Tras más de un año de soñar con cambiar los destinos de los helenos de hace 2500 años, estamos despertando. Para que sea un dulce despertar, algo deseable como me recomienda siempre Óscar, lo estamos haciendo entre todos y poco a poco. Aún nos queda la cena y cuando pase, tomaremos con fuerza los nuevos proyectos. Esos sueños construidos entre todos y para todos. Disfrutad.
Epílogo:
¡¡Por
fin!! Ha costado un poco poder relacionar todas las historias que me habéis
enviado, por sus diferentes estilos, casi tanto como imaginar el futuro de los
que no mandasteis nada. He hecho un gran esfuerzo y espero que perdonéis los
fallos o malentendidos. Al fusionar historias, a veces se tienen que cambiar
datos que son incompatibles y alguno se puede sentir molesto. No os lo toméis
así. Simplemente, disfrutad del relato de los colegas del vivo e imaginad el
resto.
Recomiendo leerlo en orden, porque sino habrá cosas que no entenderéis. He tenido que poner las fotos al principio, porque mi pc y el tamaño del documento, me gastaba jugarretas al mover las fotos de sitio. Sólo he movido algunas.
Hay
referencias sutiles en algunas partes del relato, sobre todo al final, que
posiblemente no pillaréis a la
primera. Si no lo hacéis en una segunda lectura, os ruego que
uséis los comentarios del blog o el Facebook para pedir aclaraciones. Iba a
poner notas aclaratorias, pero perdería el encanto.
Sólo
espero que os guste.
Os
vuelvo a recordar que la fecha de la cena post vivo es el sábado 3 de noviembre
y tenéis que confirmar asistencia para poder buscar local adecuado. Será el
momento perfecto para conseguir las ansiadas fotos.
Nota sobre las fechas: para facilitar la comprensión del epílogo, pondré las fechas acorde a la datación actual.
Crotona, Magna Grecia, año 444 a. C.
Heródoto tomó sus 9 rollos del mejor pergamino heleno y se dirigió a bendecirlos a la vecina Crotona. Había pensado que sería una buena idea el hacerlo antes de dejarlos en la Stoa Basileus de Atenas y se alegró de su decisión cuando vio una de las estelas conmemorativas del templo rupestre en honor a los Tres Grandes. Allí apareció por primera vez un nombre que llevaba décadas buscando en vano. Un extraño apelativo extranjero: Amy. Leyó atentamente el texto, aunque con algo de dificultad pues no estaba escrito en el actual dialecto. Se notaba cierto sabor añejo en las palabras usadas.
“Yo, Clío, tu amada
esposa, erijo a tu
sagrada memoria esta estela
en el temenos sagrado
de nuestro insigne templo,
para que las gentes
helenas no olviden tu
papel en los hechos
acontecidos, tanto en
la Hélade como en
las brumosas tierras del
norte a favor de
los Olímpicos. Hyeronimus,
que tu sacrificio
no sea vano y
la Gorgona reciba su
tributo y que tu
daimón llegue sin titubeo
a los Campos Elíseos
para que nos guíe
hasta ti. Amy y
Monty tampoco serán olvidados,
aunque lo intenten.”
¿Cómo aparecía ese nombre en aquel templo tras tantos años de búsqueda? ¿Por qué nadie se había fijado en esa pequeña estela? Era el nombre de uno de sus dos benefactores: un hombre y una mujer posiblemente. Le habían advertido de la guerra y le motivaron en su destino de vida: escribir historias de forma rigurosa. Y tras tantos años, ahora encontraba la primera pista… Un escalofrío recorrió el cuerpo del de Halicarnaso al darse cuenta que no era todo un sueño.
Los archivos del templo estaban custodiados por un joven llamado Anacleto, que decía ser nieto del antiguo sacerdote Hyerón, el de la
estela. Y le contó muchas historias, antiguas historias de tiempos pasados, historias que merecen ser recordadas, pero que jamás fueron escritas, puesto que sólo un hombre las escuchó y tuvo miedo que los Dioses se enfadaran con él. Pero que aún se escuchan sus ecos en las grutas sagradas de ese templo junto al mar que tantos prodigios escondía…
Las palabras que contó transportaron a Heródoto a Delos, a la formación de la Liga Ático-Délica previa a la fallida invasión persa, a muchas de las más importantes polis de la Hélade y a lugares y tiempos fantásticos. A veces, el joven contaba de memoria, pero otras echaba mano de antiguos textos, cartas e incluso contratos. Sin duda, era un narrador excepcional que guardaría memoria de muchos hechos y leyendas de otros tiempos.
Sus relatos completaron los datos y documentos que llevaba el propio historiador y entre ambos construyeron un gran relato.
Corte de
Siracusa, Magna Grecia,
año 481 a. C.
Las estrellas iluminan esta plácida noche, permitiéndome vislumbrar las murallas de Siracusa. A bordo de nuestro trirreme, cuando ya la tripulación duerme, es el momento de recordar todo cuanto me ha sucedido en el viaje al cálido arrullo de las olas. Sin duda, las Dos Diosas nos son favorables, puesto que los buenos vientos nos han acompañado en toda la travesía de vuelta.
Grandes hombres y mujeres he conocido en esta reunión. En estos tiempos convulsos de guerras y sangre, sin duda la historia ha de recordar lo sucedido en el templo de Apolo y la posteridad espera a una pluma hábil que lo plasme en palabras certeras y memorables, pero no seré yo quien lo haga.
A mi polis vuelvo con grandes y buenas noticias. Por fin, la Hélade reconoce a la pérfida Cartago como su enemigo, al mismo nivel que los medos. No serán solo mis ciudadanos los que mueran olvidados en el mar, defendiendo al resto de los helenos de los púnicos sedientos de mancillar nuestras ciudades. Una alianza helena nunca antes conocida. Una Liga Panhelénica, de Oriente a Occidente, va a presentar batalla ante los enemigos de la civilización. Púnicos y persas deberán rezar a sus dioses, pues la justa venganza se aproxima. La misma Némesis se ha presentado ante nosotros, como señal de lo que espera a nuestros enemigos. Pero esta vez mis tropas contarán con mayores y mejores recursos. Perros de guerra de Épiro y los famosos caballos de Macedonia nos darán una ventaja en tierra de la que hasta ahora carecíamos. Sin duda, la conquista de toda Sicilia será posible y, una vez que la isla completa esté bajo mi dominio, Cartago será la siguiente.
Esta Liga será dirigida por un único hombre, tal y como deseaba. Un tirano fuerte ha emergido, aunque para mi sorpresa no ha sido Leónidas ni yo, sino Temístocles, el ateniense. Por fin, los atenienses han decidido abandonar la absurda idea de un gobierno entre varios y han visto los verdaderos valores necesarios para la guerra. Una única voz, un líder que sepa actuar con celeridad y que no deba perder el tiempo valioso en escuchar otras voces que no sean las de los Dioses. Y un estratega que ha sabido granjearse mi alianza, puesto que he conseguido lo que me proponía. No partirá ninguno de mis soldados a dar su vida a lejanas tierras, ni contra enemigos que nunca nos han atacado. Temístocles ha reconocido que, frente a los de Cartago, mi voluntad será la Ley. Mi estrategia y mi flota llevarán la gloria de vencer a nuestros enemigos y seré el único responsable de la guerra con los púnicos.
Dejo en sus manos la responsabilidad de la guerra contra los persas, aunque he visto en sus ojos una voluntad de hierro y, sin duda, la propia Atenea está con él. Ya veremos cómo reaccionan los espartanos ante la idea de un ateniense como monarca en esta guerra. Tiempos interesantes se acercan en el Ática y, si los Dioses nos son propicios, este nuevo tirano ateniense puede ser un amigo con el cual repartirse el Mesogeios o un enemigo ávido de más gloria.
Temístocles ha aceptado mi idea de intercambiar estrategias militares, ya que, si nuestros enemigos comunes se han aliado, sus tácticas serán diferentes y necesitamos estrategos que los conozcan bien. Mi fiel Alejandro deberá partir hacia Atenas para obedecer las órdenes de Temístocles, pero sin duda me será útil informándome de todo cuanto allí suceda. No ha de partir solo, puesto que he decidido recompensarlo con la mano de una de las mujeres de mi familia. Sus acertados consejos a lo largo de esta reunión merecen un ascenso social
y viajará a la Ática como miembro de la casa de Gelón y no sólo como mi estratego.
Las dos Diosas estarán a mi lado en esta guerra, lo presiento. Al fin, su culto ha sido reconocido oficialmente, y sus fiestas serán también las fiestas de todos mis hermanos. He forjado alianzas con otras polis para extender su influencia, y nuevos templos se alzarán a lo largo de toda la Hélade.
Macedonia, Éfeso, Mileto...todas ellas han sido receptivas ante la idea de establecer lugares de adoración a Démeter y Perséfone. Mis sacerdotes estarán contentos ante la idea de partir hacia otras polis y sus noticias de lo que allí suceda serán una buena fuente de información.
Y no serán los únicos que extiendan el nombre de Gelón y de Siracusa. Mi idea de fundar nuevas Academias en Siracusa ha encontrado respuesta ferviente de poetas y artistas. Los nombres más conocidos en cada campo van a venir a mi polis para dirigir y crear un centro de arte y cultura como nunca se ha conocido. Píndaro se encargará de la Academia de Poesía. Además, he decidido que sea mi mano derecha ante toda cuestión cultural y supervisará el resto de Academias. Hecateo se va a encargar de la Academia de Geografía y dirigirá la exploración de Iberia. Nuevas colonias se fundarán allí y, sin duda, serán una fuente de riquezas y recursos necesarios para esta guerra.
Esquilo pondrá en marcha la Academia de Teatro y dejo en sus manos la construcción del Gran Teatro de Siracusa. Las mismas musas me hicieron un guiño, ya que un fragmento de su inspiración habló por mí cuando le sugerí a Esquilo que hiciese de esta reunión una obra que quedase para la posteridad. “Arde Egeo”, dirigida por Esquilo, inaugurará el Gran Teatro, y espero que todos los que aparecen en esta obra acepten mi invitación y vengan a su estreno. Todos estos artistas van a formar a pupilos que llevarán el nombre de Siracusa a todas las polis que tengan templos de las Dos Diosas, ya que he decidido que a cada fiesta anual asista un artista formado en nuestras academias para que cultura y religión sigan su camino unidas.
Dejo para el final la mejor de mis revelaciones. La pena me abrumaba, ante la desdicha de no contar con un heredero que continuase mi linaje. Intenté comunicarme con los dioses, pregunté a todo profeta con el que hablaba por qué no me bendecían con un hijo, pero ninguno supo darme una respuesta. ¿Me habían abandonado? ¿Por qué no me daban, al menos, el motivo?
Qué ciego estaba. Tenía mi heredero delante todo el tiempo. Los dioses me hablaron en el mismo momento en el que entré en aguas de la isla sagrada y no lo vi hasta el final. Los dioses me habían mostrado a Skopas solo cuando entré en sus aguas. El joven fue mi mejor aliado en esta cita, proveyéndome de información y mostrando un valor que sorprendió a todos, hasta en los Juegos, de los que incluso ganó en alguno a grandes hombres.
Skopas ha de continuar mi legado y haber conocido tan pronto a todos los líderes de la Hélade es una señal de las Diosas de que algún día habrá de estar en mi lugar como tirano. Los dioses me han dado un hijo, como tantas veces les he suplicado.
Mi batalla continúa, pero ahora ya no estoy solo. ¡Guerra y gloria! ¡Por las Diosas!
Alejandro de
Megara Hyblaea.
Llegado a
Délos me dispuse a entablar relaciones con la gente allí reunida, para ver cómo
podían beneficiarme en mis planes. Sin embargo, la cantidad y el renombre de
las personas era tal, que me sentí un poco cohibido. Mi primer contacto fue
Etheloisa de Lesbos, con la que intente congeniar en mi búsqueda de esposa. Sin
embargo, me di cuenta de que Lesbos está demasiado lejos de Siracusa y, además,
tenía ciertos problemas personales, así que lo dejé estar. Con este mismo
objetivo en mente, me acerqué a la Sacerdotisa de Afrodita, con la que entablé
algo más que amistad y me prometió que me ayudaría en mi búsqueda mientras yo,
a cambio, intentaba crea un templo de su diosa en Siracusa.
Mientras tanto, me encontraba en una tesitura moral, ya que quería matar a Gelón por haber destruido mi
vida y mi familia, pero no podía hacerlo en la isla ya que respeto demasiado a
los dioses, así que esperé mi oportunidad.
Entablé
conversaciones con la gente de las polis y de Fenicia tal y como Gelón me había
pedido, intentando ver cuáles son sus puntos de vista sobre la guerra y demás e
intentando influirles sobre sus planes, que, aunque fuese un tirano, eran
buenos para la isla de Sicilia. De este modo, conocí a los espartanos,
atenienses, fenicios y demás personajes con los que entablé relaciones.
Le ofrecí a Gelón el trato de establecer un templo de Afrodita en la polis a cambio del favor de los dioses en que le ofrecieran un varón de heredero. La
cuestión fue que, cuando Helena estaba en plena negociación, se le escapó que
yo estaba buscando esposa. Por ello, Gelón vino ofreciéndome la mano de su
sobrina en matrimonio. Yo no podía rehusar directamente, así que le di largas diciéndole que tenía algunas candidatas en mente, pero que lo
tendría muy en cuenta.
En ningún caso
quería formar parte de su familia, así que me dispuse para asesinarlo. Incluso
conseguí una espada arrebatándosela a Etheloisa cuando apareció el enviado persa.
Yo la protegí de las miradas de los sacerdotes, aunque apenas pude mitigar la
furia de la oligarca, que llegó incluso a amenazarme, aunque al final se aplacaron los ánimos y acabamos en buenos términos.
Ya únicamente me detenía la profecía del oráculo, porque la aparición de Némesis me puso un poco nervioso. Les conté a los délficos todo acerca de la profecía y de mis intenciones; entre la Pitia y Jasón trataron de convencerme
de que no era el mejor modo de actuar, que Némesis no era el camino, que los dioses
castigarían a Gelón por sus pecados y que, por el bien de toda Grecia, retrasase
mi venganza. Yo aún dudaba, pero mi devoción por los dioses y los consejos de la Pitia terminaron de decidirme a postergar mi venganza,
pero en ningún caso a olvidarla.
Así que me dispuse a dar lo mejor de mí para que se
me reconociese como un gran general y aumentar mi fama, mientras daba todo mi apoyo a Gelón y sus planes contra Cartago. Mi oportunidad llegó en la reunión de generales, allí se demostró mi valía aconsejando sabiamente a Temístocles, proponiendo una segunda línea de defensa detrás de las Termópilas en el estrecho de Corinto, el refuerzo con una escuadrilla de naves de ataque e infantería pesada a las polis de Jonia y la recopilación de información de los movimientos de Jerjes y sus ejércitos. Un plan de ataque preventivo sobre la base naval de Egipto se descartó por su extrema dificultad, pero se guardó la idea por si las condiciones logísticas mejoraban.
Creo que en esta reunión me gané el respeto y la admiración de generales de gran renombre y espero que tengan mi nombre en mente en las guerras que se avecinan, ya sea contra Cartago o contra Persia.
Mi plan es ganar el respeto, fama y fortuna en esta guerra, consiguiendo aliados en mi lucha contra la tiranía. Si no existe otro remedio, me uniría a
la familia de Gelón, para asesinarlo posteriormente y restaurar una oligarquía.
Intentaré ganarme el favor del pueblo mediante la construcción del templo de Afrodita y mis conquistas militares.
Son planes a largo plazo, pero como dijo la Pitia, “Por el bien de toda Grecia pospón tu venganza, sacrifícate y los dioses te recompensarán”.
Corte de
Esparta, año 481
a. C.
Salí en busca de mi marido. Si todo el tema de los dioses había terminado, entonces Leónidas debería estar bien en algún lugar de la isla. Lo encontré totalmente desorientado, preguntando por la fiesta que había tenido lugar el día anterior. ¡No recordaba nada! No pude reprimir una sonrisa. Mi marido no recordaba nada de Despoina ni su rito.
No sería yo la que se lo recordara. Todavía me dolía en el orgullo y no estaba dispuesta
a pasarlo mal innecesariamente.
Pero antes de contarle lo ocurrido, le llevé a nuestros
aposentos, donde teníamos intimidad, y le relaté aquello que consideré más importante.
Una de las primeras cosas fue que, con mucha rabia pues Gelón había sido mejor candidato,
Temístocles había quedado como rey de la Liga Panhelénica. Éste sería el que
dirigiría la batalla naval y Leónidas el ejército de tierra. No entendía porqué
habían contado con él, si Esparta no iba a la guerra. Fue entonces cuando le conté que la Pitia había predicho que él debía ir a la guerra y tener el honor de morir en batalla para salvar la Hélade. Él se mostraba contento por tener una muerte gloriosa, la mejor que se podía tener, y mucho mejor que la que habían tenido sus hermanos. Pero yo no estaba tan contenta con aquello. La muerte de Leónidas significaba el fin de muchas otras cosas. El final de una época. El final de un amor.
Para terminar con el tema de la guerra, le expliqué el plan que tenía. La Pitia había dicho que él debía ir a la guerra y morir en ella, pero no tenía porqué ir la polis. Es decir, debíamos hacer todo lo posible para que de Esparta únicamente fuera él con su guardia personal. De esta manera, se cumpliría la profecía, la polis seguiría siendo fuerte y las demás polis se irían debilitando. Así, podríamos seguir fácilmente con el plan de conquista de Atenas. Al verle sonreír supe que había captado rápidamente el plan. Le hablé de la reunión de estrategos y sus conclusiones.
Pero esto me recordó que Lampito tenía un afán desmesurado porque Esparta acudiera a la guerra, así como un amor secreto con un esclavo. Leónidas tuvo la misma reacción que había tenido yo cuando me lo contó él, ese mismo día por la tarde. Parecía mentira que apenas hubiera pasado tiempo y todas las novedades que había que contarle. Cronos estuvo juguetón con nosotros.
Una vez los puntos más urgentes quedaron claros, le conté que había sido poseído por Ares y que había luchado para salvar el mundo de Cronos. También le dije que, en parte, había sido gracias a mí, ya que había llevado un objeto muy necesario para que el ritual pudiera ser llevado a cabo con éxito. Pero no había podido acudir al ritual por estar en la reunión de estrategos, así que no podía narrarle cómo había sido, porque no lo sabía. Lo importante es que Cronos no había llegado, como auguraban algunos.
