla.

Como idea fundamental, aparte de la protección de Joseph de Biblos y su familia (la principal tarea por ÉL encomendada) era la oficialización del culto a los Misterios Eleusinos, para lo cual había planteado el siguiente argumento, tras meditar junto a ÉL: primero explicar la diferencia básica entre nuestro culto y la mayor parte del resto de religiones, consistente en la aceptación como seguidor a cualquier persona (excepto criminales y asesinos), independientemente de su condición en la escala social o económica, fuesen hombres, mujeres o niños; esto fomentaba sin duda alguna que el número de adeptos fuese muy grande en relación al de otras religiones, y seguía experimentando un gran crecimiento. Tras ello, indicaba que los días de celebración de nuestro culto corresponden con los siguientes a la cosecha, por lo que el grano y frutos se hallan almacenados y, estando la cosecha asegurada, proporcionar esos días libres a las personas (sobre todo trabajadores del campo) no perjudicaría a ninguna Polis, sino más bien al contrario; puesto que estas personas verían esos días oficiales de festividades como un reconocimiento y una recompensa del resto de la sociedad respecto a su trabajo, proporcionándoles un merecido descanso y tiempo de ocio que, además, les haría retomar sus tareas (una vez transcurridas las festividades) con mayor ilusión y ahínco. Tras ello, adelantaba, a grandes rasgos, el contenido de la profecía que tenía intención de leer en la primera Asamblea insinuando la gran influencia que nuestro culto podría tener sobre la gran cantidad de seguidores, y de cómo una persona sería siempre mas eficiente y eficaz si cree en lo que hace y se siente valorado y reconocido por ello a nivel social, que si se les trata despectivamente y/o se les obliga a ello.


Para ello, junto con Hyerón de Crotona (sacerdote de los Tres Grandes así como del culto a Dionisos) y Gelón de Siracusa (Daduco de los Misterios Eleusinos), habíamos decidido efectuar esa noche una celebración privada en la que mostrar a unos pocos elegidos de entre los invitados al cónclave (a los que iríamos seleccionando a lo largo de la tarde), parte de los ritos públicos de los Misterios Eleusinos (en honor a Deméter y a Perséfone), así como del culto a Dionisos, para tratar de convencerles para incluir ambos cultos en el calendario oficial religioso de la Hélade.

Temístocles fue mi primer interlocutor, con quien hablé sobre su estrategia respecto a la construcción de una flota, alabando la idea pero revelándole que, aunque de gran importancia para la derrota persa, no debía dejar de lado al resto de estrategas. Para ello, le permití leer la profecía que yo pretendía leer durante la Asamblea del día siguiente, y le hice ver que el tiempo contaba en nuestra contra para la construcción de una flota tan grande como la que mi visión otorgaba al enemigo, y que necesitaba una enorme cantidad de recursos materiales y humanos. Respecto a los materiales, expresé que los fenicios eran especialmente conocidos por su madera de cedro (de excelente calidad), aunque para acelerar la construcción de los barcos, tal vez podrían aprovecharse otras fuentes de madera más cercanas, como Esparta o Épiro. En cuanto a los recursos humanos, le mostré que no sólo serían soldados los que necesitase, sino leñadores, carpinteros, ebanistas, marinos y marineros, agricultores y recolectores para avituallar las naves, y un sinfín de personas con las que, en un principio, no contaba. Aquí fue donde introduje el culto a los Misterios Eleusinos como medio de llegar a estas personas, siempre y cuando él apoyase la propuesta de Eleusis en la Asamblea, y hablase con el resto de atenienses para que hiciesen lo propio, cosa con la que se mostró muy de acuerdo. Le recordé que los asuntos religiosos se deberían votar antes que el resto, como simple indicación de que, aunque no firmásemos ningún acuerdo escrito, daba por hecho que nuestro apoyo sería mutuo. Antes de acabar nuestra reunión, invité a Temístocles a participar en una celebración privada (secreta para los no convocados) como muestra de los rituales públicos que los responsables de los cultos Eleusinos y Dionisiacos íbamos a celebrar esa noche, a fin de que pudiese comprobar de primera mano cuanto de los Misterios Eleusinos le había contado, aceptando él a su vez la invitación.

También Milcíades fue objeto de diálogo, tanteándole acerca de sus ideas sobre la estrategia sobre los persas (se mostró muy cauto a la hora de expresarlas, alegando que no podía pronunciarse hasta tener todos los datos sobre la mesa) e invitándole a reflexionar sobre la estrategia de Temístocles para la construcción de una flota, a fin de evitar un posible ataque por mar, y haciendo especial hincapié en la necesidad de unir a todos los pueblos de la Hélade, no sólo por mera conveniencia, sino respetando a cada uno de ellos, y teniéndolos en consideración no únicamente por su valor militar y que, una vez unificados, también se deberían defender los intereses de tales pueblos, puesto que los persas no eran nuestro único enemigo.

Poco después, dada la innegable la necesidad de madera para la construcción de la flota griega, me entrevisté con Adón de Tiro para tratar de alcanzar algún acuerdo al respecto, encontrando una actitud muy favorable al respecto por su parte, llegando incluso a mencionar la posibilidad de fabricar parte de esa flota en sus propios astilleros (lo que reduciría costes y tiempo). La posición del fenicio siempre fue favorable a la unión de los griegos contra los persas (obviamente, donde hay guerra hay negocio). También se mostró favorable a apoyarnos, en cuanto a la oficialización de los Misterios Eleusinos se refería (bajo los mismos argumentos expuestos a Temístocles, con la salvedad que no mostré ni mencioné –por razones obvias – el contenido de la profecía). A causa de la influencia que Adón tenía sobre Joseph, y mis dudas acerca de lo estrecho del contacto entre Moloch y éste (como sacerdote suyo), también le invité a la celebración privada, como medio de demostrar el contacto real con las dos Diosas, invitación que aceptó inmediatamente.

Al rato, advertí la presencia de Píndaro de Cinocéfalos (iniciado de nuestro culto) y, dada su proximidad a la Reina Madre Eurídice de Macedonia, me pareció adecuado exponerle los motivos sobre la petición de oficialización de los Misterios Eleusinos, pidiéndole que le transmitiese a Eurídice tales argumentos y propiciase una reunión entre nosotros.

Ya bien entrada la tarde, encontré a Anaxágoras, a quien también tenía intención de invitar a nuestro secreto evento, con la esperanza de hacerle ver que lo divino sí existe. Conociendo de su escepticismo, comencé filosofando sobre el todo del que formamos parte, y que así como el concepto de hombre engloba todas sus características, pero cada hombre destaca por alguna de ellas, también existía un Ser Superior, perfecto en sí mismo, y que las deidades que los hombres adoraban no eran más que reflejos de las características y/o carencias que buscaban suplir. Anaxágoras se mostró muy en línea de este pensamiento, por lo que le invité a la celebración para que él mismo pudiese llegar a la iluminación, y tal vez obtener así una revelación al respecto, cosa que aceptó con gusto. Naturalmente, dada su ya minada reputación en el mundo griego por su público descreimiento ante los dioses, así como su muy particular forma de pensamiento y de expresarlo (acertado en muchas cosas, muy a pesar de sus detractores), le indiqué que no comentase los términos de nuestra conversación para evitar que nadie le señalase como impío.

Al borde del anochecer, poco antes del debate que iba a tener lugar, pude hablar con la Reina Madre Eurídice y, habiendo sido puesta en antecedentes por Píndaro, consideré que su presencia en el evento podría dar también sus frutos. Eurídice aceptó la invitación de buen grado.

Recién caída la noche, cuando la luna aún se ocultaba bajo el horizonte, tuvo lugar el debate para decidir el sistema de gobierno más adecuado en caso de formarse una liga helénica para luchar contra los persas. Los representantes de las diversas polis fueron exponiendo sus argumentos pero, ante una inesperada intervención de la Pitia, los anfitriones determinaron que los dioses se habían pronunciado y que la monarquía sería el método de gobierno de la liga, acallando tajantemente cualquier tipo de protesta o discusión al respecto.
Durante todo el debate, las actuaciones de ambos sacerdotes de Apolo (Jasón Délico y Anastasio Apolíneo) me resultaron chocantes, en tanto parecían hablar por sí mismos más que por la iluminación de su dios, y parecían mostrar una excesiva rivalidad.