Ahora debíamos de tener mucho cuidado con Lampito, pues no era lo que parecía ser. O mejor dicho, no estaba siendo quien debía ser. Una princesa espartana, y futura reina, no debía andar con esclavos de la manera que ella lo hacía. Así que ideamos un plan para pillar a Lampito con las manos en la masa (en este caso, las manos en el ilota) poniendo, al mismo tiempo, a Arquídamo sobre aviso. Pensamos (pensé) que lo mejor era dejar caer que había un lugar en el bosque ideal para encuentros esporádicos. Se suponía que la idea tenía que surgir del ilota, llevando a Lampito allí en secreto. Una vez ellos estuvieran en el bosque haciendo sus cosas, Leónidas le pediría a Arquídamo hablar sobre asuntos delicados sobre política o guerra, yendo, casualmente, al lugar donde se encontraran los dos amantes. Y lo demás, depende de ellos dos, pues encontrarían a Lampito en una situación muy comprometida tanto el rey de Esparta, como el futuro rey y futuro marido suyo.
Por mi parte, había hecho amistades con algunas personalidades
que se encontraban en Delos y aunque quise seguir en contacto con Hyerón, Theumólpides,
Phoebus, Anaxágoras y Esquilo, para hablar sobre religión, milicia y, sobre todo, filosofía, los dos primeros desaparecieron misteriosamente y jamás se volvió a saber de ellos. Me hubiera agradado haber seguido en contacto con Ariadna, pero tras el ritual también desapareció y, con ella, Heródoto. Fue una lástima, pues conversar con ella era una delicia, ya que no solía haber muchas mujeres con las que conversar de temas interesantes.
Como sé que me queda muy poco tiempo de felicidad junto a mi marido y no quiero perder el contacto con la política, me decidí a intentar cautivar a los posibles regentes de su hijo. El nombre de Pausanias suena fuerte, pues es sobrino de Leónidas, así que intentaré que me tome como consejera. ¿Por qué no? He demostrado con creces que valgo para la política y el que reinará después es mi hijo. Además, quizá de esta manera logre inculcarle los valores de su padre y pueda seguir con las ideas novedosas de Leónidas, lo que será una forma de mantener vivo su espíritu. También necesito asegurar la conquista de Atenas tras la guerra, cuando la polis todavía esté débil y nosotros los espartanos fuertes. Y le enseñaré diplomacia a Plistarco. Espero que en esto salga más a mí que a su padre.
Lo que sí tengo claro es que no voy a volver a casarme, pues nunca encontraré a nadie como Leónidas. Ahora solamente me queda disfrutar del poco tiempo juntos que tenemos y confiar en que sean tiempos muy felices.
Heródoto escuchó pensativo esta última historia. Gorgo se olvidó que,
en una de las Asambleas, prometió que irían “los homoioi” y sus aliados se lo recordaron,
por lo que tuvieron que enviar más hombres de los previstos contra los medos, lo
que salvó Corinto de la caída, cuando los cientos de barcos persas asaltaron su
bullicioso puerto. Así ocurrió al final y las filas de aristócratas lacedemonios
acabaron bastante mermadas, lo que salvó a Atenas de ser arrasada, a pesar de las
incursiones con Arquídamo tiempo después.
Los
espartanos con los que se encontró Heródoto le contaron que Arquídamo demostró su valentía y arrojo tanto en la sagrada isla como durante la Guerra Meda y pronto accedió al trono. Su vida siguió con su peculiar estilo y no lamentó nada la misteriosa marcha de su prometida. Se labró la fama de hombre duro delante de los mejores generales de la Hélade y esa fama le acompañó hasta la tumba, a la que tardó en llegar muchos años, a pesar de que se descubriera que amaba en secreto a Gorgo, con la que no se podía desposar al ser de dos familias diferentes.
Otras historias corrieron por la corte lacedemonia, como la posible locura de Cleómenes y Leónidas, aunque con su heroica muerte, ya no le importó a mucha gente. También se habló de maldiciones de Némesis a la familia Europóntida, pero eran malos tiempos para todos y se pensó que la mala suerte de algunos era por los malignos dioses medos.
Hablando de dioses, Anacleto el Joven recuerda los balbuceos de Leónidas, cuando llegó a su templo a dar gracias por las acciones de Hyerón en la grieta y para encomendarse antes de la batalla meda. El diarca espartano estaba tembloroso por momentos al recordar poco a poco ciertos hechos acaecidos en Delos. Y él, escondido tras una de las estalactitas del templo, no pudo sino escucharlo y transcribirlo para generaciones futuras, como parte de los misterios de aquellos tempestuosos días.
“Frío y oscuro, estoy en el suelo, he muerto y estoy en el Tártaro. Pobre de mí, no me acuerdo de la gloriosa lucha que me trajo aquí. No puede ser. Quizá me envenenaron o fueron unas fiebres. Malditas sean las benefactoras, he comido estiércol y ni siquiera podré tener una tumba.
¡No! No es mi momento, espera... Se hace la luz, estoy en el mundo. Sí, eso es, tan solo estoy exhausto. ¡Arriba,
hijo del león!, ya tendrás tiempo de descansar cuando mueras.
A mi lado estaba la sacerdotisa de Afrodita, parecía
igual de confundida y débil que yo, recuerdo el roce de sus jugosos y tiernos labios,
la tibiedad de sus suaves muslos, el olor a flores de su pelo, pero no sé por qué,
¿será que la tomé en el rito sagrado y la inicié? Mis recuerdos son vagos y confusos,
llenos de contradicciones, de ansias de poder y sangre y de remordimientos por hacer
sufrir innecesariamente a los que amo. Sé que ha pasado tiempo... ¿pero cuánto?
Intento levantarme y acude a mí la debilidad de
la enfermedad. Mis ojos se nublan de nuevo. Dioses bondadosos, ayudadme en esta
tribulación.
Frío y oscuro, estoy en el suelo, estoy soñando
o quizá despierto, acurrucado escucho declamar a Dioniso. Lo oigo todo, cómo se
escancia el licor de los ilotas y débiles en delicados vasos, frascas de vino que
se vacían para luego romperse, risas lujuriosas y perversas, frívolas voces suplicantes
de diversión vulgar, reconozco varias y en un momento me parece reconocer la mía.
Lo siento todo y me atenaza el mordisco glacial del viento cortante de Poseidón,
y por fin comienzo a disfrutar, una sensación desagradable para alguien no lacedemonio
pero que a nosotros nos hace sentir vivos y libres, mi cuerpo está cubierto de tierra
y humedad, que no logro identificar, rezo al gran padre para que no sea verdad y una musa aparece y pone en mis labios el néctar, y lo bebo sin quererlo, lo bebo con ansia.
No distingo nada con claridad, son todo luces en
la lejanía y copas de árboles. Y entonces todo arde, mi cuerpo y mis ropas... los
árboles y la misma tierra, todo se estremece y se oye el traqueteo estruendoso del
carro de batalla de oro, aquel que aplasta a sus enemigos, aquel cuya calzada son
los cuerpos mutilados de los cobardes y de los vencidos, aquel que desafía y no
es desafiado.
Ares se presenta ante mí, ciego de poder y lujuria,
me hace sentir minúsculo, un rey de Esparta hinca la rodilla, pues tal es su poder,
me atrona con sus palabras que se me graban a fuego, hasta los mismísimos hígados,
quiere poseer a Afrodita en su juego macabro; quiere que sea su anfitrión, su peón,
su muñeco y un rey de Esparta no puede negarse, tal es su magnificencia. Me promete
sentarme a su diestra, morir como un héroe legendario, colmándome de presentes y
siendo uno de los que se recordarán en el futuro, pero ¡ay! si desatara su ira al fallarle, rasgaría mi piel como la de un cordero, arrancaría mis músculos del hueso a dentelladas y escupiría la pulpa en mi abdomen desollado. Es Su voluntad y debo acatarla. Es mi dios. Soy espartano y me debo a los dioses y a mi pueblo: tal es mi tragedia, tal es mi virtud, tal es mi honor.
Me despierto y en cuanto se me pasó
la desorientación de la posesión divina, acudí en busca de mi reina, las piernas
me pesaban, los músculos me flaqueaban y tenia una punzada como la de una lanza
detrás de los ojos. Entre brumas de dolor la encontré y con mis últimas fuerzas,
le dije que buscáramos un sitio donde descansar.
Mis primeras decisiones cuando me contó lo que había
pasado en la reunión fue la de volver inmediatamente a Esparta. Sin mas dilación,
recogimos nuestras escasas pertenencias y protegiéndolas bien (sobre todo el escudo),
fuimos hacia los barcos donde me esperaba mi guardia personal y, en cuanto los vientos
fueron favorables, partimos sin ninguna despedida. No me importaba tesoro ni política,
habían ofendido a mi patria, pero a eso ya llegaría su recompensa.
Un ateniense, hijo de comerciantes, líder de la
liga panhelénica…, que no contaran con la liga del Peloponeso... No es más que un
ilota que se cree alguien o un daimón que hace de rey, una fabula para niños. Condenada
al fracaso y aún habiendo dado la palabra de unirse mi reina, seria testimonial,
los espartanos, como la gran nación que son, harían lo que les pareciera.
Frío y oscuro, el barco surca las negras aguas, acompañado de multitud de estrellas. Los dioses nos vigilan mientras corta el agua como la espada a la carne. Odio navegar y la sensación de indefensión que ello provoca, miro al infinito, a la oscuridad y caigo en la profundidad del abismo, cada vez más y más rápido y estoy corriendo
jubiloso. Mi capa roja como la sangre ondea al viento y las estrellas me iluminan,
la tierra cruje bajo mis sandalias, veo multitud de caras, una luz ilumina el camino,
el infante atemporal, el viejo animista, aquel que abre las aguas de los mares;
el viento roza mi cara y me hace sentir poderoso, me acompañan mi amada Afrodita
y mi rival Apolo.
No pido perdón, me da igual el dolor de Gorgo cuando
paso a su lado y le ordeno marcharse, la llevo en los brazos con mi corazón a la
lucha, pero no me importa y me duele tanto. Y veo cara a cara a mi enemigo y una
espada aparece en mis manos, y cargo con furia, hiero y me hieren... Y río, río
como un chiquillo, sé que voy a vencer. Y vence Ares. Salgo de mi ensoñación...
Queda aún demasiado viaje.
En los ritos, hice efectivo el deseo que me concedió Ares por ganar su juego con Apolo. "Quiero que Gorgo engendre
un hijo mío, un guerrero sin igual, que algún día plantará la bandera de Lacedemonia en lo alto de la Acrópolis, victorioso en la batalla contra nuestros eternos enemigos, los Atenienses. Y gritando bien alto en nombre de Esparta, y su nombre será Kratos".
Supe que eso agradaría a Ares,
pues era el deseo de un soldado a su servicio.
A partir de ahí, mi destino estaba claro. Si el
León debía luchar, lucharía, y si debía sangrar, sangraría, y si su destino era
morir para vencer al medo y salvar su tierra, moriría en batalla glorioso y se sentaría a su muerte en los Eliseos a la derecha del gran Ares, para ver el devenir del futuro y las siguientes batallas. Era la voluntad de los dioses y los humanos deben acatarlas pues les rinden devoción y culto.
Con ese objetivo en mente, aguardo los últimos días hasta que me vea arrastrado en la corriente de mi sino, en ultimar todas las reformas que estaban en mis manos como Diarca de Esparta, como hacerle un favor a Arquídamo y contarle lo que su prometida estaba haciendo (todo eso de amar a un ilota, lo de reunirse en secreto y organizar una
rebelión) enseñándole la carta de Gelon, Tirano de Siracusa. En enseñar a su hijo
lo que es la vida espartana y a ser un buen Rey algún día. Y sobre todo a amar mucho
y bien a su reina que es la que más iba a sufrir. A engendrarle el hijo prometido
y disfrutar de lo que le quedaba de la vida terrena. Sin remordimientos, sin lamentaciones,
como un hombre de verdad, como un espartano.
Frío y oscuro, estando en la balconada, vestido
tan sólo con la luz de la luna, cae un rayo cerca, símbolo de Zeus; miro la sencilla
cama de paja, adornada con toda la majestuosidad de una reina, que, postrada en
ella, me mira con sus grandes y vividos ojos. Me acerco a ella despacio, mis callosas manos la tocan solo con el dorso y se estremece, la envuelvo en un abrazo mientras se retuerce esquiva y receptiva a la vez; pido perdón, puesto que nadie lo oirá más de mi boca que ella.
Nuestros ojos están llenos de estrellas, nuestras manos de luz y nuestro cuerpo de ternura. Ahora recuerdo de verdad el roce de sus jugosos y tiernos labios, la tibiedad de sus suaves muslos, el olor de flores de su pelo, siempre fueron los de mi reina. Y cuando miro alrededor, siento la energía, cabalgando por llanuras y por praderas, por montañas y acantilados, no decimos nada por que nos queremos y queremos estar al lado el uno del otro y lo decimos porque deseamos deshacer estas brumas que envuelven la noche hasta un alba mas brillante.”
Heródoto sabe lo que ocurrió después. El Día señalado llegaría, con los homoioi partiría a las Termópilas atravesando el Peloponeso, lejos de su tierra a luchar, a sangrar y a morir.....pero eso ya es otra historia. Se pregunta qué pasó con Lampito, pero entonces recuerda lo ocurrido tras la erección de los Muros Largos de Atenas y la marcha de Esparta de la Liga formada en Delos. Arquídamo deseaba concesiones de sus vecinos áticos y cuando Pericles se las negó, planeó el ataque a sus campos, pero cuando estaban marchando hacia Atenas, una carga en pinza, con los hilotas por detrás y los atenientes desde el frente, provocó que se detuvieran los planes del rey espartano. Aunque los atenienses siguen temiendo por sus vidas, pero tantos homoioi cayeron en esa batalla, que el temor es cada vez menor. Heródoto recuerda que a la cabeza de los mesenios estaba un hoplita que destacaba entre ellos por su rugiente voz, saliendo como un trueno y arengando a sus hombres con instrucciones durante la batalla. Pero al frente de los atenienses, avisados por los hilotas, estaba alguien desconocido, de voz suave y movimientos gráciles y veloces. Jamás se supo quién era, pero se rumoreaba que era la
reina mesenia, esposa del joven campeón hilota. Lucharon juntos por un sueño de libertad y aunque muchos murieron por ello, los supervivientes fueron acogidos en Atenas y Eleusis y se les concedió la ciudadanía. Disfrutaron de la libertad y defendieron con empeño a su nueva polis ante el azote lacedemonio, hasta que su sangre y la ática fueron una y sus orígenes se perderían en la leyenda, a buen seguro.
Algunos pensaron que olvidó lo ocurrido en Delos y que la princesa Lampito vagaba por las montañas helenas como un daimón en pena. Pero su diosa mesenia la protegió, como no podía ser menos, pues su causa era justa. Su memoria no llegó a los libros sino en la sangre de sus descendientes,
pues tuvo multitud de hijos libres. Siempre estaría ese deseo de libertad que les llevaría a ser grandes helenos y que se alzarían como los aristoi de la mejor época de la Hélade.
El rumor de antiguas batallas trajo a Heródoto el recuerdo del ataque persa de Mardonio. Su padre le contaba cómo luchó en el embate sucedido hace ya tantas primaveras desde Épiro. Los persas tomaron la iniciativa y entraron desde sus bases por tierra en Macedonia, a la vez que sus embarcaciones surcaban el Egeo. Para evitar la huida de los helenos, Mardonio, el general delegado por el Rey de Reyes, ordenó una estrategia con doble filo: por un lado asaltarían tres de las más importantes ciudades costeras, Atenas desde su base en la cercana Paros, Olimpia y Corinto, para dominar el estrecho. Por otro lado, los ejércitos de tierra bajarían por el continente y seguirían la forma de uno de los principales valles que cruzan la Hélade, dejando una base en la presunta aliada Épiro y arrasando rápidamente para atacar el corazón religioso del continente, Delfos. Desde allí, tenían pensado cerrar su mortal abrazo y ahogar las últimas resistencias.
Pero, cuando salieron
de Macedonia, fueron atacados desde la retaguardia por los ejércitos “aliados” de
Metone, que mantuvieron sus posiciones hasta que Alejandro, el hijo de Eurídice,
dio la orden de ataque. No se lo esperaban y tuvieron que huir rápidamente y sin conquistar nada hasta el siguiente punto que pensaban seguro: Épiro. Pero allí
también se encontraron con una resistencia poco habitual. No sólo los valerosos
hoplitas epirotas, capitaneados por su valeroso príncipe Admeto, sino también con
un bosque que había crecido de la nada en poco tiempo, producto de la bendición de Zeus, puesto que los dioses Olímpicos estaban con sus devotos.
Uno de los soldados epirotas que encontró el de Halicarnasso durante sus viajes le confesó que él era un sirviente de palacio antes de tener que lanzarse a las armas por el ataque persa y escuchó una conversación entre el rey y el príncipe Admeto, que Heródoto no olvidó transcribir.
Épiro, a
la vuelta de Delos, año 481 a.
C.:
El príncipe cruzó la entrada del estudio del Rey y se sentó frente a su padre, mientras los primeros rayos del atardecer entraban por las ventanas, dándole un color dorado a la habitación. El rey se acercó sonriente a saludar al príncipe. El sirviente notó cómo, a pesar de la edad, su mano aún mantenía la fuerza.
- Admeto, me alegra verte. Esperaba con impaciencia tu vuelta y la de Phoebus. Por cierto, ¿no te acompaña?
- No, padre, Phoebus ha vuelto a la arboleda. Aunque espero reunirme pronto con él, ya que hay varios temas que deberemos discutir.
Sonrió al oír esas palabras e indicó a su cachorro un par de asientos cerca del hogar.
- Bien pues. Ahora no me hagas esperar, soy demasiado viejo para tanta formalidad y me tienes en ascuas. ¿Cómo fue la reunión? ¿Qué decisiones se han tomado?
Aunque evidentemente esperaba esas preguntas, Admeto no pudo evitar revolverse en el asiento. Sus instrucciones eran claras, pero los eventos no permitieron que fuese fiel a ellas. No se le veía arrepentido, pero tenía una tarea difícil por delante.
- Padre, debo decirte que la situación es mucho más peligrosa de lo que esperábamos. Las tropas de Jerjes no planean atacar solo a Atenas, sino que se preparan para una invasión completa de la Hélade.
El rostro del rey se oscureció al escucharle, al igual que el del soldado que narra la historia, pero nada interrumpió al príncipe.
- Por lo que sabemos, un millón de persas se preparan al norte de Macedonia para una invasión por tierra. Al mismo tiempo, los egipcios están construyendo una gran flota, que se unirá con la de Cartago para enfrentarse a la de la Alianza Helénica.
- ¿¡Un millón!? ¡Por los Doce! Si eso es cierto, todo
está perdido... ¿Pero has dicho Alianza Helénica? ¿Al final esos locos atenienses
han conseguido engañar a los espartanos y al resto de polis? ¡Vamos hijo, termina
tu historia!
Su paciencia había
desaparecido, pero era algo a esperar dadas las nuevas.