Al finalizar el debate, me dirigí a Sotiria, quien estaba acompañada de Jasón y les insinué que había notado que Anastasio no parecía realmente estar conectado con Apolo, cosa que me preocupaba dado que se encontraba en su propio templo. También le pregunté a la Pitia si había algo que la preocupase especialmente, pues después de tanto tiempo, la notaba sensiblemente cambiada, pero sus respuestas en ambos casos fueron un tanto vacías.

Los anfitriones advirtieron sobre el mal augurio de la luna llena – el Ojo de Cronos/Moloch-  sobre el cielo, solicitando a todos los presentes que se dispusiesen a ir a sus correspondientes aposentos.

Antes de retirarnos, pedí a los anfitriones que incluyesen en el orden del día de la primera Asamblea a celebrar al día siguiente los puntos correspondientes a la inclusión de las festividades de los Misterios Eleusinos en el calendario oficial, la lectura de la profecía que yo portaba, así como un juicio por asebeia (aunque no revelé contra quien, al haber varias personas susceptibles de ser juzgadas, y prefería poder resolver tales asuntos sin llegar a un juicio público).

Una vez los asistentes al cónclave fueron acudiendo a sus correspondientes aposentos, Hyerón, Gelón y yo comenzamos con nuestra celebración, haciendo que nuestros invitados vistiesen de negro, encapuchados y enmascarados (tal y como nosotros mismos) de forma que entre ellos no pudiesen reconocerse de forma evidente. Tras un breve ágape común, de nueve invitados, cuatro (Anaxágoras, Adón, Temístocles y Jasón Délfico) se retiraron conmigo para meditar en torno al dorado estandarte que representaba la espiga, símbolo de Deméter, hasta alcanzar la iluminación con la materialización de la propia Diosa, exhortándoles a apoyar nuestra causa, así como la unión de todos los pueblos de la Hélade (y otros del Mesogeios) como único modo de vencer a los medos. Tras ello, la diosa me entregó un manojo de espigas de trigo de oro.

El resto de invitados se quedaron con Hyerón y Gelón (curioso por participar del ritual dionisíaco, a sabiendas de las diferencias respecto al de los Misterios Eleusinos), cuya forma para llegar al pretendido estado divino pasa por la enajenación producida por la ingesta de ciertas bebidas y drogas, seguidas de danzas incontroladas y música hasta alcanzar el “entusiasmo”, cosa que acabó por atraer la atención del resto de personas que en esos momentos yacían en sus habitaciones (por suerte el ritual ya había finalizado con el esperado resultado).

Dada la advertencia hecha por los anfitriones (el mal augurio), disolvimos la celebración para evitar que nuestros invitados pudiesen verse perjudicados, volviendo a nuestros aposentos ocultándonos en las sombras que los árboles proyectaban aquella noche.




El sol se alzaba sobre el horizonte cuando me levanté del jergón para vestir la túnica, cinturón y strophion, y asir mi bastón. Esa mañana se celebrarían los agones, y estos eventos siempre resultan propicios para conversar con unos y con otros, y aun había muchos asuntos que atender.

En primer lugar, partimos en procesión desde el templo de Apolo portando nuestros estandartes y ofrendas a los anfitriones. Por parte de Eleusis, Esquilo portaba el estandarte, consistente en una espiga dorada de trigo adornada con una espiral de seda azul, en representación de los ciclos naturales que Deméter y Perséfone personifican, mientras que yo portaba como ofrenda un plantón de uno de los olivos sagrados que crecen junto a nuestro templo en Eleusis. También me pareció adecuado ofrendar a los anfitriones las espigas de oro que Deméter me entregara la noche anterior, como muestra de la importancia que para nosotros tenía la oficialización de nuestro culto, tal y como la Diosa revelase durante nuestra iluminación.

Finalizada la presentación de estandartes y entrega de ofrendas, los anfitriones procedieron a inaugurar los agones, anunciando los equipos que se habían formado: de cuatro personas en el caso de la carrera de relevos, y de dos en el salto de cuerda y lucha de escudo y lanza, siendo individuales el resto de competiciones (lanzamiento de disco y gallinita ciega).
La primera competición fue la carrera de relevos, en la que me alegré de contar con Milón (excelente atleta), Lampito de Esparta (cuya fama como deportista también le precedía) y a José de Biblos (una casi invisible sonrisa aparecía en mis labios al reconocer los pequeños actos que ÉL puede convertir en grandes oportunidades).

La razón de traer a ambos fenicios hasta Delos formaba parte de mi misión: tras la muerte de su padre en circunstancias un tanto oscuras, José de Biblos, debido a la división de su Fe entre las enseñanzas de su padre (hebreo de nacimiento) y la de su madre (seguidora de Moloch), y alguna que otra banal circunstancia, había sido exhortado por Adón, el sacerdote de Moloch a sacrificar a su hijo primogénito (aún nonato, pues su esposa se hallaba en estado) a fin de purgar sus presuntas impiedades, promesa que José había realizado muy a su pesar, con tal de librar a su familia de todo futuro mal. Es por ello que ÉL me envió para mostrarle de nuevo el camino y renovar su Fe, para quitar la venda que su madre y Adón habían tendido sobre sus ojos y evitar el fin de la línea de sangre de la tribu de Judá, pues como rezan las sagradas escrituras “… todos los primogénitos de los israelitas –tanto hombres como animales– son míos: yo me los consagré cuando exterminé a todos los primogénitos en Egipto.”

Así pues, los agones fueron el escenario perfecto para disponer del tiempo necesario para poder conversar con José, indagando sobre el estado actual de su Fe, para luego hablar de las grandes diferencias entre cultos tan cercanos como el de Moloch y el del pueblo hebreo y, en cambio, de los muchos parecidos con el culto Eleusino. La trivial conversación sobre religión se fue estrechando en torno a los lazos de José con la religión de su padre y, tal y como ÉL hiciese conmigo años atrás, fui vertiendo gotas de la Verdad sobre él, hasta que sus ojos, empañados por los molochitas, perdieron el velo que le impedía mantener su Fe en ÉL.
Fue entonces su familia su mayor preocupación, por lo que debía plantearse mantener su aparente postura frente a Adón, mientras pensaba en la forma de poner a salvo a su mujer y su hijo no nato. Esta inquietud se hizo más patente cuando notamos que Adón nos había estado observando.

Finalizados los agones, tuvo lugar la entrega de trofeos a los campeones: Esparta se llevó gran parte de los méritos, aunque Anacreonte de Lesbos fue la sorpresa de los juegos, al vencer en el lanzamiento de disco al mismísimo Milón de Crotona (resultaba difícil de creer que el delgado poeta hubiese vencido al recio veterano del deporte). Eleusis tuvo su pequeña parte de gloria con el segundo puesto en las carreras de relevos del equipo liderado por Esquilo, así como el hecho de haber ganado el juego de la gallinita ciega en equipo frente al resto de Polis.

Otra situación que creó cierto revuelo fue la iniciación de Despoina Afrodisias, novicia del templo de Afrodita asentado en Corinto. Ésta debía elegir al campeón de los agones de entre los diversos galardonados tras realizar un sensual baile. Despoina, después de pasearse frente a los asistentes, provocativa cogió a Leónidas I de Esparta por su mano y tiró de él, quien le siguió sin oponer resistencia alguna, con una elocuente sonrisa en su rostro. Varios miembros de la comitiva de Corinto se acercaron con grandes telas que usaron para cubrir a ambos mientras yacían juntos, mientras todos presentes coreaban el acto.
Algunos, como Damocles de Mileto, aprovecharon para dirigirse a la Reina Gorgo, regodeándose sarcásticamente de lo que allí acontecía. Aunque Gorgo me resultaba un tanto insolente, mi Ira hizo colocarme delante de Damocles, y los que junto a él se mofaban de Gorgo (quien miraba impasible, aunque con un notable enfado en su semblante, hacia las ocultas figuras que se movían tras las telas) y, de forma tajante, censuré las palabras y acciones de los presentes, y exigiéndoles el debido respeto a aquella mujer. Todos callaron; Damocles, en un susurro, reconoció su falta y se alejó del lugar y con él, el resto. Gorgo agradeció estoicamente mi gesto.