- Empezaré por
el principio, Padre. La primera noche hubo un debate sobre formas de gobierno, lo
que sirvió para darnos cuenta de lo separados que nos encontrábamos. La discusión
fue bastante estéril, aunque al final los presentes accedieron a aceptar la monarquía
como la forma más pura de gobierno. Como dije en mi intervención, si es el sistema
elegido por los dioses, ¿quiénes somos nosotros para elegir uno distinto?
- Más tarde, esa
misma noche, fuimos despertados por los ruidos de una orgía. Por lo visto, varios
de los representantes fueron invitados a una celebración en honor de Dionisos y
Demeter... al oírlos, salí en su busca, pero en mis prisas olvidé calzarme y Hermes
no me bendijo con sus alas. Entre los festejantes identifiqué a Eurídice, la Reina Madre y algún otro invitado, pero escaparon entre risas alcohólicas. Rodeé el lugar en su busca y me encontré con uno de los fenicios, Adón de Tiro, quién se quedó conmigo intentando hacerme ver las bondades del comercio con su gente, así como las de Cronos, a quien ellos conocen como Moloch.
- Al poco se nos unieron Eurídice y Etheloisa -continuó Admeto- salvándome de una tediosa conversación teológica y permitiéndome iniciar contactos con la representante lésbica sobre los beneficios de una unión matrimonial con el “Príncipe Admeto” (que, en aquellos momentos, era Phoebus, para evitar atentados a mi persona). Estas conversaciones resultaron infructuosas, ya que la oligarca resultó ser una mujer con muy poca capacidad de decisión, voluble y con una serie de ideas completamente absurdas sobre los deberes de una esposa. Dado el interés político, le dije que estaba de acuerdo con sus estrambóticas ideas,
pero ni aún así. Parece ser que los dioses jugaban con su vida y la pobre había
terminado algo trastornada.
- Pero me estoy
adelantando, Padre, y hay un suceso
que debo reportarte, un suceso que llevó a un cambio en mi planteamiento respecto a la Alianza. Esa misma noche, mientras regresábamos a nuestros aposentos, unos espectros negros, Furias quizás, se nos aparecieron. El frío del Hades les acompañaba, haciéndonos temblar. Sus sacudidas nos golpeaban como la furia de Poseidón golpea la costa en la tormenta. Y su voz... su voz era tonante como la del Rey de los Dioses… nos hería con sus recriminaciones, sus verdades... nos increpaban y encaminaban a la unión como única forma de supervivencia para todos los pueblos de la Hélade. Su mensaje era claro: los dioses no nos ayudarían si sus hijos no se unían como un solo hombre ante la amenaza persa.
Y nos requerían una prueba, una demostración de nuestra voluntad: al día siguiente, en los juegos, debíamos demostrar esa unión.
- Por ello, durante los juegos intenté promover la hermandad. Llegando incluso a extremos en los que tuve que ahogar mis aspiraciones
que, como sabes, cuando se trata de competir no son pocas. En un momento dado, y
ante la incompetencia de Temístocles el ateniense, que no fue capaz ni de recordar quién era su compañero (Zeus no quiera que tenga que luchar a su lado en la guerra), decidí correr como si fuera un miembro de su equipo para no dejarle en evidencia. En otro momento, y viendo la superioridad que Gelón y yo teníamos sobre la pareja formada por Leónidas y la pequeña Gorgo, soborné a Silas, uno de los árbitros, para que nos enfrentara con otro equipo. Si no lo hubiese hecho, probablemente habríamos vencido, y el honor de uno de los pilares de la Alianza hubiese quedado muy mermado.
- Afortunadamente, Leónidas ganó su combate y fue proclamado vencedor de los juegos, no sin cierta polémica, ya que había salido en mal lugar en alguna otra prueba. Pero los dioses son caprichosos y era evidente que su honor debía mantenerse ante todo.
A estas alturas, el rey estaba embelesado con la historia, pero Admeto sabía que su paciencia no sería infinita. Por ello, saltó directamente a la parte de la historia que más le interesaba al monarca, la referente a la Alianza.
- El resto de la tarde pasó entre discusiones y búsqueda de apoyos para establecer la organización de la Alianza. No te aburriré con ello, baste decir que Temístocles se alzó con la mayoría de los votos y vino en busca del mío y el de la reina Eurídice. El problema radicaba en que nos consideraban unos simples provincianos, casi bárbaros. Y con esa arrogancia se presentó ante mí con un plan que implicaba el levantamiento de los macedonios, el abandono por parte de nuestros soldados de Épiro, dejando así a la población y al oráculo bajo la bota persa. ¡Inconcebible! Incluso intentó comprarme con una historia según la cual Atenea le había dicho que él debería abandonar su ciudad natal a los persas... ¡como si fuera lo mismo! Zeus eligió este lugar para manifestarse y solo él puede ordenarnos
dejarla atrás.
El rey miró a su heredero ceñudo, mientras respondía:
- ¿Pero no habías aceptado ya formar parte de la Alianza? ¿Cómo lo solucionaste?
Una sonrisa asomó a los labios del joven ante las preguntas.
- Forjé un pacto con la reina Eurídice. Simulamos abandonar la Alianza, como pantomima ante los espías persas que sabíamos que estaban infiltrados. Pero, en secreto, pactamos con Temístocles formar parte de la Alianza en las sombras.
La comprensión asomó a la cara del rey epirota.
- De esta forma, los persas tendrán un enemigo fuerte liderado por Atenas y Esparta al que hacer frente. Pasarán de largo creyendo que nos tienen controlados, que somos neutrales. No se enfrentarán a nosotros por miedo de que nos unamos y reforcemos la Alianza, obligándoles a luchar en las montañas donde serían más débiles. Nos dejarán para después...
-... y nosotros aprovecharemos la ocasión para cerrarnos como una pinza tras ellos.
Terminó la frase que explicaba la estrategia que usaron en la Guerra Meda. Heródoto sonreía, mientras el soldado seguía con su relato.
El monarca tomó su copa de vino y la alzó ante su amado hijo.
- Una táctica muy arriesgada, pero dada la situación deberemos confiar en ella y esperar que los dioses nos consideren
dignos y nos ayuden. Y pase lo que pase, Admeto, estoy orgulloso de ti: has demostrado
habilidad y buen juicio. Serás un gran líder en la guerra que se avecina y un gran
rey cuando yo no esté.
El joven sonrió complacido ante los elogios, mientras sacaba de sus bolsas un pequeño montón de pergaminos, que dejó sobre la mesa.
- Bueno padre, aún queda tiempo para eso. Y mientras tanto debes seguir ejerciendo... por ejemplo, puedes poner en movimiento los pactos comerciales que sacamos adelante durante la reunión: hemos vendido un tercio de nuestros perros, actuales y futuros, a los fenicios... el resto los usaremos en la guerra; Siracusa se ha comprometido a formar ingenieros navales para que podamos construir
nuestra propia flota; además, hemos conseguido telas de Corinto y un mapa con localizaciones
donde fundar nuevas colonias. También conseguí solucionar el asunto macedonio, con la disculpa de Eurídice, y el compromiso de construir nuevos altares a Zeus en la frontera bajo el control del Oráculo de Dodona. Hay alguna otra cosa, pero podrá esperar.
Tras el despliegue, el rey se alzó y rodeó a su heredero con sus fuertes brazos.
- Una vez más, bien hecho hijo. Ahora ve y descansa, yo me encargaré de lo que queda.
El príncipe salió del despacho del rey y deambuló soñador hacia sus aposentos, a los que el sirviente siguió fiel. Ya habían preparado un baño caliente, que invitaba al joven al descanso y a la confidencia. Admeto dejó fluir los recuerdos de la reunión ante su asistente personal...
… mis pies heridos tras una noche de confabulaciones, caminando descalzo por la isla.
… Gorgo mirando con furia asesina al lugar donde su esposo se encuentra desvirgando a la acólita.
…Temístocles quedándose sin palabras, al darse cuenta de que me necesitaba y no iba a tenerme a su precio.
… la cara de sorpresa de los representantes al revelar Phoebus y yo nuestro engaño.
… los dioses... los dioses moviéndose entre los mortales, moviéndose a mi lado, moviéndose entre mis sábanas. Sonrío. El recuerdo de Afrodita me acompañará el resto de mi vida.
… y ese momento en
el que, reunido con los estrategos alguien nos dice que están invocando a Zeus y
yo siento que debo correr a ayudar a Phoebus. La carrera en la noche, armado solo
con mis cestos, los matorrales hiriendo mis piernas mientras me acerco al lugar
y la visión de los dioses luchando. La espera hasta saber que mi compañero está bien.
Pero la historia de Phoebus nunca llegaría hasta oídos de Heródoto, aunque las dríadas de los robles sagrados epirotas aún la cuentan a aquellos que la desean escuchar…
“Largo es el viaje de vuelta a Dodona, aunque no solitario.
Admeto está a mi lado, como siempre, aunque su mente está ocupada principalmente por la estratagema urdida junto con la reina madre macedonia, o eso quiero pensar. Siempre que le miro, estoy seguro de ver brillar en su ojo la luz dejada allí por Afrodita, que me recuerda una y otra vez que ya no es completamente mío.
Al llegar al templo circular, Admeto se despide y continúa hacia su hogar, tiene muchas noticias que transmitir a su padre y ambos sabemos que no es un hombre paciente. Aún falta casi una hora para el alba, aunque Helios se insinúa ya por el horizonte, de modo que cruzo a través de la columnata que rodea el árbol, sin despertar al guardia que respira con fuerza apoyado en su lanza y me descalzo al llegar a la base del gran Roble Sagrado.
Mis pies están cansados y doloridos y lo agradecen cuando me quito las sandalias y dejo que
el césped y el tacto de las raíces acaricien sus plantas. La sensación familiar de lo que ha sido mi casa desde el primer día revigoriza mi cuerpo y mi alma como sabía que haría. Con cuidado de no despertar a ninguna de las danaes que duermen arropadas alrededor de las raíces, me acerco hasta la base del tronco y allí, tras hincar la rodilla, dedico una silenciosa plegaria de agradecimiento a Zeus. Padre sabe que entre nosotros, muchas veces no son necesarias las palabras.
En lugar de ello, una leve brisa agita las ramas más altas, que susurran con claridad en la calma de la noche. El leve crujir de la madera sobre mi cabeza revela una vez más portentos y profecías que he de interpretar, aunque en esta hora de tránsito entre la noche y el día, entre la oscuridad y la luz, aquello que otras veces fue oscuro y confuso, se muestra ante el hijo de Zeus como claro y diáfano.
Alguien tira levemente, como con miedo, de mi himation. Con gesto cansado, giro sobre mi mismo, a la
vez que tomo asiento en la base del tronco, y descubro que se trata de una de las
danaes, la más joven de todas, apenas una niña, que me mira desde los ojos almendrados
más grandes que he visto nunca.
- ¿Maestro Phoebus?
Su mirada es clara
e inquisitiva. Pese a tener los pies completamente manchados de verde, su túnica
es de un blanco inmaculado. No parece adormilada, así que debía de estar despierta
cuando llegué. Es una de las huérfanas adoptadas por el templo, una futura acólita
en realidad, aunque por alguna razón no logro recordar su nombre. No puedo evitar
sonreír y eso es toda la respuesta que ella parece necesitar.
- Padre ha estado muy preocupado desde que os fuisteis al sur. Me habla de la guerra, del enemigo envuelto en tela de oro. De cómo los hombres de azul lucharán en el mar y los hombres de rojo lo harán por dos veces en la tierra, y de cómo, después de que obtengan la victoria, ¡acabarán sembrando la muerte entre ellos! - Un grueso lagrimón cae desde uno de sus enormes ojos, de modo que la abrazo como un hermano mayor, acariciando sus cabellos para calmar sus miedos.- Padre me habla del futuro, - dice temblorosa - pero en ese futuro, tú nunca estás con nosotros, Maestro. ¿Por que no estas con nosotros?
Lo he sentido en mis huesos desde hace mucho tiempo, no sólo en los susurros del Árbol Sagrado o en las gráciles piruetas de sus hojas al llegar al suelo. Los portentos siempre han estado ahí, solo hacía falta verlos. Pronto está el día en que serán las propias danaes las que escucharan a
las ramas del gran roble, cuando ellas mismas aconsejarán a hombres y reyes, a herreros
y tiranos, a pastores y estrategos. Zeus me ha enviado la más clara de las señales,
una joven danae con el don de la vista y el oído de las vibraciones divinas; algo
que mis recientes experiencias me han demostrado cuán raro puede llegar a ser, una
auténtica oráculo en este mundo de impostores y farsantes.
Mientras acaricio
sus cabellos, le cuento la historia de mi nacimiento, aunque seguro que alguna de
las mayores ya se la ha contado, de cómo el alma de mi madre me sigue y me protege
allá a donde voy, con la forma de una paloma blanca; le cuento cómo fue la reunión con las luminarias de la hélade, cómo me hice pasar por Admeto para proteger su vida y esto me obligó a tener interminables charlas sobre el negocio de la cría de perros (por alguna razón, esto parece hacerle gracia); sobre cómo descubrí que muchos que dicen ser profetas, en realidad no escuchan a nada ni a nadie más que su propia codicia y ambición. La parte que más le emociona es cuando le cuento cómo acudí en ayuda de la más extraña de las familias, de cómo me enfrenté a los designios de Cronos y a sus criaturas infernales, luchando hombro con hombro con los mismísimos dioses del Olimpo. No estoy seguro de que me crea, pero sin duda disfruta con mi relato sobre la fuerza de Ares, la belleza de Afrodita y sobre cómo Apolo tuvo que utilizar sus poderes divinos para derrotarme en el lanzamiento de disco...
Son tantas las cosas que le cuento que, para cuando paro un momento a tomar aire, la pequeña danae yace dormida en mis brazos. Será lo mejor, así no tendré que explicarle mis visiones del futuro cercano. Varias posibilidades se abren frente a nosotros. Veo a los persas viajar hacia el sur en barco, enfrentándose a los espartanos a cada paso del camino, veo a Leónidas morir heroicamente entre montañas y el mar, a Temistocles convencer a su gente para que abandonen Atenas, para después derrotar a los persas en el mar, y mucho más tarde, al propio Temistocles pedir a Admeto, ya convertido en rey, asilo y refugio. Este futuro se entrelaza con muchos otros, todos igual de posibles: veo a los persas salir de Macedonia e invadir Dodona, donde me veo a mí mismo morir frente a la pira en que se ha convertido el gran roble sagrado, veo a los molosos caer esclavizados,
y la cabeza decapitada de mi amado Admeto clavada en una lanza a las puertas de palacio, veo el estandarte sagrado de Zeus arder al viento...
Sea cual sea el futuro, una cosa me ha quedado clara, y es que soy y seré el último oráculo varón de Dodona. El futuro está en las Danaes, tal y como muestra el estandarte sagrado, las palomas, el águila que es Zeus Padre, y el roble, el roble eterno en cuyas raíces yo seré enterrado, pronto o tarde. Plantaré más robles, para proteger de los ataques bárbaros a mi templo y mi polis. Zeus los hará florecer rápidamente y serán la mejor ofrenda en su nombre.
Y el mundo recordará que, en un tiempo de guerras, héroes y batallas, un hombre caminó entre dioses y herejes e hizo aquello que su Padre de él requirió.
¡Por la gloria de Zeus tonante!”
Heródoto siguió recordando la batalla con los persas y de Épiro, bajó hasta el Ática.
Atenas ya tenía preparada una gran cantidad de barcos, aunque los precios de la madera proporcionada por los fenicios harían que estuvieran empeñados durante décadas, pero sin duda, mereció la pena. Y los fenicios, muy contentos por el negocio, fueron dignos aliados de los helenos y consiguieron que los capitanes de los barcos que iban a luchar contra los griegos, se revolvieran contra sus jefes e hicieron cambiar el sentido de la batalla en las aguas de Olimpia.
Heródoto tuvo la oportunidad de anotar algunas apreciaciones del estratego Temístocles previas a la batalla, que aparecieron en su relato más o menos de esta manera: “Ardua iba ser la tarea, había conseguido lo más fácil, que todos los helenos se unieran contra los persas, aunque en el proceso había ganado nuevos enemigos. Cartago se había unido a la ecuación, ahora ya no era un enemigo sino dos, no había un frente sino dos.
Ese había sido el precio que había tenido que pagar la Hélade para conseguir unirse bajo un mismo general. Y ese debía ser el primer problema a solucionar. Cartago debía caer en menos de un año, antes de que Demarato cruzara Macedonia y llegara al Ática.
Con esta idea en mente, el Rey de los helenos mando la flota ateniense, esa que llevaba años
preparando al sur del Ática, con la orden de embarcar a los homoioi espartanos y
llevarlos a la guerra en África. Esto tenía su ventaja estratégica. Los espartanos
llevaban años luchando contra Cartago y estarían más que contentos de luchar contra
un antiguo enemigo y poder vengar la muerte de un rey espartano, Cleómenes, padre
de Gorgo y hermano de Leónidas.
Así pues, mientras la nueva flota ateniense se construía
en Atenas y Eleusis con la carísima madera del Líbano conseguida a través de los
fenicios y parte de la de Épiro, Gelón de Siracusa, tenía menos de un año para acabar
con la amenaza cartaginesa.
Tras ese año, los espartanos volverían al Ática y se
plantaría la defensa contra el verdadero enemigo, Jerjes.
La ventaja de toda esta estrategia sería que, tras
la claudicación de Cartago, toda la flota de Siracusa, junto con la recién estrenada
nueva flota de Atenas, dominarían indiscutiblemente el mar. Primero, destruyendo la flota que se estaba construyendo en Egipto y luego, todos los helenos bajo el mando de su Rey, lucharían en el estrecho de las Termópilas.
Por mar, Temístocles dirigiría los barcos; por tierra, Leónidas de Esparta y Gelón de Siracusa. Entre todos, retrasaríamos el avance de los medos en el estrecho de las Termópilas o en el lugar que se requiriera.
Con el dominio absoluto del mar, sólo podría recibir provisiones por tierra el ejército de Jerjes, pero en ese momento seria el momento de la traición. Macedonia y Epiro revelarían sus verdaderas intenciones y se rebelarían contra Jerjes cortando sus líneas de suministro. Un ejército tan grande, que drena ríos a su paso para dar de beber a sus hombres, poco aguantaría sin provisiones. Solo quedaría la retirada… Tras esta victoria, Temistocles se aseguraría que lo construido en la reunión de Delos no quedara destruido, la unión de los Helenos debía perdurar más que sus enemigos, bajo su flexible mando de Rey. Pues así los dioses lo habían querido…
No más guerras entre polis griegas… y libertad para todos los esclavos, poder para los agricultores y comerciantes…. Democracia bajo la corona real…”
Lo que nadie esperaba, ni siquiera el avispado Temístocles, era la misteriosa desaparición de Milcíades. Tras salir de Delos, el trirreme ático, lleno de hombres con ilusiones y proyectos, el antiguo
héroe caído en desgracia, desapareció. Y con él, toda su panoplia y equipaje. Solo
quedó un puñado de monedas de gran valor y entre ellas, curiosamente, un solo óbolo,
con una escueta nota al lado: “Que la
liturgia de Atenas de este año recuerde al gran héroe que fue Milcíades.”
Surgieron leyendas a raíz de aquello. Heródoto escuchó
muchas versiones, pero ninguna le convenció del todo. Unos decían que fue Poseidón
el que lo arrebató del barco, por su oposición a la estrategia marina de su rival Temístocles. Otros hablaban de Némesis y un pacto con ella, que
le había concedido alargar su vida un tiempo, pero que, al no ser cumplido por el
heleno, la diosa le dejó marchar con Caronte. Algunos hablaban de suicidio… pero nadie llegó a saber jamás la verdad y Milciades nunca volvió a ser visto entre los helenos, aunque fue recordado por siempre gracias a su intensa vida. Una dama rica del sur encargó un cenotafio en su honor, que lució siempre flores al llegar la época de los paseos de Perséfone en la Hélade. Era tan bella, que algunos que la vieron rindiendo tributo en la lápida erigida, envidiaron al muerto.
A las manos de Heródoto llegó una carta, escrita hacía tiempo por el tercer integrante de la expedición ateniense a Delos, que transcribió de forma literal en su libro.
A la atención del señor de Siracusa, Skopas.
Querido señor, no sé si recuerda nuestro encuentro en Delos hace unos años, cuando la Hélade decidió plantar cara al invasor medo bajo el mandato de Temístocles. Aquel encuentro cambió para siempre mi vida y, según pude hablar con Gelón, también la suya.
Después de tantos años, mi propósito es comunicarle que desearía ir a Siracusa a ver su Academia, de la que tan bien me habló su predecesor y maestro. Aquí, en Pella, la Academia fundada por Alejandro I ha conocido un esplendor sin precedentes en la Hélade, quizá solo ensombrecida
por la suya propia, y la verdad es que estoy ansioso por compartir mis reflexiones
con los siracusanos.
No os preocupéis, mis ideas ya no son tan...
"radicales" como antes. Sabéis que antes me planteaba muy seriamente la
existencia de los dioses, llegando incluso a afirmar en alguna ocasión que éstos
no existían. Por suerte, los hechos acontecidos en aquella isla, los años y una
profunda reflexión me han hecho ver cuán equivocado estaba. Los dioses existen,
sí, pero interfieren en nuestra vida solo cuando es verdaderamente importante. Son
ellos quienes han puesto en marcha el mundo, como un marino que echa su barco al
mar: no lo gobierna siempre, pero sin él no existiría el movimiento del mismo; cuando
cree conveniente, ajusta los aparejos para virar el rumbo. Así creo que los divinos
nos muestran el camino.
Solo me queda haceros una petición. No sé
si recordáis a Tisífone, una bella muchacha que era acólita en el templo de Apolo. Bien, me prometí con ella en la isla, donde me quedé un tiempo para educar a su hermana pequeña, y luego marchamos a Atenas y de allí, a un viaje por la Hélade, tras la guerra. Habéis de saber que es una mujer de gran espíritu, casi única en su género, y con una inteligencia similar a algunos hombres Me suele acompañar en mis declamaciones y en la Academia. Es por ello que solicito para ambos residencia y también para nuestro retoño, un bravo heleno que sin duda hará gala de su valía con el hoplón y con la pluma.
Si deseáis, puedo llevaros mi recopilación de los textos homéricos, que tras tantos años, por fin ha tenido su fruto. Hemos ido por las diferentes polis de la Hélade para reunir, comparar y rectificar versiones de la Ilíada y la Odisea, poniéndolo por escrito. Es uno de los mayores logros de la Academia péllica y ya he hablado con Alejandro la posibilidad de ofrecerle un volumen a la Academia siracusana. También en ella quiero iniciar el proyecto que hablamos Eurídice, Gelón y yo de movimiento de maestros entre nuestras academias. Creo que seré el primero en hacer tal viaje, por un año, y sin duda lo recomendaré a mis compañeros y espero llevarme a un poeta, dramaturgo, matemático o (así lo espero) físico a Pella.
Sin otro particular, se despide,
Anaxágoras de
Clazómene.
El arconte epónimo Hipsíquides fue el encargado de conducir con orgullo a Atenas en la batalla esperada. Narró con gusto a Heródoto su experiencia durante aquellos tiempos difíciles de los que fue protagonista. Le contó que, en Delos, se enfrentó con Temístocles para ratificar quién estaba al mando de la polis. Una vez aclarado este tema, ya que era Hipsíquides el que tenía el poder del voto de su región, comenzó el acoso a la reticente Esparta. Una de las tácticas usadas por el arconte fue el aportar el testimonio de Thanathea, una superviviente de Eretria, el pueblo destruido por el primer embate medo. La atribulada mujer narró con voz desgarrada las barbaridades de las que eran capaces los orientales y nadie quedó impasible ante ello.
Las intrigas para la elección del monarca de la Liga hicieron que, a pesar de los esfuerzos del arconte del Ática, no fuera su preferido Gelón, sino Temístocles el elegido
por los representantes de las polis. Pero el arconte no se amilanó y presionó al
recién nombrado Rey para que el Tesoro aportado fuera gestionado por Atenas, bajo
pena de exilio. La tensión fue patente durante un tiempo, pero un acuerdo matrimonial
lo salvó todo: los hijos de ambos hombres unieron ambas familias y los destinos
de ambos serían uno por fin.
Hipsíquides transigió con la oficialización del culto
eleusino, no sólo por el poder político y económico de alguno de sus integrantes,
sino por el reencuentro con su amigo eleusino Píndaro. Pactó con un tal Theumólpides,
el Hyerophante de aquellos tiempos que, en la parte pública del culto el arconte basileus de Atenas tendría un lugar preeminente, a la vez que se solucionaba la problemática del traslado de los huesos del héroe Teseo.
En lo cultural, el arconte consiguió que las mejores plumas acudieran puntualmente a su polis: Esquilo y Píndaro adornarían con sus bellas palabras los festivales religiosos del Ática. Además, Hipsíquides emitió toda una tirada de monedas conmemorativas en honor de los vencedores de la Batalla de Marathón, incluyendo en el homenaje a los que reforzaron las líneas atenienses pero que provenían de otras polis y demos. La Liturgia de ese año fue grandiosa, gracias a la extraña donación de Milcíades, que así tal vez quiso purgar sus locuras en Paros y el arconte pudo utilizar su oro para temas más personales. Incluso recibió como regalo un semental negro de la reina Eurídice, que tuvo que quedarse en los establos mucho tiempo antes de dejar de revolcar al arconte por la arena del redil.
Pero lo que nunca le contó Hipsíquides al escritor fue el tierno abrazo con Píndaro en Delos, que les llevó al recuerdo de su amor juvenil. Posiblemente, con ese abrazo, Píndaro recuperó de nuevo la Musa y su andadura en las cortes de la Magna Grecia fue próspera y de abundante producción. La Academia inicial fue acompañada de otras, que fueron brotando como hojas en primavera y su renombre hizo más grande a las polis de la bella isla de Sicilia. Sus obras fueron copiadas durante generaciones por los jóvenes estudiantes de las nuevas Academias, como ejemplo de las más bellas palabras que se puedan escribir jamás. Píndaro frecuentaba mucho el Ática por su nexo con los eleusinos y cada vez que acudía a sus ritos, no dejaba de visitar durante unas semanas a su estimado amigo el arconte. Sus declamaciones en las Panateneas volvieron a tener la fluidez de antaño y la gente le sonreía a su paso de nuevo. Los más cercanos templos de Némesis dejaron de recibir ofrendas del poeta, para volver a ser recibidas en los templos de Apolo o en los altares a las Musas. Némesis tuvo que conformarse con los regalos de las familias que perdieron a sus hombres en la Guerra Meda.
En Macedonia, la reina madre Eurídice hizo a un escriba tomar nota de la conversación que mantuvo con su hijo Alejandro a su llegada de la isla y, a partir de dicho instante, fue costumbre macedonia el tomar nota de las reuniones privadas importantes. Heródoto sabía que un día serían grandes, puesto que actuaban como los más dignos helenos y cuando pasó por allí para completar la última parte de su relato, siguió las instrucciones de sus misteriosos amigos y entregó el manuscrito final a la ya anciana reina. Ella, recordaba aún su promesa en Delos e hizo que se escribiera en sus talleres, para que “el
Tiempo no abatiera el
recuerdo de las
acciones de los
hombres”.
Macedonia, otoño
de 481 a. C.
¡Ay, Alejandro, hijo, cuánto he de contarte!
Lo primero que te contaré será lo más sencillo: pacté con los orgullosos corintios, con los poderosos siracusanos y con los negociantes fenicios. Los cereales y el vino ya no serán problema y se olvidarán nuestros almacenes vacíos, puesto que incluso tenemos unos terrenos de cultivo en la fértil isla de Gelón. Nuestra capital será pronto tan bella como las del sur puesto que tenemos todo lo necesario, incluso los arquitectos de la Jonia que han hecho ciudades tan bellas como Éfeso.
Tampoco he olvidado la cultura. Pronto tendremos en Pella una escuela de perfumistas y una editorial, para que el tiempo no borre jamás las inspiradas palabras de Homero y los grandes autores. Observa el pacto que he hecho con los mejores autores de nuestro tiempo: Esquilo, Píndaro, Anaxágoras, Anacreonte y Heródoto. Ellos colaborarán gustosos con este importante proyecto y prometen traer todas las tradiciones orales helenas a nuestros talleres. Eso nos hará custodios del saber heleno, lo que nos integrará definitivamente en el mundo que nos corresponde por derecho propio.
Cada vez que leía este párrafo, el de Halicarnasso no podía por menos de preguntarse cómo sería ese otro Heródoto… que hacía pequeñas apariciones de vez en cuando a su alrededor… pero siguió copiando las palabras de la reina.
Anaxágoras pronto vivirá en nuestra corte, con su joven esposa Tisíphone y será uno de los principales valedores de la cultura y de nuestro nombre. Esta joven doncella que me acompaña es la hermana de esta joven y me asistirá desde ahora. Los de Eleusis mandarán a sus mejores poetas a nuestra corte y nosotros, haremos lo propio. Este contacto hará que vean nuestro esplendor y helenismo y llegarán los visitantes de forma espontánea. Además, los misterios eleusinos son un buen método para controlar al pueblo llano, como insistió tanto Theumólpides.
Otra vez surgía
ese nombre… pero qué
pocas cosas se sabía
de él ahora.- pensó
Heródoto. Volvió a
mojar la pluma, pensativo.
Y en lo verdaderamente urgente, el acoso persa, no cesé de decir a todos los demás asistentes a la reunión: "vale, muy bien, todas las profecías dicen que por barco. ¿Pero qué hacemos con el millón de persas en Macedonia y Tracia?" Y en ello me centré la mayor parte del tiempo pasado en Delos, consiguiendo al final el apoyo de la Liga.
Las fronteras con nuestros vecinos ya están aseguradas y robles sagrados ornarán estas tierras, para que no se vuelvan a disputar por parte de los hombres y pertenezcan a los dioses que tanto nos han ayudado. A ellos también dedicaremos templos: Démeter y Perséfone, Zeus, Afrodita y Apolo serán los más venerados, por su ayuda en nuestras tribulaciones.
No he podido conseguir el que pudiéramos estar en los Juegos Olímpicos, pero habiendo participado en los délicos y siendo parte de la Liga, pronto nos llegará el momento. Paciencia, hijo mío. En los Juegos no nos fue muy bien y creo que deberíamos hacer más ejercicio, como las espartanas. Si hubiera habido competiciones de monta, seguro que nos hubiera salido mucho mejor.
Una de las pocas sombras en mi paso por Delos, fue la ausencia del voto favorable de Hipsíquides para nuestra inclusión en la Liga helena, pero algún día se lo podremos pagar. Que no se diga que los metonios no pagamos nuestras deudas. Quizá le envíe como presente ese semental tan temperamental que tenemos, para que le enseñe el carácter que tenemos los macedonios.
Muchas cosas pasaron allí que no te cuento por pudor, pero que sepas que los Dionisíacos querían oficializar su … divertido culto y si alguna vez nos piden su apoyo, creo que deberíamos dárselo. El problema fue que el sacerdote que lo defendía tenía problemas más grandes que su propio culto. Asuntos divinos. Sí, hijo. Los dioses caminaron por Delos, como si otra vez estuviéramos en la Edad de Oro de Hesíodo. Pero eso te lo contaré más despacio otro día…
He recibido una misteriosa recomendación de un hombre muy extraño. Se llama Heródoto y me ha aconsejado que me vaya a las montañas con Perdicas mientras dure la guerra. Como yo ya no puedo hacer mucho aquí, seguiré su consejo y velaré por la seguridad de nuestra estirpe, que si hoy es grande, posiblemente lo seremos aún más en un futuro no muy lejano.
Heródoto leía
de nuevo su propio
nombre y un escalofrío
le recorrió el cuerpo.
Perdicas, nieto de
la reina Eurídice, era
un buen amigo suyo
y nunca le había
contado esa historia. La
memoria es mala compañera.
¿Por qué a
él? Si se hizo
llamar Heródoto, sería por
alguna oscura razón… ¿Por
qué habría elegido su
identidad ese misterioso
hombre y no otra?
¿En quién se iba
a convertir Heródoto? Estaba
claro que, de alguna misteriosa
manera, sabía cosas de
su futuro, pero ¿cómo?
Mil preguntas acudían a
su mente, pero ninguna
respuesta.
Para encontrar
pistas del poeta Píndaro, Heródoto
recurrió a uno de los hijos de sus amigos macedonios, que le resumió lo que le
contaron de niño a la vuelta del poeta:
“Al acabar el
cónclave, Píndaro se sintió preparado para iniciar una nueva etapa de
producción literaria. Aunque las rencillas con Anacreonte continuaron vivas un
tiempo, también entendió que Apolo tomó su cuerpo. Y contra los dioses no se
puede luchar.
Además, las
conversaciones con sacerdotes y filósofos le hicieron ver que un nuevo
objetivo, un nuevo viaje pueden atraer nuevamente a las musas a su favor. Con
el inminente viaje hacia Siracusa, donde fundaría una academia, decidió retomar
sus poemas con renovado entusiasmo. También le reconfortó que Gelón vetara a su
enemigo en la isla y que prohibiera su participación en las competiciones que
se realizaran por los ritos eleusinos, no nos engañemos.
La marcha
hacia Siracusa se convirtió también en una salida evitando el inminente
conflicto bélico que pronto sacudiría con fuerza Macedonia.
El
acercamiento a Hipsíquides fue un fuerte motivo para seguir adelante y
abandonar las ideas de venganza. Sus planes futuros incluían convencer a Gelón para
que le dejara asistir ordinariamente a Atenas para participar en juegos poéticos
como representante de Siracusa y afianzar aún más su relación.
En materia
religiosa, y dados los acontecimientos sucedidos en el santuario de Delos, creería
más fervientemente (todavía) en los dioses y en que conseguiría eludir a su
odiada enemiga, la muerte. Píndaro siempre se preguntó quién era el esclavo de
Anacreonte, y qué papel jugaba en los hechos sucedidos en la isla.”
Aún en Macedonia, Heródoto acudió al templo de Afrodita, inaugurado tras la Guerra Meda y que regentaba una sacerdotisa que también estuvo en la isla y jugó un papel muy especial en la historia, pero uniría su relato al de sus colegas corintios, para que la narración tuviera más sentido.
Los sonidos de la batalla contra los medos acudían de nuevo a sus oídos. Los persas no solo entraron por Atenas y Olimpia por tierra. Querían el control de puntos estratégicos y dividieron sus hordas para alcanzar la fastuosa Corinto.
Corinto estaba también preparada y, mientras las mujeres tejían ropas para los soldados en los gineceos
y templos, los niños ayudaban a los hombres e incluso los ancianos colaboraban con sus consejos. Todos se volcaron en defender su bella polis. Aún así, la batalla fue muy dura y muchos templos cayeron, multitud de barrios ardieron y hubo demasiadas tumbas. Corinto nunca se recuperaría del ataque, pero seguirían viviendo una vida dulce y regalada, que seguiría atrayendo a generaciones de helenos a sus muros.
El trigo macedonio alimentó a los bravos soldados corintios para que no cayera en manos medas y el apoyo de sus abundantes aliados hizo que las gestas privadas fueran tan narradas como la de los grandes estrategos.
La historia de los corintios le fue narrada al de Halicarnasso por una dulce pareja de sacerdotes de Afrodita, a los que visitó en su templo cuando iba de camino hacia el sur. Por Anaxágoras, sabía de su implicación en aquella reunión en Delos y esperaba que ellos le pudieran dar referencias de sus misteriosos amigos. El primero que tomó la palabra fue un tipo peculiar, que irradiaba magnetismo y seguridad, a pesar de una avanzada edad.
Comentarios de
Yiorgos y Helena
de Corinto, año 450
a. C.
En mis 40 primaveras, nunca jamás había visto dioses; siempre he creído en ellos, como es lo normal: nos protegen, nos ayudan, les damos lo que nos piden. La vida es como es, pero nunca los había visto pasear, discutir, matarse, son cosas que uno nunca olvida, ni que estuve en la cama con la elegida por la diosa para manifestarse, esa sí que es una de las cosas que nunca olvidaré.
Mi estancia en la isla fue bastante buena: nada más llegar, pude saludar a la gente más poderosa de Grecia, todo un placer para mí y mi bolsillo. Podría negociar con todos, incluido los malditos fenicios, mis rivales. Mi plan era claro: sobretodo, que nadie se enterara de mi impotencia, luego hacer negocios sin parar, evitar la guerra y sobretodo que nadie se enterara de lo mío en el templo. Visto lo visto, estaría oyendo todavía ASEBEIAAAAAA
ASEBEIAAAA, qué horror.
De todas esas opciones, ¿qué puedo decir? la impotencia
era algo grave, más aún al darme cuenta de que la culpa era por haberme enamorado
de la bella Helena ¡¡¡maldita sea ella¡¡¡, pero qué gustito da cuando estás a su
lado; así, es muy difícil ir a una orgía privada la primera noche: todas las ménades
frotándose conmigo como un domingo cualquiera en el templo y yo, sin poder corresponderles. Envidiaba a mi colega de Crotona, pero él estaba en comunión con su Dios y yo no podía hacer más que mirar. Una lástima, todo sea dicho, pues siempre me ha gustado ese tipo de reuniones, pero si no se te levanta, mal.