Según iba oyendo acerca de los negocios de Adón, quedó de manifiesto que habían otras dos razones para su acercamiento a los pueblos griegos: el deseo de que la Hélade reconociese a Cartago como enemigo (puesto que eran también sus enemigos naturales) y su intención de ampliar el poder de Moloch (Cronos para los griegos) contando la versión fenicia de éste dios, haciéndole parecer menos cruel a nuestros ojos; de hecho, en muchas de sus negociaciones solía pretender incluir la edificación de un templo a Moloch a cambio de sus servicios y/o suministros comerciales. Una de mis mayores sorpresas fue saber que el propio Anastasio Apolíneo había llegado al acuerdo de construir un tempo a Moloch en la misma Delos a cambio de que los fenicios construyesen un puerto comercial y almacenes, aunque más sorprendente resultó que Selene Délica se mostrase tan molesta con el asunto (ya se estaba estudiando la posible asebeia Anastasio) hasta que ella misma, horas después, ratificase aquel acuerdo a cambio de otros servicios del fenicio.

Por ello, durante la comida tras los agones, provoqué que una plaga de arañas apareciese sobre la comida de Adón, no por causarle mal alguno, sino para que se manifestara como un mal augurio y sus argumentos en favor de Moloch/Cronos perdiesen influencia sobre sus interlocutores. La Pitia fue la primera en reaccionar de la manera esperada, pero nuevamente Anastasio Apolíneo buscaba una excusa para evitar el descrédito de su nuevo “aliado”, asegurando que se trataba de una bendición de la tierra. A pesar de ello, Adón se vio forzado a abandonar la estancia para evitar que aquel asunto llegase a mayores.
Molesto con la actuación de Anastasio, corrompí el agua de su cuenco para que desprendiese un terrible hedor y su color fuese como la podredumbre misma (aunque éste era el único efecto, pues la intención no era tampoco la de causarle daño, sino la de tratar de mostrar un signo de su corrupción). Lamentablemente, en esta ocasión se interpretó (por él mismo y por la Pitia) como que era veneno (versión que Adón, experto en el tema, no tardaría en confirmarle más tarde a Anastasio). Sin embargo, alguien de entre los presentes sí supo que no se trataba de veneno (Phoebus, sacerdote de Zeus proveniente de Épiro, quien más tarde así me lo indicaría, habiéndole puesto en alerta sobre las “predicciones” del anfitrión).

Precisamente, la pareja formada por el príncipe Admeto y el sacerdote Phoebus me llamó mucho la atención, pues en mis recientes viajes por la Hélade tuve ocasión de conocerlos a ambos, y me resultó curioso que se hubiesen presentado en Delos intercambiando sus papeles, lo que aduje a un temor por su parte de ser atacados por alguno de los convocados a la isla.
En principio, traté un contacto sutil con el verdadero Admeto, pero éste prefirió proseguir con su farsa. Más tarde me dirigí a Phoebus (cuya poderosa fuerza mística destacaba grandemente entre muchos de los sacerdotes asistentes al cónclave), quien sabiendo que no podía ocultar ante mí (dada mi reciente estancia en Épiro) su verdadera personalidad, me confesó que el intercambio de roles se había llevado a cabo por temor a un atentado contra el príncipe, por ciertas agresiones sufridas pocos días antes de su partida (aunque no tenían sospecha alguna de quién podría ser el responsable). Agradeciendo su sinceridad, le ofrecí mi apoyo en aquello que me fuera posible. Aproveché, cómo no, para pedir su apoyo sobre la causa de la oficialización de los Misterios Eleusinos, cuyos argumentos parecieron convencerlo.

Los gritos de algunos invitados ante la llegada al puerto de un barco egipcio con emisaria egipcia que pide hablar con Gorgo de Esparta (alegando que son amigas de la infancia) y que dispone de información muy importante que sólo le revelará a ella. Gorgo aparece acompañada por Selene, quien le concede permiso para quedarse. Más tarde sabríamos que la egipcia venía a avisar sobre una flota egipcia enviada hacia el sur, posiblemente hacia Cartago.

Durante la tarde, firmé un acuerdo de apoyo mutuo con la representante de Macedonia (la Reina Madre Eurídice) consistente en el apoyo de Macedonia a la oficialización del culto a los Misterios Eleusinos, así como la construcción de un templo dedicado a las Dos Diosas (en la que también se celebrarían nuestros ritos) a cambio del apoyo total e incondicional por parte de Eleusis para que Macedonia fuese adecuadamente considerada como parte de la nueva liga.

Un acuerdo similar (a excepción de la parte del templo) firmé junto a Etheloisa de Lesbos, garantizándonos nuestro respectivo apoyo.

Al poco tiempo, reunido con José y Adón, comentando las reticencias de Temístocles a negociar con los fenicios respecto a la construcción de la flota (cosa sorprendente considerando que Temístocles era -casi- el principal impulsor de la idea de la flota), así como la negociación hecha con Anastasio Apolíneo sobre la construcción de un puerto comercial (con almacenes y tinglados) en la propia isla de Delos (Adón no hizo mención al templo en honor a Moloch), los fenicios me propusieron firmar un acuerdo en el que ellos apoyarían la oficialización de los Misterios Eleusinos a cambio de que Eleusis, gracias a la gran influencia que podía tener sobre cierto sector de la población, se convirtiese en patrocinador del puerto comercial de Delos (un vez finalizada la contienda contra los persas), de forma que los fenicios aportarían los materiales, y Eleusis (a través de su culto) la mano de obra necesaria. Yendo aún más lejos, y temiendo que Temístocles no negociase con los fenicios acerca de la madera necesaria para la flota, propuse a los fenicios que construyeran barcos en sus propios astilleros y nos proporcionasen madera para construir nuestros propios barcos en paralelo, así como la construcción de un puerto comercial, de similares características al de Delos, en Eleusis (garantizando la posibilidad de aprovisionar por mar a la flota y a los pueblos griegos de la costa); a cambio, Eleusis designaría públicamente a Cartago como enemigo (lo que favorecía enormemente a los fenicios, por ser aquellos sus enemigos naturales) e incluiría a los fenicios en cualquier tipo de liga comercial en la que Eleusis participase, dándoles un trato preferencial en los puertos correspondientes.
Llegados a este punto, Adón trató de incluir en el acuerdo la inclusión de un templo en honor a Moloch, pero le indiqué que, dada la actual situación, mezclar temas comerciales/militares con temas religiosos podría echar por tierra muchas negociaciones, por lo que se dejó fuera del acuerdo.

Justo en ese momento, la blanca figura de la diosa del destino Tyché se materializó en el camino, dirigiéndose hacia la multitud que se hallaba congregada cerca del templo de Atenea. Cuando llegó a su altura, sólo la Pitia y Leónidas la reconocieron y así se lo gritaron a la multitud, que se inclinó en señal de pleitesía, aunque la diosa parecía molesta por su falta de reconocimiento y los miraba con desdén hasta que se detuvo junto a Leónidas, le susurró algo al oído y desapareció por donde había venido.
Varios de los presentes trataron de convencer a Leónidas de que les contase qué había dicho la diosa, pero era como tratar de hablar con un muro.

Conversando con Phoebus, me indicó que había observado a Leónidas durante el tiempo que había estado en Delos, y que notaba algo extraño en su forma de actuar, parecía no importarle lo que se hablaba en las reuniones ni interesarse por las estrategias militares; se mostraba hosco con todos (incluso los de su propia polis). Luego, me comentó que era extraño que una diosa le hablase al oído a un mortal, y que sospechaba que Leónidas en realidad albergaba una presencia divina, como si un dios lo hubiese tomado por avatar. Agradeciendo la información, lo observé atentamente en varias ocasiones que me lo crucé paseando por los alrededores del templo, y advertí un cierto brillo dorado en su piel… parecía que las suposiciones de Phoebus no andaban desencaminadas.

Aproveché para aportar mis argumentos para la oficialización de los Misterios Eleusinos a los anfitriones (aunque por separado), dada la presunta asebeia que podía llegar a recaer sobre Anastasio.
Por otra parte, tras hablar con Selene Délica acerca de lo acaecido en Paros (contándome que fue testigo presencial de cómo Milcíades ejecutaba a su tía, antigua sacerdotisa de Deméter en aquel templo), le indiqué que el juicio por asebeia que se le practicó al estratega en aquel entonces me pareció una pantomima dado su estatus, pero que me comprometía a hacer que se arrepintiese de sus actos, realizase un ritual de expiación y se disculpase personalmente ante ella, pidiéndole a cambio a la anfitriona que apoyase la oficialización de los Misterios Eleusinos. Escéptica en principio respecto a lo que le proponía (en ambos sentidos), acabó por acceder a ello.

Así pues, abordé nuevamente a Milcíades dejándole hablar sobre sus teorías acerca de la estrategia a seguir contra los persas mientras caminábamos hasta distanciarnos lo suficiente como para no ser vistos. En ese momento, le pedí explicaciones sobre sus actos en Paros, y me contó que no recordaba nada desde el momento en el que puso sus pies en el interior del templo, y que su única intención era poner a salvo las reliquias que allí se encontraban (a pesar de la negativa de la sacerdotisa) para evitar que cayese en manos enemigas. Le recriminé su acción y le señalé que su “enajenación” podría tratarse al enfado de los propios dioses, pero que existía un testigo presencial de la ejecución de la sacerdotisa de Deméter bajo sus propias manos, por lo que su ser rezumaba impiedad y, a pesar de tratarse de un reconocido estratega y militar ejemplar, no podía permitir que un impío liderase las tropas griegas, pues incurriría en la ira de los dioses. Ante aquello, Milcíades enmudeció por un instante y dijo que, a pesar de no recordar tal atrocidad, si realmente la había cometido se arrepentía de corazón. Por ello, le propuse la realización de un ritual de expiación y le expliqué que debería disculparse ante la que fuese testigo en su momento, ahora anfitriona en la isla de Delos, aceptando ambas cosas.
Realizado el ritual, le acompañé junto a Selene, ante quien se disculpó de forma sincera (aunque bien sé que aquella disculpa formal no podría reparar del todo el daño causado).

En ese instante, una estremecedora figura apareció cerca del templo de Atenea, dirigiéndose hacia Gorgo y señalándola con el dedo mientras la llamaba. Gorgo permanecía impasible frente a la figura, mientras trataba de ocultar, sin mucho éxito, un voluminoso objeto bajo su capa. La Pitia, ante la visión de la blanca figura comenzó a gritar a Gorgo que corriese, puesto que se trataba de Némesis, diosa de la venganza. Fue entonces cuando Gorgo, alertada por Sotiria, corrió para esquivar a la temible diosa.
Despoina Afrodisia se puso en medio de ambas gritándole a Némesis “Ahora no, aún no es el momento”… frase que me resultó de lo más peculiar: casi tanto como el resplandeciente brillo dorado que su piel desprendía...un segundo avatar. Hyerón también se enfrentó a la diosa Némesis, quien finalmente se marchó, no sin antes maldecir a Gorgo y a su estirpe.

Quise averiguar más sobre aquel encuentro, pero Gorgo pronto se vio rodeada por un nutrido grupo de gente, por lo que decidí ser paciente.

Dado el incidente, busqué a Leónidas para preguntarle por lo que la diosa Fortuna le había dicho, por si tenía algo que ver con lo sucedido a Gorgo. Inicialmente se negó a decirme nada, y le advertí que trataba de ayudar a su esposa frente a una diosa tan temible como Némesis. Aquello pareció afectarle algo más y, finalmente, me dijo que la diosa le había dicho que el tiempo se le acababa esa misma noche, que debía darse prisa (aunque no indicó en qué).
Mientras conversábamos, pude fijarme más detenidamente en el dorado brillo de su piel. Parecía mantener una lucha interna consigo mismo, como si una voluntad retenida tratase de salir a flote. Si había un dios dentro de Leónidas, sin duda se trataba de un guerrero…el propio Ares.

Más tarde, a solas, José me indicó que estaba haciendo todo lo posible por que los tratos de los fenicios que se cerrasen no incluyesen la edificación de templos a Moloch y, más importante, que había sobornado a un barco griego para que se dirigiese discretamente a Biblos para recoger a su mujer y llevarla hasta Eleusis, por parecerle aquel lugar el más seguro para ellos. Aquellas palabras eran el reconocimiento a la señal que ÉL me había enviado horas antes. Esto significaba que mi estancia en la tierra se agotaba, pero sentía que aún debía ayudar a reparar el tejido del tiempo que, paradójicamente, empezaba a resultar escaso para mí.

Pronto fuimos convocados a la primera Asamblea. Para la ocasión, había mandado coser un nuevo traje ceremonial, especialmente dedicado a llamar la atención de José, pues se trataba de un Efod hecho conforme a la tradición de la tribu de Leví, los sacerdotes del culto hebreo, con un cierto toque egipcio en el faldón. Al aparecer en la Asamblea cuando ya todos estaban sentados, pude notar las miradas de los presentes, pero especialmente me fijé en José, cuyo rostro expresaba lo que su voz no precisaba decir: reconocimiento; una muestra más de cuanto habíamos hablado anteriormente.
Como norma habitual, primero se había de tratar los temas religiosos. Así que leí la profecía que había traído conmigo. La profecía, aparte de contener un mensaje común, en sí era un compendio de sutiles señales dirigidas únicamente a aquellos que debían recibirlas. Las referencias a Cronos eran tanto para José (para enfrentarlo al sacerdote de Moloch y acabar de convencerlo para que no sacrificase a su hijo primogénito), como para aquellos causantes de la alteración temporal (para entonces ya tenía ciertas sospechas sobre Heródoto); las alusiones a la culpa, los mandamientos y el Ser Supremo -ÉL-, la gran Trinidad entre otros párrafos, estaban dirigidas a José y al reforzamiento de su Fe hebrea. La visión del mundo griego (incluso sus zonas más sagradas) arrasadas por los persas, era un golpe de efecto para que el último párrafo fuese especialmente tenido en cuenta, pues los dioses aludidos indicaban claramente que no había una única estrategia para vencer, que había que aunar fuerzas, pero que el golpe definitivo sería asestado por un ataque en el mar.
La Pitia también leyó dos profecías que venían a refrendar la imagen que yo había expuesto a la Asamblea.
Acto seguido, procedí a solicitar la oficialización de los Ritos Eleusinos, comprobando con regocijo que la votación a favor fue unánime.
El juicio por asebeia (habiendo resuelto en privado el asunto referente a Milcíades, pero quedando pendiente el de Anastasio Apolíneo), decidí posponerlo a la segunda Asamblea, y así lo hice saber a los presentes, aduciendo que tenía algunos puntos aún pendientes de aclarar.

Tratados ya los temas religiosos, comenzó el diálogo entre las polis acerca de la forma de elegir al Monarca de la nueva liga, qué funciones tendría (tanto el monarca como la liga) y qué naciones pasarían a formar parte de ella.
Atenas estaba en claro desacuerdo con lo anunciado en el debate al respecto, pero los anfitriones se mantuvieron firmes en cuanto al sistema de gobierno designado por los dioses, pidiendo que se centrasen en los temas realmente importantes.

Mientras los representantes de las diversas polis se alzaban y hablaban unos con otros, Hyerón se acercó a mí indicándome que me sentase junto a su acólita, petición que atendí con cierta curiosidad.
Ariadna de Crotona me susurró que había oído mi profecía, y que pensaba que teníamos mucho en común: me confesó ser una tejedora y haber viajado en el tiempo, creyendo que yo mismo era de la misma condición (mi “profecía” ofrecía sus primeros frutos, mostrándome a una de las personas que habían alterado el tejido del tiempo). La miré con mi sonrisa más paternal y le conteste: “No, no soy un viajero del tiempo. Yo soy atemporal”, sabiendo el estupor que tales palabras causarían sobre ella.
Aprovechando su sorpresa y temor, le inquirí sobre quién le acompañaba en su viaje (aludiendo a Heródoto), y viendo como mi baza se confirmaba.