No hacía falta convencerme para votar a favor de más días de fiesta, ocio y perversión; evidentemente, tenían mi voto antes de empezar.
Negocios hice algunos: veía que la guerra llegaba y era un poco absurdo matarse a buscar las mejores condiciones comerciales, ya que en un futuro se complicarían mucho las cosas y un buen inversor sabe que hay que cuidar a los clientes. Aún así, cambié con Macedonia y con Épiro, esa gente que ya está en guerra. Logré también que se estrenara una obra de teatro en mi magno teatro del santuario de Afrodita y sobretodo, conseguí una obra un poco más subida de tono con mis chicas de artistas principales, algo poco habitual, aunque no tan raro en las fiestas dionisiacas.
Anacreonte creó el primer Kamasutra heleno, gracias a unas imágenes que le pasé, unos bellos dibujos para el placer. Todo perfecto, incluso el gran Milón dijo que vendría a ayudarme en las próximas elecciones políticas, todo un honor a cambio de un secretillo sobre Anaxágoras. Lo curioso es que nunca vino, pero no necesité de su presencia, puesto que la gente de Corinto estaba contenta por los pactos que traje de Delos.
Evitar la guerra fue bastante difícil. Todos, menos los espartanos, venían a por mi dinero y a todos les decía lo mismo: lo ideal sería que no hubiera guerra, aunque, si la hubiera, Corinto estaría ahí.
Acabé hasta el gorro de los atenienses y llevándome bien con el Tirano, lástima que al final no saliese elegido: me hubiera convertido en más rico. Respecto a los fenicios, Adón me dio un poco de celos, se estaba tirando a mi querida Helena, cosa comprensible todo sea dicho, pero a la vez, quería matarlo. Suerte de Helena, que me dijo que no le importaría matarlo ella misma, cosas que pasan… Por lo demás, al final no llegamos a buen puerto con los fenicios, pero seguro que tenían cosas interesantes para cambiar.
Me pasé todo el tiempo detrás de Helena para poder consumar, pero siempre había alguien que la cazaba. Fue horrible, pues tenía que seguir siendo impotente un rato más, ¡qué duro fue! menos mal que, cuando comenzaba la noche del ultimo día, llegamos a ese punto.
Con el tema Despoina, debería haber sido más hijoputa, pero no había nadie en Delos que me diera tanto odio como para putearlo a saco, realmente solo Adón y ya tenía a Helena, con lo que pasó a un segundo plano. Luego, cuando Despoina pasó a ser “la jefa”, todo fue bastante lioso, al menos logré que no me matara y conseguí solventar el tema del templo gracias a ella.
La única persona a la que le vendí algo “malo” fue a Damocles de Mileto, que quería robarle la llave del Tesoro de Esparta a Leónidas. Como me pareció divertido, le di drogas, que no veneno. Me imaginaba que sería un espía, pero me ganó la curiosidad por ver si sería capaz de hacerlo. Además, me gustaba la idea de ver a Leonidas drogado, a lo mejor entre Helena y yo nos lo podríamos llevar a la cama del amor y pasar de Gorgo, pero bueno, eso nunca se dio, desafortunadamente.
Helena amplía el relato de su esposo contando sus encuentros amorosos, pero hasta Yiorgos se ruborizó con algunos detalles, por lo que Heródoto, siguiendo los consejos de su esquivo amigo homónimo sobre cómo debía ser el estilo de
su relato, decidió no transcribirlo. Lo que sí hizo fue copiar las bellas poesías que Helena consiguió de Píndaro y Etheloísa en honor a su Diosa y narrar la construcción de los templos que consiguió que se construyeran en honor de Afrodita o el thiaso lésbico, recordar con cariño a sus protegidos Anaxágoras y Tisífone o escribir la historia de Hecateo, el geógrafo que fue su esposo en otra vida.
Pero la narración que más ansiaba oír en esta polis el de Halicarnasso era la de Despoina, ahora Suma Sacerdotisa del templo de Afrodita en Macedonia y que escondía muchos secretos humanos y divinos. Para que su relato fuera más coherente, transcribió en esta parte del relato lo que le contó Despoina hacía unos meses en el norte. Aunque era un relato vago, lo que se destilaba de sus palabras le infundía respeto y temor…
Despoina abrió los ojos y apenas podía asimilar lo que veía. ¿Ese era Leonidas, el apuesto guerrero de Esparta? ¿Aquel cuyo rostro resplandecía al sol como si fuese el auténtico Ares? ¿Por qué de repente era de noche? Si apenas hace un parpadeo la música sonaba y bailaba embelesada, sabiendo que era el momento que tanto había ansiado… Tras un par de parpadeos, el universo pareció fijarse. Despoina desenlazó la mano que le unía al guerrero… y empezó a recordar, entre neblinas, lo que había ocurrido…
Las sombras de la ceremonia empezaron a tomar forma en su cabeza, ¿de quién era aquel rostro que resplandecía como el sol? Acaso no sería… No, no podía ser… Ella no podía haber estado allí, no podía haber estado ayudándola… Ella nunca se molestaría tanto por una simple mortal.
Volvió a parpadear… otra imagen tomando forma en su cabeza… Allí estaba Helena, hablando con ella. Despoina lloraba, angustiada. Por fin podía acabar con aquello que tanto le había atormentado, con la angustia que la embargaba desde que Yiorgos había comenzado con aquella extorsión. Al fin, parecía que podría librarse de ese lastre. Otro sentimiento tomaba forma en ella, una pequeña culpa, un sentimiento de que la propia Afrodita había guiado sus pasos hasta allí, pero que era momento de dejar a un lado todos los desfalcos y sus propios caprichos y centrarse en cuerpo y alma en rendir culto a la diosa. Ella había nacido para eso, era su destino.
El recuerdo de la conversación se fue difuminando y Despoina consiguió centrar sus ojos en Leonidas, que parecía tan abrumado como ella. En su mirada notaba la consternación, como si también estuviese desorientado. A su mente vinieron unas imágenes extrañas, de cultos y rituales. Y allí estaban ellos. Ellos y el poeta que tanto le había atormentado en sus sueños… Eran ellos pero no eran… ¿qué habría ocurrido en realidad?
Una sensación de despecho le vino de repente. ¿Aquel poeta había osado rechazarla a ella por una simple mortal? ¿Una simple mortal? ¿Por qué había venido a su cabeza esa expresión? Claro que ella era mortal, como todos en aquella isla… Entre esas imágenes se colaron las serpientes, la sensación de que el mismo Apolo había hablado con ella ese día… varias veces.
Consiguió levantarse entre suspiros
y entonces reparó en su traje. No acababa de ser aquel con el que había comenzado
la iniciación, pero tampoco con el que se había visto en aquellas imágenes, que
era el traje que con tanto mimo había preparado para su sacerdocio.
En su interior
había crecido una decisión, que no sabía muy bien de donde venía. Era momento de dejar al margen sus diferencias con Helena, aunque Yiorgos debía ser apartado de la gestión del templo cuanto antes. Eran tiempos difíciles y las sacerdotisas de Afrodita tenían que estar juntas y unidas para dar placer, el único consuelo en unos tiempos como los que tenían por delante. Y había tiempo, Afrodita siempre estaría con ella y aunque
la belleza exterior puede parecer efímera, la diosa es benévola con aquellas que
la sirven con fervor, ya habría tiempo… Tiempo para ascender y ocupar posiciones,
un tiempo en el que ella habría aprendido lo suficiente para poder llevar semejante responsabilidad.
Ciertamente, Despoina se convirtió en un personaje famoso en Macedonia y supo llevar con dignidad su cargo de Suma Sacerdotisa cuando le llegó el momento. No consiguió destituir a Yiorgos, por su entendimiento y boda con Helena, pero la distancia hizo que se diluyera su rencor. Al fin y al cabo, todo había terminado bien y tenía el beneplácito de la diosa. Eso era lo importante.
Heródoto pasó muchos días en Corinto, acogido por Yiorgos y la bella Helena, disfrutando de las mieles de Afrodita. Ciertamente, le costó muchísimo el salir de esta polis… pero tenía que completar su investigación, ya que no olvidaba las palabras del “otro” Heródoto: “Busca siempre referencias para documentar tus exposiciones”. Aunque decidió que no podía contar la extraña historia de ese misterioso hombre consejero y puso a Hecateo y a otros personajes de la época como inspiradores de su novedoso estilo.
De la polis del amor, marchó a Lesbos, en donde escuchó la más bella historia romántica que jamás sintieron sus oídos, pero no la narró en sus documentos oficiales, sino que escribió un pequeño cuento para sus hijos, inspirándose en la verdad y se la relató al
sacerdote de Crotona así:
“Había una vez un amor tan puro y bello como un capullo recién florecido. Dos jóvenes se amaban y complementaban de forma tan perfecta, que hasta la diosa del Amor les tomó envidia. Ella tentó al joven efebo con sus mieles y, al ser rechazada, confinó al olvido a la amada haciéndole beber del río Leto. Él cayó en la desesperación y perdió su Musa, pero nunca perdió la esperanza. Tanto es así, que el dios del Amor, apiadándose del poeta, se encarnó en él y le dio la fuerza que nunca tuvo. Humanos y dioses se implicaron en tan dramática historia y favorecieron el encuentro de ambos jóvenes. Tribulaciones y desencuentros se multiplicaron entre ellos, pero Tyché fue piadosa e hizo que, al final, la joven recordase parte de su amor. La insistencia del muchacho le hizo darse cuenta de que la pasión de un extranjero era ficticia y por fin, se percató de lo que había arriesgado su verdadero amor por ella. Al final, permanecieron siempre juntos y sus hijos fueron los más amados de la Hélade. Tanto como una niña que consiguió doblar el tiempo para salvarse de un titán que la perseguía. Los poemas que produjeron fueron los más bellos, tanto los que hablaban de amor desgarrado, como los que contaban su sufrimiento por la pérdida del amante. Y vivieron felices para siempre, incluso cuando sus daimones llegaron a los Campos Elíseos, en donde Apolo les reservó un lugar adecuado, para que nunca más pudieran separarse.”
Nunca supo nadie el nombre de la pareja, pero todos recuerdan el cuento que esconde las identidades de Anacreonte y Etheloísa. Ellos forjaron el más bello poema con sus vidas, hechas una sola. Tan solo un liberto, hijo de un antiguo esclavo llamado Denes, creyó ver unas enredaderas en la antigua propiedad de la oligarca Etheloísa, que se unían en su crecimiento para ser una sola planta y soñaba con que eran dos jóvenes enamorados, protegidos en forma de planta por Perséfone, para que nadie les envidiara jamás.
El hablar de Apolo con sus hijos llevó
a Heródoto a acordarse de los oráculos del dios. Delfos era un lugar casi mágico, en donde los persas no pudieron entrar,
a pesar de sus malignos planes. Querían destruir uno de los centros religiosos más
importantes para los helenos y provocar así la desesperanza en los corazones de los hoplitas. Pero Apolo, ayudado por los truenos de su padre, provocó que jamás llegaran a conquistarlo. Un derrumbamiento de piedras ante su llegada y el movimiento del suelo ahuyentaron a los medos, que ya estaban mermados por las estupendas estrategias gestadas en Delos.
El historiador recogió el testimonio de una de las jóvenes acólitas, cuya madre, antigua sirvienta del Adyton del oráculo délfico, escuchó la deprecación de la Pitia a la vuelta de la reunión délica:
“¡Oh, Apolo Pítio, Apolo Febo, Apolo Musagea,
tú que posees la luz del sol, déjame ver a través del velo del destino, esclarece
mi sueño. Tan solo en ti confío, tan solo éste puede ser mi lugar!
¡Soñé que los dioses
caminaban a mi lado! Refulgía su piel en la oscuridad de la noche y de los tiempos…No
pude disimular mi dicha.
Jasón me acompañaba,
ojalá pudiera explicar lo importante que fue para mí su apoyo, su ayuda, sus palabras,
su voz… Perdóname, Apolo, si en algún momento me imaginé huir con él, no soy más
que una mortal y como tal seré juzgada. Sé que Jasón no confía en mí, sé que oculta
algo, muchos de los que asistieron me
advirtieron. Conspiré contra él para evitar que él te deshonrara. Pero él también será juzgado cuando llegue a tu presencia.
Alejandro y Wanass, sabios y buenos, redujeron su culto a Némesis. Anastasio recibió lo que merecía. Helena encontró su amor. Leónidas y Gorgo aceptan su destino. Heródoto y Ariadna están a salvo.
Otra vez su
nombre… ¿Ariadna será su
pareja? ¿Por qué la
Pitia habla de “estar
a salvo”? Eso
es porque sufrieron alguna
amenaza, no puede
ser por otra cosa.
¿Qué les acecharía en
el Egeo?
Pero no había respuesta alguna. Y siguió transcribiendo sus notas de la Pitia.
Los estrategos tendrán la guerra y la sangre que reclaman (aunque viertan la propia). Las lágrimas de Temístocles se repetirán cada noche por las muertes que acarrea esta guerra y aun así, salvará a su pueblo. Theumólpides… debo hablar con él, creo que en su mirada guardaba la suerte que nos guiará todos. Pero intuyo que no podré hacerlo hasta que no llegue al Más Allá.
Pero estoy muy confusa…sueño que en mi mano izquierda crecen uvas cada noche.
Sueño que me ciega un traje dorado
Sueño con la interminable mirada de ojos claros que me aterra en la oscuridad, mientras el llanto de unos niños nos envuelven.
Y siento la terrible necesidad de volver a la gruta, respirar hondo, dormir… y no despertar.
Ayúdame en mis tribulaciones, Apolo Pitio, Febo, Musagea.”
Heródoto intentó entrevistarse con Jasón, pero había muerto hacía un par de años. Los que le sobrevivieron no hacían más que alabar sus tareas políticas y religiosas y jamás pudo comprobar las sospechas de la Pitia. Incluso había una lápida conmemorativa de su mandato en el templo, que tenía una frase que él siempre comentaba a sus cercanos: “Conócete
a ti mismo”.
Aunque nunca se supo qué pasó con la desaparecida Niké alada que envió Gelón desde Siracusa, como ofrenda por su victoria contra los cartagineses…
El oráculo de Delos se convirtió en una pieza clave en la política y la religión de la nueva época post meda. Tisíphone, protegida de Hécate, se quedó junto con su prometido Anaxágoras, enseñando entre ambos a una de las hermanas de la joven a leer, escribir y la forma de convertirse en una buena acólita de Artemisa. Visitó varias veces a su numerosa familia de la isla vecina y, gracias a las negociaciones durante la formación de la Liga, salieron todos adelante. Unos, se fueron como soldados de marina, otras con dote y boda, e incluso una acabó de dama de compañía de la reina Eurídice en la lejana Macedonia. Tisíphone se convirtió en una gran dama al lado de su esposo y tuvieron una familia tan numerosa como era habitual en su estirpe.
Heródoto encontró un papiro en el pequeño altar de Hécate que había conseguido erigir la antigua acólita Tisìphone. Parecían sus memorias de aquel evento y no pudo evitar leerlo intrigado para completar su relato:
Memorias de
Tisíphone, encontradas
en Delos, año 455
a. C.
“No os espante la pobreza; nadie vive tan pobre como nació.”
“Era una noche fresca del mes de Hecatombeon, el mes de los juegos sacros en honor a Cronos. Tras el intento de los persas por apoderarse del templo, Selene y Anastasio organizaron una importante celebración en la que estarían presentes todos los principales representantes de las polis de Grecia, tanto dirigentes como filósofos y políticos. Muchas veces había pensado en el oro de Esparta, en lo que sacó Anastasio y en cómo podría conseguirlo. Cuando Selene me comentó lo de la celebración, pensé que esa era la oportunidad tan buscada para hacerme con algunos bienes del templo y conseguir algo más, tanto para nuestros padres como para mi hermano Silas y para mí. Pero no podía hacerlo sola. No tenía la llave y necesitaba un plan. Tras darle muchas vueltas, pensé que con la celebración llegaba mi oportunidad, pero se lo diría a Silas antes, ya que yo sola no lo podría conseguir sin ser descubierta.
El día de la celebración llegó y, al caer la noche, estaba todo dispuesto para la entrada de los invitados al sagrado templo de Artemisa y Apolo. Cuando Selene y Anastasio dieron comienzo a las presentaciones de los invitados, intenté convencer a Silas de que había una forma de conseguir algo de oro para nuestros padres y lograr algo mejor para nosotros. Le dije que se podría entrar en el templo de Esparta, que era el peor vigilado y el que tenía la cerradura más fácil de abrir. Además, con tanta celebración, nadie se daría cuenta de lo que faltaba. La verdad es que me costó convencerle, pero al final me dijo que sí, que no me preocupara y que lo haría él solo. Pero no pudo ser esa noche, ya que la llegada misteriosa de un barco Egipcio hizo que los visitantes se despertaran en mitad de la noche y que la vigilancia fuera excesiva para lograr con éxito nuestros propósitos.
Al día siguiente, fuimos requeridos en la entrega de presentes al templo, por lo que Silas, como sirviente, era solicitado en todo momento por Anastasio… cada vez me fastidiaba más. Y no contentos con eso, Phoebus y Admeto de Épiro les regalaron un perro vigía, que también frustraría mis planes, al adjudicar al condenado perro la vigilia y guardia de los templos.
En los juegos en honor a los Dioses (entre prueba y prueba), tuve tiempo para pensar, ganar algún que otro trofeo y recolectar unas plantitas que quizá podrían funcionar, con la ayuda de Hécate. Si camuflase las plantas venenosas en un poco de carne y se lo diese al perro, lo dejaría fuera de combate durante varias horas, pero tendría que ayudar a Silas ladrando en caso de que alguien se acercase para que no sospecharan. Hablé con mi hermano, le di las hierbas y las instrucciones que debíamos de seguir para que no nos pillaran. Él se negó de nuevo, ya que mi participación no le gustaba en la historia pues estaba preocupado por mi seguridad, pero no quedaba más remedio. Solo faltaba conseguir el último punto, pero fundamental, del plan: la llave. Ésta la llevaba Leónidas colgada al cuello. ¿Cómo conseguirla sin que se diese cuenta? Le dije a Silas que lo dejase en mis manos y que actuase con naturalidad. Yo se la conseguiría.
Después de eso, llegó la hora de relacionarse y comenzar a conocer un poco a nuestros invitados. Pero fui convocada por Anastasio. Éste me preguntó acerca de mi colgante, cosa que me extrañó, ya que eso significaba que sabía quién era y de lo que era capaz. Al final, tras una fugaz conversación, me dijo que no me preocupase, que sentía el haberme tratado así estos años y que ¡HEBE, la bruja que me enseñó mis artes, ERA SU MADRE!
No me lo podía creer. Me preguntó por cómo murió y fui sincera con él, pero no le mostré dónde guardaba el colgante. Eso solo
lo sabría yo.