Nuevos gritos desde la zona del puerto alertaban de la llegada de un barco del que descendió un emisario persa, que portaba las cabezas decapitadas de monarcas de otras naciones, y pedía que se le diese tierra y agua en señal de obediencia a su señor. Se armó un gran revuelo a su alrededor, muchos de los presentes le gritaban y trataban de agredirlo hasta que, finalmente, Leónidas, Hipsíquides y Gelón arrojaron al emisario al fondo de un pozo. Selene Délica comenzó a gritar por el sacrilegio cometido en la sagrada isla, donde no estaba permitido ni dar ni quitar la vida. Los anfitriones nos pidieron volver al ágora para pedir perdón a los dioses y ofrecer sacrificios de animales para limpiar la impiedad cometida. Me acerqué a los anfitriones y me ofrecí a realizar un ritual sobre los tres implicados en la muerte del emisario, sin necesidad de efectuar sacrificio alguno, cosa con lo que Selene se mostró muy de acuerdo, indicando que ya se había derramado suficiente sangre.

Me llevé aparte a Leónidas, Hipsíquides y Gelón, acompañado por Selene, y les realicé el mismo rito de expiación que le practicase a Milcíades en su momento, haciéndoles jurar por lo más sagrado que nunca volverían a mancillar suelo sagrado, y que siempre respetarían a los sacerdotes, sus templos y sus decisiones sobre ellos, tras lo cual, nos reunimos con el resto del grupo.

En esos momentos, los anfitriones anunciaban una pausa de la Asamblea para acudir a la cena, tras la cual se reanudaría la misma.
Aprovechando la ocasión, me llevé aparte a Ariadna y Heródoto (así los llamaré, pues sus nombres reales corresponden a tiempos aún por venir) para que me contasen su historia, y porqué habían causado la ira de Cronos. Así pues, me explicaron que provenían de un futuro lejano (más dos mil años) en el que habían empleado una máquina para retroceder en el tiempo y salvar a dos personas muy importantes para ellos, pero la máquina no funcionó como esperaban y aparecieron en Roma (una nación que se sobrepondría a la Hélade en el futuro). Gracias a sus dotes como druida celta (sacerdotisa de un culto que me resultaba desconocido) de Ariadna, y a los conocimientos de Heródoto sobre lo que él llamaba “historia antigua”, consiguieron sobrevivir, aunque causando ciertos cambios en los sucesos que deberían haber pasado, y que no fueron así a causa de su intervención. Con el tiempo, ambos se enamoraron y engendraron una niña que, siendo aún un bebé, demostraba tener la habilidad de tejedora de su madre, pero con un futuro poder equiparable al del propio Cronos (o Saturno, como decían que se le conocía en aquel entonces). Es pues de entender que este cruel dios tratase de aprovechar que el tejido del tiempo estaba dañado para salir de su prisión y hacerse con la niña para su venganza de los Olímpicos.
También me contaron que habían dejado a la niña en esa Roma (unos quinientos años en el futuro) para venir hasta este tiempo a fin de conseguir dos objetos de poder que requerían para poder hacer un último viaje que los llevase a un tiempo futuro en el que los dioses (fenicios, griegos o romanos) hubiesen sido olvidados por el hombre. Su viaje les hizo atravesar el Tártaro, donde el propio Cronos y sus furias les persiguieron implacables, hasta que Apolo se apiadó de ellos y los sacó de allí.
Aún así, su revelación más sorprendente fue que su aparición en la Hélade fue en Crotona, en la cueva sagrada donde Hyerón rendía culto a los tres Grandes (ahora sí entendía su oportuna “epifanía), y que él les había ayudado a llegar hasta aquí, pues en Delos es donde hallarían los objetos que buscaban.

Hice venir a Ariadna y Heródoto conmigo para encontrarnos con Hyerón y, una vez puesto al corriente, me indicó que la ñeraunia, uno de los objetos de poder (una roca mística marcada con el rayo de Zeus) ya estaba en su poder, escondida en el bosque, y que el segundo objeto de poder era el escudo de Gorgona que Gorgo custodiaba celosamente desde que Némesis fuese tras ella.
Dado que íbamos a necesitar toda la ayuda posible, acudimos a Phoebus y le explicamos a grandes rasgos la situación, quien se prestó a unirse a nosotros.
Nos dirigimos hacia el lugar donde Gorgo se hallaba, y le pedí que me hablase sobre el objeto y la posible causa de que Némesis la hubiese perseguido. Gorgó relató que, pocos días antes de su partida hacia Delos, este escudo (herencia de su madre) había sido mancillado con sangre, y que ella se había limitado a lustrarlo (para lavar su impiedad) y traerlo consigo.
Le expliqué que el escudo era un objeto muy poderoso y que era necesario para poder cerrar el tejido del tiempo a través del cual Cronos pretendía salir y le pedí que nos lo entregase, bajo la promesa de devolvérselo. Ella se negó, consintiendo tan sólo en ayudarnos, siempre y cuando ella fuese con el escudo, a lo que accedimos, no sin antes explicarle que pondría su vida seriamente en peligro.
Aprovechando que la cena aún se alargaba, decidimos ir al bosque y recoger la roca mística y buscar el lugar adecuado para que la tejedora pudiese efectuar el ritual. Por desgracia, la luna llena (el ojo de Moloch) se alzaba sobre la copa de los árboles y nos iluminaba cual antorchas, viendo varias sombras moverse cerca de donde estábamos. En esta situación, pedí a Hyerón y a Heródoto que buscasen unas capas negras mientras Ariadna y Gorgo se distanciaban, poniéndose a salvo, y Phoebus y yo nos quedamos guardando los objetos.

Cuando Hyerón y Heródoto regresaron, recogieron los objetos y se deslizaron entre las sombras para cambiar los objetos de ubicación, al tiempo que Phoebus y yo hacíamos una batida con intención de amedrentar a quien nos estuviese siguiendo y evitar que encontrasen los objetos. Vimos pasar a varias personas, pero ninguna tomaba caminos cercanos salvo en una ocasión, en la que encontramos a Damocles en medio del bosque, cerca de la zona donde se guardaban los tesoros de las distintas polis. Enfrentados a él, Damocles se mostró sorprendido, aunque trató de comportarse con normalidad aduciendo que había acudido al bosque a “aflojar la vejiga”. Aunque su actitud nos resultó sospechosa, nos retiramos del camino y le observamos mientras parecía dudar entre seguir en el bosque o salir de él, optando finalmente por esta opción.

En cuanto Hyerón y  Heródoto volvieron y nos indicaron dónde habían escondido los objetos (a un lado del camino, a mitad de la ruta hacia el puerto), decidimos separarnos hasta que el momento fuese más propicio.

Decidí acudir a mis aposentos y quitarme el Efod, para vestir mi capa negra (un largo himation con una capucha oculta), que me permitiría más tarde pasar desapercibido en el bosque, pero antes, al pasar junto al templo de Apolo, me encontré a Sotiria y Jasón: la Pitia no paraba de decir “los dioses están entre nosotros ¿no ves cómo brillan?”. En ese instante, Anacreonte de Lesbos cruzaba la entrada, y la luz de las antorchas hacía brotar doradas refulgencias de su piel.

Al entrar en el salón donde se servía la cena, me encontré a solas con Despoina: su tez brillante la delataba una vez más y, sin estar completamente seguro de lo que iba a decir, me dirigí a ella y le pregunté “¿Es acaso Ares tu favorito?”. Divertido, observé la reacción de sorpresa de Despoina que, tras comprobar que nadie más nos escuchaba, se acercó inquisitiva. Le pregunté cuántos más habían venido y me contestó que tres, habiendo llegado antes que ella Ares y Apolo, pero que había sido incapaz de encontrar a éste último.
Reí discretamente, sabiendo que la pícara y caprichosa Afrodita, introducida en el envoltorio mortal de Despoina, se sentiría inquietamente curiosa.
Le dije que podía ayudarle a encontrar a Apolo (pues estaba claro, tras lo mencionado por Phoebus, que quien habitaba el cuerpo de Leónidas no podía ser otro que el propio Ares), pero antes quería que me respondiese si, en el caso de que Cronos apareciese en este lugar, los tres juntos podrían contenerlo. La respuesta era casi obvia, tres avatares no eran rival contra Cronos en su estado puro… aunque pensé que nunca está de más tener algo de ayuda adicional. Así pues, le rebelé a Afrodita que Apolo se hallaba en el cuerpo de Anacreonte de Lesbos (su cara era un poema y, de haber sido otra la situación, no habría podido reprimir una sonora carcajada).
Le pregunté por qué lo buscaba tan desesperadamente, y ella me enseñó un mapa del Mesogeios en el que se veían marcadas las distintas polis helenas, y me explicó que Apolo tenía la capacidad de mirar el mapa y encontrar un triángulo formado por tres polis de las cuales, un representante de cada era un traidor y trataba de evitar la creación de la nueva liga. También me confesó que Apolo no le haría caso ni leería el mapa, pues pensaba que ella (Afrodita) era la responsable de que Etheloisa de Lesbos hubiese bebido agua del rio Leto… dioses y hombres tienen algo en común cuando mienten, y estaba claro que su última afirmación era falsa, pero si existía la posibilidad de ayudar a la Hélade a detectar y detener a los traidores, bien valía la pena el intento. Así pues, tomé el mapa de manos de Afrodita y le dije que haría que Apolo lo leyese, pero a cambio ella me debería ayudar en caso de que Cronos o sus agentes tratasen de actuar.

Los anfitriones llamaban para continuar con la primera Asamblea y, al pasar junto a Selene, ésta me aseguró tener pruebas fehacientes de la asebeia de Anastasio, por haber robado objetos del tesoro sagrado, contando para ello con un testigo presencial. Así pues, le pedí que fuese ella quien formulase la acusación al inicio de la segunda Asamblea. Mientras volvía a mi asiento, y con el fin de evitar que Anastasio tratase de dar algún otro golpe de efecto, le hice enfermar de forma que, lentamente, se fuese encontrando ralentizando sus movimientos y minimizando sus intervenciones.
Pronto, Ares (o aquel al que los demás veían como Leónidas) empezó a aburrirse de tanta conversación, e interrumpía la asamblea pidiendo sangre y guerra. Incluso en una ocasión, un escudo se materializó en su brazo izquierdo y se levantó en dirección a los representantes de Atenas, increpándoles y arrojándole el escudo a Temístocles diciendo “Yo no necesito ningún escudo”.
Gorgo estaba estupefacta, y reprendía imperativa a Ares, quien le daba la espalda y la menospreciaba con un gesto de la mano. Ante estos hechos, Gorgo decidió tomar las riendas del asunto y anunció a la Asamblea que la representación de Esparta, a partir de ese momento, recaía en ella… no hay duda de que es una mujer de carácter, pero con una clara idea de cómo reaccionar ante la adversidad.

Entre curioso y divertido, me desplacé hasta sentarme junto a Ares, quien me miró de soslayo. Manteniéndole la mirada, con una sonrisa traviesa le dije “Me molas”, ante lo que Ares se mostró un tanto sorprendido. Esta frase, que usé con él en repetidas ocasiones durante la noche, me sirvió para romper el hielo y hacer que me escuchase, explicándole que debía ser comprensivo con los mortales puesto que no entienden el tiempo de la misma forma, que me alegraba de tenerlo por compañía aquella noche, y que pronto llegaría su momento (cosa que pareció agradarle).
Aun así, en un momento dado, Ares abandonó la reunión precipitadamente, hastiado de tanta palabrería, saliendo inmediatamente Gorgo en su busca.
Temiendo que Esparta perdiese su oportunidad de votar llegado el momento, debido a la ausencia de sus dos representantes oficiales, indiqué a Lampito que buscase a Gorgo para que la hiciese regresar a la Asamblea.
Cuando Gorgo regresó, hablé con ella para tratar de explicarle lo que en realidad estaba sucediendo con su esposo pero, al parecer, Él en persona ya se había disculpado (posiblemente Ares tuvo a bien concederle a Leónidas unos segundos de su propia conciencia) y se lo había contado.

Llegados al punto álgido de la primera Asamblea, se procedió a la votación de la creación de la liga helénica y las naciones que participarían en ella (por razones obvias, la mayor parte de naciones exigieron que los fenicios no tuviesen voto en este asunto, por ser un tema militar, y no comercial). El resultado fue el esperado: Unanimidad. Por fin, los helenos se unirían bajo un único mando y se malograrían los planes de persas y aliados.

Tras la adopción de esta decisión, se procedió a celebrar la segunda Asamblea de forma inmediata.
La primera sorpresa fue para el propio Anastasio Apolíneo (que ya se encontraba claramente desmejorado) al recibir la acusación de asebeia por parte de la propia Selene Délica, que anunciaba públicamente que Anastasio había estado robando objetos del tesoro sagrado (de lo cual tenía una testigo presencial, Thisíphone, la acólita de Artemisa) y que había estado visitando a una bruja en su isla natal. Anastasio, lejos de derrumbarse, acusó a su vez a la anfitriona de impiedad por el hecho de no ser virgen y de mantener una relación sentimental con el esclavo Silas, además de acusar a Tisíphone de ser una bruja, por un tatuaje que lucía en su piel.

El escándalo estaba servido pero, no contento con esto, me acerqué a Anacreonte (elegido como Poinikastas en el Debate de la noche anterior) y le susurré al oído “¿Cómo es que Apolo no puede arrojar su luz sobre todo lo que aquí se está diciendo?” Mientras le sonreía, podía ver como su dorada piel se perlaba de diminutas gotas de sudor, tratando de averiguar si realmente le había descubierto. Cuando le mencioné que Ares pronto empezaría a aburrirse y hacer de las suyas, sus dudas se despejaron (aunque se mostraba claramente sorprendido) y me indicó que no estaba aquí para mostrarse públicamente, pues otros asuntos le habían traído a la tierra, pero me confirmó que lo que ambos anfitriones era cierto: todos impuros e impíos. Entre todo el revuelo, Temístocles exhortó a Selene para que confirmase o denegase las acusaciones de Anastasio; ésta, tras un momento de duda, admitió haber mantenido una relación con el esclavo, pero confirmó haber sido expiada por la propia Diosa Afrodita (que traviesa y caprichosa, debía estar disfrutando enormemente).

Me alcé pues, y con voz firme para acallar al resto, me dirigí a Anastasio y le dije que el juicio por asebeia se celebraría, puesto que las pruebas en su contra así lo mandaban y el resto de los representantes griegos lo apoyaban. Anastasio bajó la cabeza y anunció que se sometería a tal juicio aunque, instantes después, se desplomaba inconsciente en el suelo (como resultado de haberlo hecho enfermar), y pensé que de esta forma nos librábamos de un conspirador o, al menos, de otras interrupciones para temas que requerían actuar con premura.

Mientras atendían a Anastasio, la segunda Asamblea pasó a tratar las aportaciones que cada polis haría a la liga: capacidad militar, localizaciones estratégicas, suministro de alimentos, información privilegiada, flota, etc, siendo los responsables de cada polis los encargados de enunciarlas.
Cuando Gorgo anunció que Esparta enviaría a los Homoioi y que acudirían en pleno a la batalla, un silencio plagado de murmullos se hizo en la Asamblea, pues suponía una temible fuerza de combate, aunque también jugarse a una sola carta la supervivencia de una dinastía completa.

El tiempo se agotaba: José me advirtió en varias ocasiones de que Moloch había contactado con Adón, dándole indicaciones de que un antiguo dios estaba en Delos, y que estaba siendo ayudado por otras personas (embaucadas bajo la falsa promesa de apaciguar a Moloch) para buscar personas que portasen símbolos extraños, y que habían reducido la lista a cuatro personas, de las cuales una era Ariadna (por sus tatuajes celtas) y otra era yo, por mi inconfundible bastón,  que no tardarían en venir por mí y que posiblemente no con muy buenas intenciones.