En cuanto al resto de los invitados, alguno me llamaba la atención, pero en general, los temas de los que hablaban no me interesaban mucho, hasta
que me habló Milón de Crotona. Él me comentó que si eran ciertos los rumores que
había sobre Anastasio, acerca de que quería poner un puerto mercante en la isla
y construir un Templo para Cronos de los fenicios en nuestra isla.
Aunque Anastasio fuera el hijo de Hebe, Selene no se
merecía que la traicionaran de esa forma y todo por el oro de los fenicios. Yo iba
a por el oro, lo reconozco, pero por una buena causa, no para enriquecerme, sino
para ayudar a mis hermanos. Las acciones de Anastasio acabarían enfadando a los
Dioses y eso no sería bueno para nadie. Así que se lo comenté a Selene, pero ella
ya estaba enterada. Me pidió que hiciera de sus ojos y sus oídos y que, mientras ella estaba reunida, averiguase si el resto de los sacerdotes que se encontraban en la isla nos apoyarían para rechazar las propuestas de Anastasio, en caso de que éste dijese algo en la asamblea.
Así pues, hablé con todos los sacerdotes, sacerdotisas y algún que otro político
que me iba cruzando sobre la marcha. Además, fue una oportunidad para acercarme a personas que me podrían facilitar un futuro alternativo al que se me presentaba en el templo. Todos nos apoyaban y todos estaban en contra de Anastasio.
En mis conversaciones con Yiorgos y Helena de Corinto, tras preguntarles si me aceptarían en su templo, no sólo no pusieron objeciones sino que además, más tarde, Helena me dijo que, si yo quería, tenía mejores planes para mí. Me habló de un filósofo ateniense que estaba buscando esposa. Él no era rico de por sí, pero Helena me comentó que era alguien importante, influyente, que había viajado mucho y que le debían una buena suma de dinero por sus buenos servicios prestados. En resumen, me hizo plantearme la idea del matrimonio, aunque yo no lo tenía muy claro. ¿Qué hace falta a un hombre para que se fije en alguien y qué hay que dar a cambio? Le pregunté eso mismo a Despoina Afrodisias y lo único que me dijo fue que las de Artemisa éramos un grupo de aburridas y que sólo me mirase en el espejo y me dijese a mí misma lo guapa que era y la de posibilidades que tenía frente a mí. Estaba pensando en decirle a ella que cuando fuese al cuartito con Leónidas, visto lo visto tras su iniciación, podría quitarle la llave del cuarto del Tesoro. Pero no se lo llegué a proponer… no me fiaba demasiado de ella. Tenía un aura extraña.
También hablé con Phoebus y, además de negarse al plan de Anastasio, le planteé de forma personal lo de la mujer que asesiné sin querer. Me dijo que lo consultaría con los Dioses y más tarde vino el mismísimo príncipe Admeto a preguntarme acerca del alma de esa mujer. No entendí el porqué un sacerdote no sabía contestarme y era el príncipe el que me daba respuesta acerca de lo que harían al llegar al templo de Zeus y Dione. Algo pasaba. El caso es que me dijo que no me preocupara por el daimón de esa mujer, que lo dejase todo en mano de los Dioses, que rezase mucho y que ellos harían lo necesario para evitar que ese alma en pena siguiera vagando.
Silas desapareció. Sin llave y sin Silas no había plan, por lo que me decidí a que Helena me presentase a Anaxágoras de Atenas. Tras un agradable paseo, me di cuenta de que tenía unas ideas un tanto atípicas, pero tenía algo especial. No defendía demasiado a los Dioses, pero era comprensivo cuando yo le hablaba de mis labores en el templo y de cómo ellos nos cuidaban a su manera, sobre todo después de las apariciones de Némesis y de la Diosa Tyché. Me escuchaba, me entendía y además me gustaba como persona, ya que él también procedía de una familia humilde y había triunfado en la vida.
Mientras paseaba, me fijé en la bolsa que llevaba siempre Gorgo a la espalda, en los trapicheos de Anastasio con los fenicios. En Lampito y Arquídamo, esa extraña pareja. Arquídamo no estaba mal, pero cuando intenté hablarle, no me gustaron demasiado sus respuestas.
Por fin apareció Silas, muy exaltado, diciendo algo sobre unas espigas de oro. De modo que pensé en trasladar todos los estandartes hacia el puerto y llevar el último la espiga para que pudiesen ir en algún barco que las sacase de la isla. Creo que Silas se confundió de espigas y, tan bien las escondimos, que cuando quisimos devolverlas no aparecieron. De todas maneras intenté robar las otras espigas para Silas, pero Anastasio casi me atrapó y de todas maneras, Silas me estaba llamando para preparar las cosas del Cónclave.
Llegaron las Asambleas, pero la verdad es que no hice demasiado caso. No me gustaba la idea de ir a la guerra, pero al final se decidió que íbamos y se planteó la elección de un rey.
Al finalizar la primera asamblea, tuve la oportunidad de hablar con la Reina Madre Eurídice y de colocar en su corte a una de mis hermanas.
En cuanto a Anaxágoras, me propuso irme con él, pero debía consultarlo antes con Selene. Ella me dijo que si encontraba a alguien y le ayudaba a prepararla, en un tiempo sería libre y que el filósofo se podría quedar conmigo en la isla mientras tanto, si quería. Pensé en mi hermana Zoe y Anaxágoras se ofreció a enseñarla a leer y a escribir. Sólo faltaba la buenaventura de los Dioses. Por habernos unido, Helena planteó como ofrenda la construcción de un templo a Afrodita y Anaxágoras accedió. También consintió en construir un pequeño altar a Hécate, mi protectora.
Tras la elección del rey, Selene quería plantear la traición de Anastasio y fue entonces cuando le hablé de las joyas que robó de Esparta. Ella miró el registro, lo confirmó, habló con los Dioses y se reafirmó lo que ya se sabía. Se le acusó de asebeia y cuando atacó a Selene, yo intercedí por ella. Él me acusó de brujería e intuyendo lo que iba a pasar, escondí mi colgante en mi bolsita. No lo encontró y de todas maneras, la acusación iba contra él y el adorar a varios Dioses no iba en contra de las normas. Anastasio fue condenado a purgar su impiedad en templo de Apolo en Delfos. La verdad es que no lo hizo con mala intención, pero Hebe era honrada y a su hijo le faltó la misma humildad que ella tenía. A veces, hay cosas que se nos escapan de las manos y si no llevamos cuidado, pueden tener efectos perjudiciales.
Silas siguió en el templo hasta que llegó la Guerra y yo logré ayudar a mi familia con el beneplácito de los dioses y con la ayuda de Anaxágoras. Bien es cierto que todo llega, a veces hay que sufrir y esperar por las cosas que queremos y a los que queremos, pero con paciencia y la ayuda de los Dioses todo es posible. Doy gracias por ello con este testimonio y mi ofrenda. Hoy parto de la isla hacia una nueva vida”.
Selene, tras la purificación a través de Afrodita, decidió renunciar a su amor, Silas, que marchó a la guerra para olvidar su desgracia. La joven permaneció en la isla unos meses, ayudando a las nuevas acólitas que iban llegando. Incluso volvieron antiguas sacerdotisas, tras saber de los acontecimientos mágicos que sucedieron en la sagrada isla y notar la protección divina en ella. Por ello, tras unos meses, Selene pudo retirarse a un pequeño terreno heredado de unos familiares lejanos y vivió allí como epíclera el resto de sus días. Su memoria fue guardada por una joven pareja de gemelos, concebidos en la sagrada isla y que recibieron los significativos nombres de Artemis y Apolinastas. Cuando Heródoto fue a interrogarlos, no pudieron más que revelar en nombre de su padre, pero el resto de su historia se perdió en los profundos pozos de Delos.
Nada más se supo del joven Silas tras la guerra, salvo que compró su panoplia con un lingote de oro para convertirse en hoplita y que luchó en el bosque sagrado de Épiro, por la defensa de los valores en los que tanto creía. Sus hermanos siempre le llevaron en sus corazones.
Anastasio tuvo un juicio por asebeia, pero la suerte parecía de su lado. El jurado se apiadó de las lágrimas del sacerdote y le penaron tan solo con una multa importante y con el exilio de la sagrada Delos. Se fue a vivir al santuario de Delfos, en donde por fin, pudo limar sus asperezas con el oráculo rival. Con el tiempo, se dejó de recordar su culpa y envejeció dando clases sobre mitología y charlando con Heródoto sobre los hechos fantásticos del año de la victoria ante los persas, su mayor recompensa.
Esquilo halló tiempo, entre papiro y papiro (su material preferido de escritura), para hablar de aquellos viejos tiempos con el joven Heródoto. Le habló de ese otro hombre llamado Heródoto, al que describió como un varón moreno, con complexión fuerte, como de guerrero, pero modales de poeta. Le pareció un hombre muy activo y decidido, al que lamentó no haber hablado más durante el tiempo que compartieron. Esquilo reveló al de Halicarnasso que hubiera estado orgulloso de ser de su familia y que, seguramente por esa causa, habría tomado su nombre. Heródoto sonrió y se quedó con la reflexión del Maratonomacos, pues fue la idea que más le convenció a lo largo de su búsqueda. El dramaturgo había limpiado las sospechas que recaían sobre su revelación de los misterios eleusinos, ascendió en la orden y siguió con su fantástica obra teatral. Aunque murió de una extraña manera, como predijo el oráculo, su memoria como gran guerrero jamás se olvidará y Heródoto se encargó de ello.
De quién no pudo averiguar más fue de Theumólpides. Su nombre se diluyó en las nieblas del olvido, pero aún hubo alguien más que le habló de él. Sólo consiguió su nombre cuando le enseñó a Esquilo la carta del impostor Heródoto y supo que la relación entre el Hyerophante y el fenicio Joseph tenía que registrarse de alguna forma. No sería justo que se olvidara el gran esfuerzo de su colega.
Los datos ofrecidos por el Maratonomacos a Heródoto lo llevaron a contactar con un fenicio de rasgos hebreos que se presentó como Amijai. Habló muy poco con él y constantemente, miraba por encima de su hombro, como buscando a alguien que lo observara, pero fue lo suficiente como para transcribir su emocionado testimonio.
"Seguí un tiempo con la sensación de haber abusado del vino, aunque bajo la púrpura palpitaba un corazón orgulloso de haber elegido el camino correcto.
Adón fue correcto conmigo, pocas palabras salieron de su boca durante la semana en que compartimos barco. En Kitión me excusé ante él, argumentando que ciertos negocios me retendrían algún tiempo más en puerto. Aún recuerdo su mirada en la despedida, la mirada que lanza un padre ante el niño que ha realizado una cara travesura, no de comprensión, sino de futuro castigo. Le di la espalda con mi mente en mi amada y el fruto de su vientre, aquel era ya mi único óleo de redención. No me costó encontrar un compatriota de fiar, otro biblita comerciante de resinosos ungüentos, le hice responsable de todos los documentos que había firmado en nombre de mi Rey, incluido el anuncio de mi participación en un arriesgado viaje a Macedonia para cerrar un beneficioso trato en su nombre.
Ya nunca regresaría, habría “muerto” luchando por sus intereses.
De Kitión a Atenas en una nave sidonia, de Atenas a Eleusis con unos pastores. En Eleusis, lágrimas, lágrimas que pudieron llenar cestas de mimbre. Tras la purificación que presidiera un delegado de Theumólpides, encargado temporalmente de las tareas del profeta desaparecido a mi pesar y huyendo de una guerra que ya no sentíamos como nuestra, nos encaminamos a Argos, donde con algo de plata, que me había entregado mi protector por medio de Esquilo, pude pagar nuestro viaje al puerto de Gaza y comenzar una nueva vida. Dijimos ser una familia de comerciantes judíos de Elefantina, que huíamos de la posible guerra y el vil metal todo lo calla, concediéndonos un tranquilo viaje. En Gaza, huyendo de los ojos indiscretos, nos unimos a unos samaritanos que viajaban al norte, allí comencé a dejarme llamar "Amijai" (mi pueblo esta vivo) y a mi esposa "Java" (la dadora de vida, nombre de Eva dado por Adán). Tras aquellos movidos días, alcanzamos Jerusalén.
Hoy veo crecer a mi hijo, una ramita sana que surge de mi nudoso y enmarañado tronco, de ese árbol que comenzó con Jessé y del que somos parte necesaria. Salvo su condición de primogénito, uno más para sus hermanos, feliz en su ignorancia. En ocasiones, me ayuda con las cuentas o me pregunta por el pasado. Yo cambio de tema, Él, que es quien es, sabe que lo hago por su bien. Por el bien de todos.
El altísimo guíe sus pasos como hizo conmigo."
Respecto a Adón el tirio, había mucha más información. Los negocios concretados en la isla y durante la guerra le encumbraron a la oligarquía más selecta de la corte tiria. Además, desde que volvió de la isla, todos pensaban que estaba bendecido por su Dios de alguna misteriosa manera, pues su voz era más poderosa, su piel refulgía a veces como el oro y pocos se podían resistir al influjo de sus palabras.
Consiguió que los cartagineses fueran nombrados enemigos de la Hélade y apoyaría un frente común contra ellos. El rencor de Gelón hacia los de Cartago era mayor que hacia los fenicios y se superaron las reticencias previas. Algunos poetas fueron utilizados como elemento de cambio por los fenicios y casi todas las polis se vieron implicadas en tratos con ellos. Heródoto pudo transcribir incluso varios de estos pactos, que se tenían como modelo de buena negociación para las nuevas generaciones. Los fenicios consiguieron el monopolio casi exclusivo de la madera necesaria para la construcción de flotas y otras estructuras en tierra, lo que enriqueció sus reinos de ultramar.
Delos se convirtió en un punto de descanso e intercambio de las rutas entre oriente y occidente, mejorando el puerto de la isla, con el apoyo de Theumólpides. El hijo de Milcíades fue liberado y por fin, el daimón del antiguo héroe pudo descansar en paz. Además, varios templos a Moloch perlan ahora el Egeo y desde ese momento, es como si el desequilibrio se hubiera restaurado, puesto que no se han recogido más incidentes graves al respecto.
A pesar de los roces con Joseph, Adón le prometió que ignoraría su impiedad a cambio de su filiación con los reinos fenicios y el apoyo en las negociaciones. La firma del hebreo apareció en diversos documentos con los asistentes a la reunión délica, lo que constató a Heródoto el cumplimiento de su pacto.
Fomentaron la unidad del mundo griego pero los testigos que entrevistó el de Halicarnasso no supieron afirmar si por lealtad, por compartir enemigos comunes o por meros intereses económicos, ya que si los medos se hubieran alzado con la victoria, nadie les podría hacer sombra en el Mesogeios y los monopolios persas hubieran eclipsado el mundo fenicio. En cualquier caso, la imagen del mundo fenicio ante los helenos mejoró innegablemente tras la reunión y de ahí surgieron grandes alianzas posteriores. Algunos en la isla recuerdan que Despoina, quizá poseída de alguna forma por su diosa, ayudó a Adón a salir del lago de Leto, en donde nacieron Apolo y Artemisa. No debía haber más muertes en la isla… pero nadie le dijo jamás de dónde venía el sacerdote de Moloch o porqué salió del interior del sagrado lugar.
Heródoto, cada día que pasaba, estaba más celoso de los asistentes a aquella misteriosa y fantástica reunión en Delos. Hubiera deseado estar allí casi más que nada en el mundo, para poder haber sido testigo directo de las maravillas acaecidas. Al menos, la carta de sus benefactores le hizo investigar lo allí pasado y conocer una gran parte de los hechos.
El mapa que los fenicios dieron a Milón fue muy importante para encontrar la ubicación exacta de su polis de origen, Síbaris. Nadie había llegado ni a sospechar de él por un momento, puesto que su actuación en la convención fue impecable. Asphódela, la hetaira que lo acompañaba, recibió las sospechas en su lugar. Algunos dicen que se la vio con el antiguo esclavo de Anacreonte, Denes, o con Damocles de Mileto y otros hablan de su partida hacia el mundo persa. Pero nadie supo jamás darle referencias concretas sobre ella al narrador y un halo de misterio cayó sobre su memoria. Aunque todos los que la conocieron estaban seguros de su éxito en cualquier empresa que se propusiera a posteriori, pues tenía una amplia cultura y un carácter arrollador.
En cambio, Heródoto encontró en el templo de Olimpia un pergamino con las impresiones del famoso atleta, enterradas en lo más profundo del bosque circundante al estadio que le había proporcionado los más dignos laureles. No sabe muy bien cómo llegó hasta allí, pero algo le guió de forma casi mística hasta la pequeña marca de tierra revuelta. El texto que halló era tan revelador, que no tuvo más remedio que copiarlo literalmente. Pensó que sería, probablemente, un regalo a sus dioses o un intento de justificar sus actos. Leyéndolo con avidez, Heródoto por fin entendió sus motivos para unirse a los medos y lanzó una oración por él.
Relato de
Milón de Crotona, encontrado
en Olimpia (año 446
a. C.).
“Las casas inundadas, cientos de muertos, mujeres, niños, apenas nos salvamos 20… Más de 30 años teniendo la misma pesadilla, más de 30 años con un solo pensamiento día tras día, Crotona debe ser arrasada, ningún habitante debe sobrevivir.
Apenas tenía 18 años cuando descubrí el horror de la guerra por primera vez. En Síbaris tan solo queríamos seguir viviendo a nuestra manera, el comercio era nuestra forma de vida, la gente trabajaba para vivir, pero ese es el funcionamiento en casi todas las polis.
No queríamos ir a la guerra, vivíamos cómodamente, pero nos tuvimos que defender de nuestros celosos vecinos de Crotona.
No podían con nosotros, las batallas las perdían y cómo no, la Hybris (ira) invadió a la misma velocidad que le abandonaba el honor en batalla.
Nunca debieron ganarnos con tan malas artes, el dique que hacía siglos habíamos construido porque así se lo ordenaron las diosas Demeter
y Némesis, fue destruido por los ingenieros de Crotona.
Inevitable fue
la inundación de Síbaris: al recuperar el río su cauce natural, mujeres y niños
se ahogaron, los soldados sucumbieron
a la fuerza del agua y nada pudieron hacer para evitar lo que sucedió.
Los pocos que sobrevivimos, iniciamos nuestra cruzada para devolver a nuestra ciudad el esplendor que nunca debió perder. No veíamos posibilidad de hacerlo solos. En las ciudades de la Hélade no podíamos confiar: no había más que ver lo que hicieron contra Crotona tras vencer su batalla con tan malas artes, nada, y eso es lo que esperábamos de todas las polis vecinas, nada por ayudarnos.
Nuestra mirada se fijó en oriente, ¿por qué no? Quizá Darío aceptara un trato con alguna condición. En poco tiempo estábamos trabajando para el ejército persa.