Aprovechando el momento, me acerqué a Apolo (que vestía el cuerpo de Anacreonte), indicándole que me había enterado que Etheloisa de Lesbos había bebido agua del río Leto, que aparte de hacerle perder la memoria, en teoría debería estar muerta (según tenía entendido, al tratarse de un río del Inframundo), pero que creía podría ayudarle a través de Hyerón de Crotona, sacerdote de los Tres Grandes (y siendo Hades uno de ellos, y Zeus otro, probablemente pudiese encontrar solución al problema). También le dije que me temía que Adón de Tiro fuese quien le hubiese proporcionado esa agua, para hacerla agente suya, puesto que se la había visto actuar de forma extraña, buscando un objeto de poder (al parecer, de acuerdo con Helena de Corinto). Le propuse pues, reunirnos con Hyerón y, mientras éste consultaba a los tres grandes para averiguar sobre la forma de ayudar a Etheloisa, que Apolo echase un vistazo al mapa que poco tiempo atrás me entregase Afrodita.
En ese momento, ÉL me envió una revelación: un dios del Olimpo había sanado a Anastasio… ya no importaba demasiado, pues había sido puesto al descubierto y quedaba pendiente de juicio por asebeia.
Acompañé a Apolo junto a Hyerón, a quien traté de convencer para que ayudase a Etheloisa, pero me indicó que era el momento adecuado para realizar el ritual para que la tejedora se reuniese con su hija y no podía hacer nada por Etheloisa en ese momento. Dado que Adón y quienes le acompañaban se hallaban cerca, decidimos separarnos, marchando Hyerón junto a Ariadna y Heródoto al lugar donde habían ocultado los objetos de poder, a fin de realizar el ritual; mientras tanto, pedí a Apolo que me acompañase a una de las estancias, así como a Afrodita (a quien encontramos de camino) y les pedí que esperasen allí mientras buscaba a Phoebus, sacerdote de Zeus, quien dado su poder tal vez podría ayudar a la causa de Apolo.
Salí de la estancia y me encontré a Selene, que me vino a decir lo que ÉL ya me había revelado sobre la curación de Anastasio, matizando que había sido Despoina (Afrodita, como no) quien lo había sanado y explicado que un antiguo dios era quien lo había maldito (traviesa diosa, que gusta sembrar la cizaña en momentos de aburrimiento). Dado que yo ya había advertido a Selene que sería yo quien me encargase de que Anastasio no fuese un problema, le expliqué que mi deidad me había dado “carta blanca” en el asunto de la asebeia, cosa que pareció calmarla un poco, aunque no disipó sus dudas.
En ese momento, vi a Phoebus y le pedí que me acompañase a la estancia en la que había dejado a Apolo y Afrodita. Una vez allí, le expliqué lo sucedido con Etheloisa y le pedí que consultase a Zeus qué podía hacer al respecto.
La puerta de la estancia se abrió de repente, y José apareció acalorado, afirmando que Adón me estaba buscando, y que se dirigía hacia aquí. Le agradecí la información y le indiqué que marchase.
“¿Dónde está Ares cuando se le necesita?”… Selene fue entonces quien cruzó el umbral; le expliqué brevemente que Adón estaba a punto de sacar a Cronos de su encierro, y que necesitaba a Leónidas, que se encontraba reunido con Temístocles en unos aposentos frente al que nos encontrábamos.
Ante la urgencia de mis palabras, Selene se ofreció a hacerle venir, pero decidí ir con ella por si Ares se mostraba reticente, indicando a Apolo, Afrodita y Phoebus que esperasen a mi regreso.
Encontramos a Ares, que terminaba su reunión con Temístocles, y le susurré al oído “Tu momento está a punto de llegar; sígueme”. Me miro sonriendo y me acompañó hasta la habitación donde el resto nos esperaban.
Expliqué la situación, a grandes rasgos a todos los presentes acerca del ritual que la tejedora iba a realizar para alejarse ella y su hija de Cronos, viajando a un tiempo en el que los dioses fenicios y griegos habrían sido olvidados, donde estarían a salvo. Afirmé que Adón era el principal instigador de que tal ritual no se terminase, y que las consecuencias de ello conllevarían la rotura del tejido del Tártaro, liberando a Cronos, quien devoraría cuanto encontrase a su paso.
Hice alusión a las palabras de Afrodita tras sanar a Anastasio sobre “un antiguo dios que ella desconocía”, y les expliqué que yo era tal dios, pero que existía un ser superior del que todos formábamos parte. Selene y Phoebus estaban pálidos como la luna, y los tres avatares me miraban entre la sorpresa y la incredulidad.
Es ahora cuando requiero de vuestra ayuda, pues si Adón descubre que se está celebrando el ritual en este mismo instante y trata de interferir en él, necesitaré tanto apoyo como sea posible”.
Ares abría y cerraba la boca, tratando de asimilar lo que le decía, así que le miré sonriente y le repetí “Me molas”…pareció relajarse, sonrió y dijo “no sé exactamente a qué te refieres, pero creo que tú también me molas”…estaba exultante pensando en la posibilidad de una épica batalla.
Tomando mi bastón y apuntando con él hacia la puerta, les dije que si Adón o cualquier otro con dudosas intenciones intentaba entrar por la fuerza, me encargaría de ellos, y le pedí a Apolo que mirase el mapa, con el fin de encontrar a los traidores: aún encerrado aquí, podría hacerlos enfermar para que cayesen inconscientes y no pudiesen llevar a cabo sus planes y transmitir información al enemigo.
Tras un cierto tiempo, trazó una línea entre una antigua polis llamada Sibaris (cercana a Crotona), Mileto y Esparta.
En ese momento, se oyó cierto revuelo afuera; Selene salió para indagar y volvió apresuradamente para indicar que Adón había encontrado a la tejedora y se dirigía a la zona del ritual. Ante la premura, de los dos invitados provenientes de Mileto pensé en la sospechosa actitud que había denotado en Damocles en varias ocasiones, por lo que le pedí a ÉL que lo dejara inconsciente. Respecto a Esparta, Leónidas/Ares afirmó que Gorgo estaba fuera de sospecha, por lo que debía ser Lampito (a quien también hice enfermar, de forma que olvidase cuanto hubiese escuchado en las reuniones). Quedaba Sibaris, pero no conocíamos a ningún invitado que proviniese de esta ciudad, aunque recordé el incidente entre Milón y su acompañante, y pensé que tal vez se trataba de una antigua esclava que buscase venganza… pero al no estar seguro, no hice nada al respecto.
Al momento, miré a los presentes y les exhorté a seguirme y evitar que Adón alcanzase su terrible objetivo.
Corriendo al frente de los tres Avatares y de Phoebus, alcé mi bastón para hacerlo pasar sobre todos aquellos que avanzaban hacia la zona del ritual gritándoles que regresasen si no deseaban perecer: la mayoría, oyendo tales palabras retrocedían de inmediato, pero la curiosidad humana es a veces mayor que el temor a la muerte, por lo que unos pocos continuaron avanzando tras nosotros.
Ya casi en la zona del ritual, escuchaba el cántico de la tejedora, los gritos de su compañero, y la voz de Hyerón tratando de ahuyentar el mal que allí se encontraba
Nada más llegar junto a él, avisté a Adón y a dos Furias de Cronos que trataban de atacar a Hyerón y a la tejedora, y que el sacerdote mantenía a raya a duras penas.
A mi espalda, escuchaba a Ares lanzando su grito de guerra contra los seres del inframundo.
A mi lado, Adón me habló con voz calmada tratando de convencerme de interrumpir el ritual, pues Moloch le había hecho saber que se sentía atacado y, de continuar, acabaría por desatarse y materializarse en este mundo. Empuñando mi bastón hacia las Furias, con voz inerte le contesté a Adón que se alejase o me vería obligado a hacerle lo mismo que a las Furias, al tiempo que invocaba las sagradas llamas de la fulgurante espada Justicia (dominio de Temis, diosa de la Justicia), cuya brillante luz hacia retorcerse y desaparecer primero a una y después a la segunda Furia.
Todos los mortales que presenciaron cómo la sagrada luz brotaba del extremo de mi bastón, quedaron cegados por un tiempo, salvo Adón, Phoebus e Hyerón (así como Ariadna y Heródoto, que continuaban realizando el ritual)
Hecho esto, me giré con el bastón en alto, me dirigí a Adón y le pedí que no se acercase a la tejedora, pues no tenía intención de aplicarle la justicia divina salvo que él mismo me obligase a ello. El fenicio retrocedió unos pasos sin dejar de murmurar que estábamos cometiendo un terrible error.
De repente, el llanto de una niña se oyó, al tiempo que la tejedora y su pareja suspiraban de alegría, desapareciendo a continuación, junto a Hyerón, a través de la grieta abierta en el tejido del tiempo, a través de la cual se oían los gruñidos de Cronos. Viendo que no se cerraba la grieta, Adón se lanzó a través de ella, desapareciendo de nuestra vista sin que pudiésemos detenerle y, decidido, Phoebus se lanzó tras él, pero no desapareció, sino que una poderosa aura dorada le rodeó, manteniéndole suspendido sobre la grieta e impidiendo que se hiciese más grande, aunque sin poder cerrarla.
Viendo que no podía hacer mucho más, e inspirado por ÉL, alcé mi bastón contra el ojo de Moloch (ahora en su cénit) e invoqué nuevamente la brillante luz de las llamas sagradas de la Justicia divina, cegándolo temporalmente, momento que aprovecharon los Avatares para ayudar a Phoebus a cerrar la grieta.