Los supervivientes nos repartimos por casi todas las Polis de la Hélade.
Desde Crotona hasta Mileto, introdujimos gente en las cúpulas políticas, en los templos. Necesitábamos saber como funcionaba, absolutamente todo.
Como todos saben, yo me quedé en Olympia, para preparar mi entrenamiento y pronto llegaron las victorias olímpicas y de todas las competiciones deportivas que se preparaban en las polis de la Hélade. Esto me convirtió en famoso y muy, pero que muy, rico.
Mi vida transcurría entre Olympia y Atenas desde hacía algunos años, pero en pleno apogeo de mi carrera me recorrí todos los rincones, islas, puertos, ciudades, recogiendo cualquier dato que pudiera ayudar a los persas a vencer a los griegos.
Mi vida cada vez iba mejor, pero empezábamos a impacientarnos, las revueltas de Naxos eran perfectas para iniciar lo que queríamos, pero salió mal.
Tras casi 30 años trabajando para los medos y debido a mi posición en Olympia,
me comunicaron que se iba a realizar una reunión de todas las polis de la Hélade,
para planificar la defensa contra el imperio persa. Me costó soportar la risa cuando
los oligarcas me pidieron que los representara y que debía mantener en secreto esto para evitar que los espías se enteraran.
Llegó la reunión en Delos, con la excusa de los juegos.
Aquella mañana pasaron cosas extrañas en la carrera y el lanzamiento de disco: por primera vez perdí desde que empezó mi carrera deportiva. Al principio, pensé que, a mis 50 años, ya era hora de que alguien me ganara, pero, al anochecer, descubrimos todos los asistentes que los dioses Apolo y Ares participaron en los juegos. Soy bueno, pero contra los dioses es aspirar a demasiado.
En la isla estaban presentes los máximos representantes de todas las Polis importantes. Momento idóneo para que unos cuantos soldados persas aprovecharan el momento para asesinarlos a todos, pero prefirieron darles la oportunidad de que se rindieran. Pobres emisarios, que encontraron el final en el pozo que debían tener los de Crotona.
Mi invitación a la isla de Delos fue una de mis mejores maniobras, puesto que sin haberlo planeado, me vi inmerso en la mejor de mis estratagemas. Todo iba según lo previsto: las polis no se ponían de acuerdo en cómo hacer las cosas y eso nos beneficiaba. Hubo largos debates, en los que se dijeron datos, datos relevantes para el combate contra el enemigo inminente.
Recuerdo conversaciones más que productivas con la mayor parte de los asistentes, pero me fue difícil aguantar las risas cuando Heródoto me cuenta que sabe que entre las filas persas existen unos 50 navíos jonios que se volverían contra ellos en un momento álgido de la batalla, dándole así mayor posibilidad a la flota helena.
Heródoto no
pudo dejar de abrir
la boca como un
pez sin agua… Su
homónimo sabía cosas
del futuro de la
batalla. ¿Era un
enviado de los dioses?
¿Acaso era un oráculo?
Se ampliaban las preguntas
sin encontrar respuestas…
y siguió copiando anonadado.
Mi informe sobre la reunión cada vez era más completo; el futuro de los helenos cada vez me importaba menos: les pagaría con la misma moneda que ellos nos pagaron cuando no hicieron nada contra Crotona en la batalla de Síbaris.
Mi informe estaba acabado, pero cuando me disponía a enviarlo, Temístocles me habló de un sueño que había tenido en el que se le aparecía Atenea, y le decía que debía refundar una nueva colonia cerca de Crotona, justo debajo del río. Por primera vez en todos estos
años, me debilité y le conté a este muchacho ambicioso la historia de Síbaris. Se emocionó y vio la posibilidad de cumplir lo que la diosa le había encomendado en ese sueño, utilizando parte de su flota si hiciera falta.
Pensé que quizá no fuera necesario que todo se arrasara, ¿podría conseguir lo que siempre había deseado de una manera más rápida y fácil?
Por otro lado, Hecateo también quería refundar Síbaris y cuando me lo contaron, vi otra posibilidad. Con mi prestigio, no tendría problemas en que me dejaran vivir allí y seguramente podría estar entre los gobernantes. Ese sería un derecho que nadie me podría negar, cuando contara que esa es mi ciudad.
Sin saber exactamente porqué, ese informe que ponía al descubierto a toda la Hélade, volvió a mi bolsillo. El sentimiento de odio daba paso a una gran felicidad.
Estaba feliz y contento, cuando Selene y Temístocles me contaron una visión en la que la sacerdotisa había visto que uno de los espías venía de Olympia, siendo su origen Síbaris. Fue una de mis mejores actuaciones, con total serenidad me defendía, pero la sacerdotisa seguía mirándome con recelo, hasta que el muchacho ambicioso defendió mi postura con un “nos hemos criado
juntos, él no puede
ser”, con esto gané algo de tiempo y parece que lo que después aconteció disipó la búsqueda de espías.
La reunión acabó, volvimos a casa y mis primeros movimientos fueron para reunir a todos los habitantes de Síbaris, para contarles lo que había pasado y que nuestro sueño estaba cerca, por fin.
El sentimiento de alegría no impedirá que mi venganza contra Crotona se lleve a cabo, solo es cuestión de tiempo”.
El documento estaba firmado por Milón de Sibaris, el verdadero nombre del atleta. Síbaris fue refundada tiempo después con la ayuda de Temístocles, y aunque Milón pudo morir tras ver cómo su sueño se cumplía, Hades se lo llevó de forma prematura a su reino. Los funerales y Juegos en su honor se multiplicaron por todas las polis de la Hélade, sobre todo en Olimpia y Síbaris.
Cuando Herodoto terminó de copiar aquel texto, decidió volverlo a esconder en su lugar, para que no se malentendieran jamás las motivaciones de aquel valiente, que se enfrentó a todos por su justa venganza. Sonrió, dándose cuenta de que estaba cambiando la Historia y siguió con su búsqueda.
Hecateo colaboró con todos en la reunión y en momentos posteriores, puesto que se convirtió en pieza clave de conocimientos de otras culturas. Pero lo que realmente le hizo feliz fue el hallar por fin el alma encerrada de su esposa dentro de la bella Helena de Corinto. Se vieron muchas veces, según contó el mismo geógrafo en sus crónicas y por fin, ella pudo sentir su alma llena, con un hijo y un nieto que la visitaban habitualmente. Yiorgos se convirtió en tutor personal del nieto de Hecateo y, como nunca pudieron tener hijos propios, le convirtió en su heredero. Años más tarde, cuando el corintio se retiró de la política, fue ese joven el que tomaría su relevo en la oligarquía de la polis adoptiva. Heródoto era amigo personal suyo y consiguió que le contara la bella historia de amor de sus abuelos, que perduró más allá del tiempo y trascendió una simple vida.
Damocles de
Mileto debió de pasar
desapercibido voluntariamente un tiempo tras la reunión délica y Heródoto sólo encontró pistas suyas diez años después. Tras la derrota meda, decidió que su lugar estaba entre los persas. Se convirtió en general de sus ejércitos y vivió entre varias ciudades orientales del creciente fértil, intentando siempre mantener el poder del rey de reyes y sofocando diversas rebeliones. Cuando se hizo mayor, decidió viajar hasta el Indo, en busca de la paz interior y de la filosofía más trascendental. Nada más pudo averiguar de su vida el de Halicarnasso, pero un bajorrelieve en la región de Rhages, que encontró uno de sus amigos, hacía referencia a él: “Por aquí pasó Damocles,
que un día fue
de Mileto y más
adelante, orgulloso persa.
Los dioses olímpicos me
abandonaron, pero ahora,
ya he encontrado
la iluminación en el
único Dios verdadero.
Ojalá la encontréis
vosotros”.
Durante su estancia en la Jonia buscando pistas de Damocles, Heródoto pudo entrevistar al hijo del rey, Wanass
de Éfeso. Su padre había sido un monarca justo, que ayudó a los hermanos de occidente en su lucha por la libertad, a pesar de no haber podido librarse ellos mismos del yugo medo. Supo mantener a raya a los sátrapas medos, para que su polis tuviera el menor influjo persa posible. Heródoto paseó por las bellas construcciones de la polis dominada, viendo los monumentos conmemorativos que honraban su memoria y no pudo dejar de pensar que tuvo que ser un gran hombre. Notó una reminiscencia arquitectónica con la nueva Pella, en Macedonia y recordó los tratos que hicieron entre ambas polis. El esplendor de sus construcciones era parejo con el mundo cultural que cobijaban y ello hizo que se sintiera muy orgulloso de ser heleno.
Jamás escuchó
que las olas de Neptuno y las ninfas del mar jonio susurraban las palabras y
pensamientos del futuro rey de Éfeso y describían retazos de vidas pasadas: “Las
olas batían calmadamente, mientras la brisa acariciaba el trirreme y a quienes
lo ocupaban. El príncipe miraba con nostalgia un pergamino de su amigo Heródoto,
el que había sido su guía en la sombra, quien se había preocupado tanto por su
alma como por un reino que no era el suyo; aunque al final, le había
abandonado… Ahora que iba a ser rey, ahora que necesitaba un asesor sabio y
leal, ahora, cuando más lo necesitaba.
Ya se veía la
costa, era momento de asumir la responsabilidad y contarle al rey, su hermano,
que había hecho pactos a sus espaldas, a sabiendas que no se podría echar
atrás.
"Vos queréis la paz, la misma que viven los
corderos o los cerdos antes de que los lleven a degollar. Los medos nos tratan
como a ganado, esquilman nuestro grano, roban nuestro oro y nos privan de
libertad ¿Es eso lo que queréis para nuestro pueblo, es eso lo que padre nos
enseñó?"
Una semana
pasó recluido, cuando el capitán de la guardia le visitó: "Id a ver a vuestro hermano, no os queda
mucho tiempo"
Muchos interrogantes quedaron en el texto de Heródoto, pero no por ello estaba menos satisfecho. Décadas de trabajo habían pasado para poder completar su monumental obra.
Nadie llegó jamás a averiguar quién había quemado con ácido las cerraduras del
tesoro espartano en Delos, pero tuvo que ser uno de los presentes en aquellos Juegos Cronios. Tampoco se supo con seguridad cuántos dioses camparon en aquella reunión o qué pasó con los que desaparecieron: Heródoto de Halicarnasso y Ariadna de Crotona.
Respecto a los posibles traidores, Heródoto no supo ni quiso transcribir nada de ellos en sus textos, quizá por tener dudas sobre su culpabilidad o posiblemente, por no manchar el nombre y el honor de los helenos, que al fin y al cabo, consiguieron enterrar sus diferencias y se unieron en la victoria.
Pero, mientras le dejaba leer sus tomos al joven sacerdote de Zeus en Crotona, para recibir la bendición y marchar a su tarea final, notó que sus ojos escondían algo más. Le rogó al joven que, conmovido por la dedicación a su obra, le enseñó la carta de Hyeronimus que había pasado de generación en generación, pero a condición de que jamás fuera publicada.
Y así se hizo.
Entre otras grandes sorpresas, la carta revelaba quiénes fueron los artífices de la reunión helena, pero la causa de ella, quedó en el olvido de Leto.
Carta de
Hyerón de Crotona a
su familia, año 480
a. C.
En algún lugar
de la Hyperbórea…
“Los juegos, organizados entre Theumolpides y yo, habían sido, cuanto menos, espectaculares. Se había derramado sangre en tierra sagrada y los dioses estaban descontentos a pesar de los ritos de purificación. Incluso Anastasio, nuestro anfitrión, tenía las manos manchadas. Éramos pocos los hombres honestos allí reunidos y menos quedarían al final de la noche.
No estaba concentrado en política, ya que mi misión era mucho más importante: Asegurarme de que los dioses a los que protegía tuvieran éxito.
Heródoto se
preguntó a qué
dioses haría referencia
y miró interrogante
a Anacleto, que le
impelió a seguir leyendo
hasta el final.
La fiesta del viernes por la noche sirvió para introducir a algunos escogidos a los placeres de los Misterios, pero debido a un malentendido entre Theumólpides y yo, solo se votó por la introducción
de su secta, ignorando a los dionisiacos. No fue su culpa, pero su alusión a un
único dios hizo que me enfadara más de lo debido. Pocos se dieron cuenta cuando
él estaba leyendo su profecía en público. Creo que fui el único. Aun así, la aceptación
por mayoría absoluta (o casi) de la secta eleusina me hace suponer que en un futuro,
proponer otra votación similar con Dionisio no debería suponer un gran problema logístico.
El rito se completó de forma prevista, pese a la interrupción de ciertas personas, o cosas, no gratas. Recordando las palabras de Ariadne, o Amy, como también parecía llamarse, les seguí por la grieta que ellos mismos habían abierto. Tenia que devolver el escudo de la Gorgona a su lugar correspondiente, que desgraciadamente no era con Gorgo ni en su secta. Al mirar hacia atrás, intentando volver por donde había entrado vi a Cronos, enfadado, gritándome, ladrándome, enfurecido. Intenté huir pero me hizo tropezar. Perdí el conocimiento, la roca sagrada y el escudo.
Por fin una
pista de la misteriosa
mujer desaparecida. Pero demasiado
poco para el inquisitivo
Heródoto…
Oí una voz del mas allá, confuso entre los huracanes del tiempo y el espacio: “la grieta sigue
abierta, se va
haciendo mas grande”. Gritos, sin poder establecer su origen, haciendo un ritual para cerrar la grieta, en donde yo aún me encontraba. Me despertó el darme cuenta de que me quedaría atrapado en el Tártaro para siempre y mi misión aún no había terminado.
Visiones del futuro, del pasado, de tierras sin descubrir y de tierras que quedarían ocultas bajo las aguas. Guerras con armas que aún se tenían que inventar. Eclipses creados por la mano del Hombre, maleados a su voluntad. Pesadillas germinando, moldeadas por oscuros maestros mantenidos en las sombras.
Recogí la roca y el escudo y eché a correr de vuelta al presente con los rugidos de Cronos siguiéndome de lejos. Oí cómo
azuzaba a sus perros del Tártaro (¿o Tíndalo? No estoy demasiado seguro) para que
me impidieran salir. Miré y vi el horror del inframundo abalanzándose sobre mí,
intentando degollarme, cortar mis extremidades y hacerme desaparecer para siempre, borrándome de la existencia misma del pasado.
Volví al presente, todavía ido, desorientado. Corrí de vuelta al Templo de Apolo, pero Cronos me hizo tropezar una vez más, sabiendo que ya me tenía en sus garras, que no había escapatoria una vez había decidido a su presa. Los dioses eran prueba de ello. ¿Habían finalmente logrado escapar? ¿Había desistido Cronos finalmente en su misión? ¿Era yo el premio de consolación, mucho más fácil de capturar que un par de dioses? Me quede mirando a la luna, notando como el tiempo se detenía alrededor de la grieta. Conocía mi misión. Se me había desvelado en la grieta. Sabía que no había alternativa.
Heródoto se
preguntó si Ariadna
y el otro Heródoto
serían realmente dioses, como
parecía pensar Hyerón… Pero
nada más pudo conocer
de ellos e incluso,
en la carta que
tenía escrita por sus
propias manos, decían hablar
por Apolo, pero no
afirmaban ser dioses.
Me despedí de cuantos quedaban en el templo, estando ya ausente del mismo.
Organicé mi partida hacia Crotona lo mejor que pude, sin Ariadna. La gente preguntó sobre ella y hubieran preguntado sobre Heródoto, pero igual que aparecieron, desaparecieron: en una grieta temporal, bajo la mirada de Cronos, con mi ayuda y mis lágrimas. Esta vez no fue alegría al ver a dos dioses y al haberme escogido a mí como protector. Fue de tristeza, al ver a mi familia partir hacia su tiempo.
¿Hacia su
tiempo? ¿Es que acaso
no eran de nuestra
época? ¿Era por ello
que Heródoto sabía cosas
de las futuras batallas?
El misterio en lugar
de aclararse, se iba
haciendo más y
más complejo.
Dejé a mi sucesor natural el control del Templo a los Tres Grandes. Dejé también a los seguidores de Dionisio en mejores manos que las mías, contento de haber complacido a Dionisio en más de una ocasión durante la reunión. Dejé la roca sagrada en el lugar donde pertenecía, en lo más profundo del templo, donde Ariadna y Heródoto habían aparecido hace ya casi dos años.
¿Aparecido? ¿De
dónde? ¿De cuándo? Mil
preguntas aparecían en
la lectura del de
Halicarnaso…
Me despedí de mi familia, intentando no llorar, sabiendo que
ésta sería la última vez que iba a verles. Ellos también lo sabían y comprendían el sacrificio. Pese a eso, no lo aceptaron y lloraron mi marcha.
No volví a ver a Theumólpides desde esa noche, ni volví a saber de él. Visité a Eurídice y al verdadero Heródoto y les di sus cartas del falso Herodoto, junto al mapa de las tierras no descubiertas aún.
Heródoto se
echó a reír. Por
fin había averiguado
la verdadera identidad de
aquel mensajero que entregó
la misteriosa carta a
sus padres hacía ya
tantos años. ¿Qué pondría
en la carta de
la reina Eurídice? Sería
el aviso de cuidar
de su estirpe y
por ello, su marcha
a las seguras montañas
con su nieto durante
la Guerra Meda. Al
menos, reconoce que yo
soy el verdadero Heródoto.-
pensó el narrador.-
Por momentos, llegué incluso
a dudar de quién
lo era.
Desde allí, he organizado la expedición que me ha llevado hasta aquí, donde escribo mis desventuras para que os lleguen con un mensajero, tras haber viajado muchos meses por tierras salvajes y cruzado un estrecho de mar hasta el más allá.
Una formación de rocas se yergue a mi alrededor. Gente hablando idiomas extraños, desconocidos en el Hélade y Ática. Dioses distintos a los nuestros. Zeus Keraunobolos tiene un poder desconocido aquí. ¿Podrá protegerme? ¿Le llegará su mirada a este rincón, esta esquina de tierra tan alejada
del monte Olimpo?
Alguien me ha estado
siguiendo durante la expedición. Gente sin dios, o con un dios todopoderoso en estas
tierras, que sin duda me maldice por mi intromisión y mi herejía. Sé que quieren
el escudo y haré lo posible para que no lo consigan. He presentido que al final
lo conseguirán y que, por tanto, mi papel es solo el de una marioneta, caricatura
de tragedia griega que, cuando su papel en el juego olímpico acaba, es relegada
al almacén mas húmedo, para ser olvidada para siempre.