En ese mismo instante, una figura atravesó la grieta en nuestra dirección: era Hyerón, portando los dos objetos de poder (la roca de Zeus y el escudo de la Gorgona) quien, a la carrera, pronto se perdió de nuestra vista.

Fue finalmente Ares quien, a su más puro estilo salvaje, cerró literalmente a pulso la grieta mientras los abultados músculos de Leónidas crujían con el esfuerzo titánico.

Creyéndonos al fin libres de la amenaza de Cronos, regresábamos hacia el templo cuando oímos ruidos a nuestra izquierda: en el suelo, Hyerón yacía inerte mientras una Furia lo rodeaba acercándose cada vez más. Sin dudarlo un instante, hice que la Furia se consumiese bajo las llamas de mi bastón y me acerqué a mi buen amigo para comprobar con alegría que aún se movía. Puse mi mano derecha sobre su pecho, y le pedí a ÉL que sanase a tan gran hombre, y en su infinita bondad así me respondió. Junto a él, estaban los dos objetos de poder: tomé el escudo, lo metí en el saco con el que Gorgo nos lo entregó y lo guardé bajo mi capa.

Ya en pie y unido a tan singular grupo, nos dirigimos nuevamente hacia el templo cuando, al pasar junto al lago de Leto (en donde dio a luz a los dos dioses patrones de la isla), una oscura figura nos miraba desde el interior: Adón había salido del Tártaro a través de una antigua grieta de la isla; se miraba a sí mismo asombrado de verse con vida, mientras nosotros lo mirábamos con la desconfianza de encontrarlo como un avatar de Cronos. Finalmente, Afrodita lo ayudó a salir del tempo y Apolo habló a Cronos a través de la grieta para apaciguarlo, aunque Adón hubo de intervenir para que la grieta se cerrase definitivamente.

De vuelta a la zona de alojamientos, localicé a Gorgo y le pedí que subiera a sus aposentos conmigo; una vez allí, le hice entrega del escudo, tal y como le había prometido que haría una vez cerrada la brecha del tejido del tiempo.

Al bajar, llegando al templo de Apolo, los representantes de las distintas polis se arremolinaban en torno a la Reina Madre Eurídice de Macedonia y el príncipe Admeto de Épiro, quienes a voz en grito decían que abandonaban la liga porque no se respetaba a sus respectivas polis y se les usaba como carne de cañón frente a los persas, mientras Temístocles les increpaba por ello, puesto que no estaban respetando lo acordado en las asambleas.
A esto se refería Eurídice cuando acudió a mí horas antes a fin de que, en caso que alguien pudiese tratar de acusarla de asebeia, saliera en su defensa: una estratagema urdida para engañar a los traidores infiltrados entre los invitados, con el fin de que llevasen falsas informaciones a los persas.

Entre tanto alboroto, Ares subió al estrado y retó a Apolo a seguirle, y armados con sendas espadas, enfrentaron a sus avatares que bailaban entre cuchilladas que dejaban doradas estelas a su paso  (pues los dioses del Olimpo tienen sus propias rivalidades, a veces tan mundanas como las de los hombres).
Finalmente, Ares se impuso a su rival y, dejándolo tendido en el suelo, tendió la mano a Afrodita para abandonar el templo ante la atónita mirada de los presentes, puesto que la mayoría de los ojos que observaron aquel suceso sólo vieron a Leónidas y Anacreonte batiéndose en un duelo cuyo vencedor se llevó a Despoina consigo.

Recuperados de la sorpresa inicial, muchos acudieron en tropel para atender a Anacreonte, que estaba ileso y  algo confuso, pues parecía no recordar lo sucedido.
Al poco tiempo, Leónidas y Despoina entraban al templo, absolutamente desorientados… cosas de los dioses jugando con los mortales.

En mi profecía les hablaba de volver a la Edad de Oro, y en parte así ha sido, puesto que dioses y hombres han paseado y luchado juntos, aunque la mayoría de los mortales no ha tenido constancia de ello.

De nuevo sentado a su Diestra, Él asiente paternalmente y me regocijo con ello.
Había olvidado cuán efímero es el paso del tiempo para los mortales, no por el tiempo en sí, sino por las impedimentas de sus propios cuerpos.
Contento de haber cumplido con la misión que me fue encomendada, siento un atisbo de congoja por no haber podido hacer más, pero ya he vivido dos vidas humanas y mi estancia entre los que una vez fuesen mis iguales podría resultar perniciosa.

Por ello, cuando entre las nubes brotó el luminoso haz de luz, me hice uno con él, aunque algunas de las revelaciones sean parte de mi legado, para así atender los convenios establecidos con Macedonia, Lesbos y Fenicia, pero Esquilo tomará el testigo y será elevado a Daduco de la orden Eleusina según mis instrucciones, y se hará cargo del nuevo Tempo a Eleusis que se edificará en la capital de Macedonia. Estoy convencido que Esquilo será un buen apoyo tanto a nivel religioso como a nivel militar (la reina aceptará de muy buen grado los consejos de un marathonomacos como él), entre otras cosas.

Mientras el barco de Joseph (José de ahora en adelante, en honor a sus raíces hebreas) atraviesa el Mesogeios yendo en busca de su familia, acudo a él por última vez como una visión para indicarle sobre mi ascensión, asegurándole que en Eleusis le acogerán para recomenzar su vida (junto con su familia) como hebreo y continuar con la rama de Judea para que, tal y como ÉL me habló,  “El padre del padre del siete veces padre de José, que acogerá a mi hijo en la Tierra para salvar a los Hombres lleve de nuevo la pureza a su familia, pues la promesa que le harás de la venida de un futuro Hijo mío, debe de hacerle entender.”

Los Misterios Eleusinos ya son oficiales, y prosperarán de tal modo que acabarán por fusionarse en gran medida con la religión hebraica, hasta dar lugar al auténtico culto, que vendrá de la mano de los descendientes de José de Biblos, de la tribu de Judá.

Los pocos mortales (salvo José de Biblos) que llegasen a tener constancia de mi real naturaleza lo olvidarán parcialmente, dejando en sus mentes la simple sensación de que el Hyerophante de Eleusis fue un sacerdote poderoso (y por ende, su culto... que en su momento devendrá en algo más).

Por su parte, Ares, Apolo y Afrodita, una vez abandonados sus avatares y de vuelta en el Olimpo, tan sólo recordarán que un ser superior los une a todos como parte de sí mismo...aunque probablemente a Ares le ronden durante bastante tiempo dos palabras: “me molas”.

No habéis de preocuparos, puesto que Él seguirá observándoos, y yo a su Diestra, como valedores vuestros… aunque secretamente albergo la esperanza de que, algún día, mi Señor me encomiende volver de nuevo, y poder disfrutar de la efímera pero intensa existencia del ser humano.


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