Al final, me alcanzarán y poca resistencia podré oponer. Viejo, herido, enfermo y en tierra ajena a sus dioses. ¿Qué más podía haber hecho? Hablan latino y por lo poco que pude entender mientras me acechaban, mi muerte en estas tierras no les reportaría ningún beneficio. Además, estamos demasiado lejos como para arrastrarme de vuelta a la península itálica, con lo que me dejarán en la mitad de la nada. Me dejarán tirado como un andrajo, humillado en la perpetua lluvia de esta tierra, mojado, llorando. Sin dioses.
Rezan sin parar susurrando el nombre de un dios que desconozco y se encomiendan a él con fervor.
El circulo de piedras se yergue, gargantuesco, a mi alrededor. Mi corazón esta devastado por la pérdida del escudo y ya oigo a los perros acercarse. No les veo, pero sé que están allí, acechando entre las esquinas, observándome, observando el momento en el que finalmente me quede dormido, o en el que desvanezca por agotamiento.
Amy. Monty. Mis dioses.
No he podido dejar el escudo donde me pedisteis. Hice todo lo que pude, pero mis poderes aquí no tienen efecto. Tal vez el Trueno de Zeus que me comentaste, Heródoto, hubiera sido de utilidad. Mi energía esta siendo succionada por el tiempo, a un vacío que no comprendo y al que me aventuro sin estar preparado.
Mi precio es enfrentarme a lo que sé que no puedo vencer. Enfrentarme a la batalla que sé que perderé. Le he fallado a los dioses.
¿O era éste su plan?”
Heródoto mira largamente al joven sacerdote Anacleto. No le importa averiguar qué era el Trueno de Zeus. Hay cosas que ya no son relevantes. El sacrificio de tantos hombres, la aparición de dioses desconocidos, el conocimiento de hechos futuros… tantas maravillas insondables le desbordan.
Y llora, llora como un niño recién nacido, pues se da cuenta de lo ciego que ha estado durante tantos y tantos años de vida. Por fin, sabe qué tiene que hacer. Lee de nuevo la carta de sus benefactores y decide seguir el destino.
Irá a Atenas y a Macedonia para completarlo.
Carta de
“Heródoto” y Ariadna
a Heródoto. Año 481 a .
C.
“Soy tú, en cierto modo, aunque aún no lo sabes. Hablo aquí en nombre del mismísimo Apolo y como elegido de los dioses en las siguientes líneas me dirijo a ti.
Heródoto de
Halicarnaso presenta aquí
los resultados de su
investigación para que
el tiempo no abata
el recuerdo de las
acciones humanas y
que las grandes empresas
acometidas, ya sea
por los griegos, ya
por los bárbaros, no
caigan en olvido; da
también razón del conflicto
que enfrentó a estos
dos pueblos.
Así deberás comenzar tus relatos, legado de muchos viajes y conocimientos. Escribe al menos nueve libros, uno por cada Musa. Serás testigo de grandes gestas y en tu deber está el que éstas perduren por toda la eternidad.
Busca siempre referencias para documentar tus exposiciones y si tienes que hablar de algo dudoso, especifícalo como tal. Busca las causas de cada evento histórico que relates, así tus palabras serán mucho más comprensibles. Fórmate en tácticas y estrategias militares, pues te serán de gran ayuda.
Ayudarás a fundar una colonia en unas décadas, donde tendrás tiempo para redactar tan magna obra.
Sé que eres un hombre sencillo. Plásmalo en tu obra, como bien sé que harás. Utiliza un lenguaje claro y asequible para todos, para facilitar el entendimiento de tu legado para todas las generaciones venideras.
Por último, algo de gran importancia. Escribe una copia de todo ello, de toda tu obra, en un pergamino de alta calidad que protegerás de toda inclemencia del clima. Ocúltalo bajo la Stoa Basileus de Atenas. Ocúltalo bien, es de vital importancia. Cuando tu obra esté conclusa, haz llegar una copia de la misma a Macedonia, en donde la reina Eurídice se encargará de que se publique tu obra.
Poneos a salvo durante las guerras, pues tu obra será tan importante en el futuro, que tu vida no debe peligrar. Iberia es un lugar seguro.
Nada más por ahora. Los dioses velan por ti.
Heródoto de Halicarnasso. De algún modo, tú mismo…”
Pero Heródoto no supo jamás lo que ocurría en otro tiempo, en otro lugar, quizá era el futuro, quizá pasaba a la vez. Nadie, excepto los dioses, podrían comprenderlo… Esos dioses que se aburrían a veces y
realizaban actos incomprensibles para los pequeños humanos. Esos dioses que
jugaban con ellos desde el Olimpo, como si los humanos no fueran más que peones
de su eterno juego… Solo ellos fueron testigo…
París, la bella y ruidosa París, Amy se aferraba a ese pensamiento mientras corría dentro del Tártaro junto a su pequeña y Monty… al fin iban a volver a su hogar. ¿Su hogar?
Ya no era aquella niña inocente que había dejado París en busca de un sueño, ahora era toda una mujer, amante y esposa de un gran hombre, pero sobre todo era una madre, capaz de enfrentarse a los mismísimos Dioses por su pequeña. Apenas recordaba su vida en París, lo que sí recordaba fueron sus
años felices en Roma, cómo habían cambiado el destino de esa gente y ahora Grecia…
En el fondo tenía dudas: realmente ¿quería volver
a París o deseaba quedarse? Durante el ritual, una de las furias no paraba de repetirle
que
no quería irse, que deseaba quedarse… y era verdad. En el fondo de su corazón, sentía que su hogar estaba aquí junto a los suyos, junto a Monty y la pequeña Athanasia, pero quedarse era poner el peligro toda la existencia que conocían… y lo que era aún peor, arriesgar la vida de su pequeña. Y eso jamás lo permitirían.
Habían arriesgado su vida por su hijita, se estaban enfrentado otra vez a Cronos, ¡maldito sea!, ¿Por qué no los dejaba en paz?… Amy sentía nauseas, miró a Monty, que en un instante llevaba en brazos a su pequeña y eso la tranquilizó; vieron a María, su amiga Maya; ella les indicaba por dónde tenía que ir, había bajado hasta el mismo Tártaro para salvarlos otra vez; ella que los había unido para siempre, ahora estaba ayudándolos a huir y volver a su hogar…
La puerta se estaba cerrando, estaban a punto de cruzar, miraron por un momento hacía atrás y vieron como Hyerón les estaba siguiendo… quizás había aceptado la propuesta de Ariadna de volver con ellos, pero no. Iba en busca del escudo de la Gorgona para cerrar el portal definitivamente, Amy lloró al ver que se volvía.
Recordó su promesa de no involucrarse con nadie de Grecia, pensaba que si no se involucraba, sus manos no estarían manchadas de sangre.
Su primer pensamiento al cruzar fue hacia Hyerón; sentía un dolor punzante en su pecho cada vez que pensaba en él. Aquel buen hombre les había salvado la vida la primera vez que llegaron a Crotona, se había enfrentado a los demonios del portal para mantenerlos en vida, había ayudado a Monty a embarcarse a Éfeso, había acogido a Ariadna como una hija, incluso había permitido sacar de su templo la Keraunia para ayudar a traer a su hija, todo esto sin preguntar nada. Por ello, decidisteis decirle toda la verdad justo antes de partir y esa verdad fue como atravesarle con una fría daga en el pecho.
Durante las reuniones, Hyerón no paraba de preguntarle a Amy por el futuro que se
les avecinaba y ella lo único que podía hacer era llorar…
Su segundo pensamiento
fue para Phoebus, el sacerdote de Dodona. Su luz interior cautivó a Amy desde el primer momento, aceptó todo con una enorme entereza e incluso acepto a enfrentarse a Cronos, simplemente por ayudar a unos padres desesperados a reunirse y salvar a su pequeña… Phoebus… ojalá siguiera el consejo de Ariadna y se marchará lejos una larga temporada….
Cómo olvidar a Theumólpides de Eleusis, aquel hombre que se presentó ante Ariadna, como un ser atemporal
cuyas profecías advertían el daño causado por ella y Monty y como un buen padre
aceptó a reparar el daño de éstos…
Por último, pero
no menos importante, quedaba Gorgo de Esparta; aquella mujer la marcaría para siempre.
Había tenido el honor de conocer a una de las grandes mujeres de la historia. Gorgo,
que se había enfrentado a la maldición de Némesis con una entereza aplastante. Gorgo
de Esparta, que acepto ayudar sin preguntar a Monty y a Amy, incluso desafiando al mismo Leónidas cuando le reclamaba el escudo (perteneciente a su familia) para librarse de la posesión de Ares. Gorgo fue una inspiración para Amy, fue quien le dio fuerzas para continuar su lucha contra Cronos y enfrentarse de nuevo a él para salvar
a su niña. Le reconcomía el alma el saber que no podía decirle nada. La historia
recordaría a Gorgo, eso sí, nunca se olvidaría ese nombre; pero Amy había compartido
algo más y por un breve instante había encontrado una gran amiga y confidente. Allá donde estuviera, Amy siempre la recordaría.
La puerta se estaba cerrando, Monty llamo a Amy para sacarla de sus pensamientos, estaban a punto de volver a su hogar. ¡Por fin estarían juntos y a salvo, por fin serían una familia normal!
Amy volvió a echar una última mirada hacia atrás, las furias y los monstruos reptantes seguían detrás de ellos, incluso entrevió al mismo Cronos y una oleada de rabia la envolvió. Esto no quedaría así, sabía que en algún momento, en cuanto la muerte llamara a sus puertas, se volvería a enfrentar otra vez con él y tendría que rendir
cuentas por sus pecados, pero para entonces ella estaría preparada… ya lo no le
temía, ya no le tenía miedo.
Cruzaron corriendo, Amy cayó exhausta al suelo, no sabía dónde se
encontraba, lo único cierto era que no estaban en Delos.
Abrazó a Monty
con fuerza y después besó a la pequeña; su risa le quitó toda la aflicción del momento:
estaban juntos y eso era lo que importaba, daba igual dónde se encontraran siempre y cuando estuvieran juntos.
Pensó de nuevo: “Nada me detendrá:
Ni el tiempo, ni
el espacio, ni los
propios dioses.”
-Lo logramos… -la voz entrecortada de Amy apenas se escuchaba.
Habían aparecido en un claro, cerca de un bosque, al fondo se oían ruidos, el bullicio de alguna ciudad, ¿Habrían llegado a París?
Sólo había una forma de saberlo.
-Despacho del
señor Wargrave ¿dígame?.... Sí….No, aún no ha llegado
¿Quiere que le deje algún recado?.... Uhummm, sí… de acuerdo.
Sandy garabateó en un papel “Doctor Morris,
04:15 mañana” mientras colgaba el teléfono.
En la calle hacia frío, el aire se calaba a través de la cremallera de la chaqueta de cuero que llevaba puesta. El café, ya gélido, bailaba al ritmo que la cucharilla de chatarra barata le marcaba. Sus pensamientos se hallaban lejos, muy lejos, más allá del tiempo.
Hoy Athanasia, Atha, cumplía años. Su niña, por quien tanto sudor derramaron tantos, crecía de forma imparable sana y salva… ¿Sana y salva?... jamás estaría seguro de ello, pero quería creerlo, necesitaba creerlo.
No podría soportar la idea de que había abandonado todo aquello, a tan grandes gentes, grandes amigos, y que había vuelto a este ponzoñoso y ruin tiempo por nada. Había pasado más de un año, ya casi dos, y no había un solo día que no añorase lo vivido.
Se levantó, dejando el helado café y unas monedas en la mesa, cruzó la calle en dirección al teléfono público de la esquina. Necesitaba oírla.
Un Ford azul le salpicó el pantalón de agua sucia mientras cruzaba la calle, se miró distraído, “solo
es agua, agua y
algo de barro. La
sangre… el sudor que
se mezclaba con ésta
durante una batalla… cubriéndote
hasta los ojos mientras
el gladius sesga la
vida de otro galo…
pero no, solo era
barro, común y monótono
barro.”
Cogió el teléfono, marcó
el número y esperó. Uno… dos… tres tonos.
-
¿Hello?-
Contesto la dulce y esperada voz con marcado acento francés.
-
Hola
cariño, soy yo. Solo
quería charlar un poco
antes de ir al
despacho. ¿Qué tal
has dormido?
-
Hola
Monty, me habías asustado.
Es pronto ¿no?... bien
cielo, hemos dormido muy
bien las dos, aunque
la princesita ha estado
un poco protestona
esta noche, será que
te echaba de menos,
jajaja.-rió alegremente Amy.
-
No
me digas eso, sabes
que ya de por sí me
cuesta dejaros… solo me
falta que digas eso.
-
No
seas bobo, estamos bien.
Además, en unos días estaremos allí, lo que nos cueste prepararlo todo… oye,
te dejo, que nuestra pequeña ha
decidido que ya
está bien por hoy
de dormir. Te quiero.
Ya hablamos.
-
Ok,
os quiero.-contestó,
mientras escuchaba de fondo la voz de su hija al otro lado del teléfono. Cada vez que decía esas palabras, no sonaban a frase hecha de despedida. Las sentía plenamente, con toda la fuerza que da el amor y la magia que había poblado sus vidas. Sus intensas vidas.
Durante unos instantes, su mirada quedó fija en el teléfono que acababa de colgar; luego, lentamente se giró y dirigió la mirada al edificio que había enfrente. Por un momento, vio las impresionantes e inmaculadas columnas del Partenón de Atenea, los trirremes de Temístocles amarrados en puerto… pero solo fue eso, un momento, un espejismo. Ante sus ojos solamente estaba el triste y aburrido edificio donde, en la tercera planta, seguro esperaba Sandy para reprenderle por el retraso.
Se disponía a cruzar de nuevo, cuando escuchó algo que hizo que su innato mecanismo de defensa se activase poniéndolo en guardia. ¿Qué había sido eso? ¿El sonido del acero al deslizarse de su vaina? Se sintió ridículo al descubrirse tanteando con su mano derecha en busca de su gladius… eso había quedado atrás. Pero el sonido… había sido real, estaba seguro de ello.
Agudizó el oído y volvió a escucharlo. Provenía de un callejón, poco más allá del teléfono que acababa de usar, así que hacia allí encamino sus pasos.
El callejón estaba a oscuras, lleno de barro e inmundicias, avanzó sin hacer un solo sonido… como pocos en aquella ciudad podían hacer, atento al más minúsculo cambio a su alrededor.
No hubo advertencia, ni el más mínimo sonido, nada… solo el dolor.
¡Por Roma! ¡Por
César!... Pullo cargaba brutalmente contra dos guerreros galos, junto a él, Voreno trataba inútilmente de que mantuviese la formación.
Su mano… el frío gladius. Notó la calidez de la sangre en la cara, en su mano y brazo mientras abría la garganta del salvaje. Golpe rápido con la codera de acero en la cara del siguiente,
mientras el gladius busca su estómago…
¡Gordiano! ¡Gordiano!... sus hombres vitoreando tras la sangrienta refriega… ¡No
dejaré que vuelvas a
marcharte, aunque tenga
que atarte con cadenas!... Gaia enlazada a su cuello llorando de alegría… ¿O era Amelie?... no importaba, calidez, tranquilidad, paz.
¡Saturnalia! ¡Saturnalia!
¡Saturnalia!... la sangre de Casio por todas partes, la mirada atónita de Ático… Cesar y Antonio intrigando… las lágrimas de la Sibila.
Una bala. Un nombre… Marco Antonio.
La sombra, la fría sombra. El horror y la desesperación… pero al fondo una luz, una esperanza, una fuerza… y la tempestad pasa.
Tiempos felices, tiempos de paz. La cara de un ángel ilumina su mirada… Athanasia.
Minutos, días, meses… ¿importan?... amigos, mil y una experiencias, reconocimiento, cariño…Gaia, Athanasia…
De nuevo la sombra, de nuevo el miedo. De nuevo en camino… viejos amigos se unen a los nuevos, hay que cerrar el círculo… ¡Asebeia! ¡Asebeia!...
las murallas de madera… cabalga a Poseidón… nada debe cambiar, todo debe seguir igual. De nuevo peligro, de nuevo el brillo de un añorado objeto… Gorgona.
¡Parcas del
tiempo, Parcas divinas!...la voz clara como la mañana… ¡Sigue, no
pares. Tranquila, estoy aquí!...la determinación, aun cuando el miedo
te atenaza. Frío, oscuridad… el Tártaro. De repente, un llanto de bebé rasga la oscuridad… de nuevo luz, luz al final del túnel.
La luz se hizo cada vez más intensa hasta ser dolorosa para sus ojos, luego, tras una especie de estallido, desapareció. Estaba de pie,
en medio de aquel apestoso callejón. ¿Qué diablos había pasado? ¿Es que no sería capaz de olvidar, dejar todo atrás y empezar de nuevo?...
-
Te
estás volviendo loco, Wargrave. ¡Mierda, Monty, tienes
que acabar con esto. ¡Dejarlo atrás!-Se dijo a sí mismo.
-
Pero… ¿Podría? ¿Quería hacerlo, en realidad?
Dio media vuelta y salió del callejón; cansado y abatido se dirigió de nuevo al teléfono público y marcó el número.
-
Despacho
del señor Wargrave dígame…
-
Sandy,
soy yo. Hoy no
voy a poder ir
a la oficina.
-
Pero…
¿sus citas? El doctor
Morris llamo...- balbuceó incrédula la joven.
-
No
puedo, anula tod… ¿Has dicho Morris? ¿Ian
Morris?-pregunto preocupado.
-
Sí, el mismo.
Llamó esta mañana por algo referente a su hija. Dijo algo de encontrarse donde usted
sabe, mañana a las 04:15… ¿Se encuentra bien, señor?- la voz de Sandy sonó preocupada.
-
Sí, Sandy,
tranquila, estoy bien. Mañana hablamos.- se despidió él mientras colgaba lentamente el teléfono.
Se alejó andando sin rumbo fijo, dejando
marchar sus pensamientos… a Grecia, a Roma… Morris…
La noche fría se
cerraba en torno a él. Miró el reloj… las 03:26 de un año cualquiera. La luna se
reflejaba en los charcos de la mugrienta callejuela, parecía decirle “estoy aquí”. Levantó la vista y miro al cielo,
al ojo de Moloch…
Siempre estaré
aquí, vigilando. Nada escapa
de mí, nadie escapa
de mí. Ja, ja,ja,ja… una gutural y terrorífica risa, capaz de hacer enloquecer a cualquiera.
Respiró hondo e intentó tranquilizarse… ¿Lo había oído de verdad o había sido su imaginación? Introdujo su mano en el bolsillo de la cazadora de piel y el frío tacto de su vieja pistola, con la que había traspasado el Telar del Tiempo, pareció tranquilizarlo.
Juntos, como siempre… Amy y Athanasia acudieron a sus pensamientos. Su calidez lo envolvió, su rostro tenso y cansado pareció relajarse, en él se dibujó un atisbo de sonrisa mientras el eco de una cruel carcajada se extinguía poco a poco en la oscuridad de la noche.
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