Hoy, Sara nos deleita con un artículo dedicado a todas las chicas del Rev. Espero que os aclare el papel de la mujer en general, aunque todas las damas que acuden a la reunión en Delos, son importantes y con derechos que les permitirán una interacción más fluida con los hombres. recordad el vivo de Roma y no infravaloréis su papel ;)))
LA MUJER EN LA GRECIA CLÁSICA
«El esclavo no
posee voluntad; el niño la tiene, pero incompleta; la mujer también, pero no le
vale para nada»
Aristóteles
En la época clásica, el mundo
era de los hombres, y el papel de las mujeres en este mundo estaba en el hogar.
Se consideraba que la función propia y natural de la mujer era la procreación;
debía criar hijos para perpetuar el nombre y la estirpe del padre. Eran vistas
como seres emocionales. Débiles, impulsivas y volubles, eran tenidas como menos
racionales que los hombres, y por ello no se les permitía ningún derecho
político ni social, en general. Cualquier mujer que tratara de salirse de estos
cánones o que se apartara del hogar, era tachada de promiscua. El elogio más
cumplido que una mujer griega recibió de su marido fue en un célebre epitafio
que decía: «fue casta, hiló lana, tuvo
cuidado de la casa».
Hombres y mujeres hacían vidas
separadas: mientras los hombres acudían a las Asambleas y hacían vida política
en la ciudad, las mujeres hacían vida en
el gineceo de la casa, donde cuidaban de los hijos, hilaban o tejían. Sin
embargo, su papel como esposa, madre y economista del hogar fue fundamental
para el funcionamiento de la sociedad griega. Por supuesto, estas actividades
variaban según la clase social de la mujer, pero tanto esclavas como damas de
alta alcurnia tenían el mismo estigma: ser una mujer en una sociedad machista,
aunque en aquel momento no se percibiese así, sino que era el orden natural de
las cosas.
La mujer libre, desde sus
primeros pasos era preparada para el matrimonio. Las niñas jugaban con muñecas
confeccionadas con arcilla cocida y sencillos sistemas de articulación y pronto,
se les empezaba a enseñar a hilar, bordar, tejer y a realizar las tareas
domésticas. A partir de aquí, su única distracción eran las charlas con las
demás mujeres, mientras realizaban estas tareas en el gineceo o en el patio
interior de la casa. Tal vez, el momento de mayor esparcimiento era en el de ir
a la fuente a por agua con la hidria
(cántaro de tres asas específico para coger agua de la fuente) cuando sus
padres se lo permitían.
La infancia era muy corta para
las niñas, pues a los 14 ó 15 años solían ser dadas en matrimonio. A esa edad
ya debía saber hacer todas las tareas de la casa o controlar a las esclavas (si
era de buena familia). Decía Jenofonte sobre las mujeres: «A una joven esposa no se le exigía ni educación ni ciencia ni cultura,
sólo modestia, obediencia y economía». Pues bien, éste último era el más
importante, e incluía –en el caso de familias acomodadas- vigilar el trabajo de
las esclavas o de los templos regentados. En los matrimonios no tan bien aposentados,
sin embargo, este papel cobraba mayor importancia, y la mujer debía hacer
milagros para que no faltara nada en el día a día.
Es fácil imaginar que no todas
las mujeres eran virtuosas, modestas y obedientes. En las comedias, se las
criticaba por ser unas charlatanas, cotillas, y fuente de toda clase de
rumores. Algunas de las críticas tienen una base real, pues en su encierro, las
charlas con las amigas o vecinas era la mejor forma de entretenerse.
La mujer espartana en comparación, disfrutaba
de una relativa libertad y autonomía. Desde niñas recibían una educación
similar a la de los varones, con entrenamiento en música y gimnasia. Se
alimentaban bien para que pudieran dar a luz hijos sanos y fuertes. Eran
consideradas por los atenienses como aburridas, poco inteligentes y burdas, y
se burlaban de su apariencia musculosa y por no llevar adornos, cosa que tenían
prohibida (excepto en la familia real). Su formación tenía lugar en las thiasoi o asociaciones femeninas, donde
se establecía una relación entre las jóvenes y sus tutoras parecidas a las que
había entre el pedónomos y los jóvenes. No podían, sin embargo, participar en
los órganos de gobierno, ni acceder a cargos públicos o intervenir en las
reuniones de hombres, ni en el ejército, pero no estaban obligadas a hacer las
labores domésticas, para las cuales poseían o contrataban esclavas o hilotas. Las mujeres de las dos familias reales estaban
exentas de esas rígidas normas.
Tenían sin embargo, la
responsabilidad de concebir y preparar a los hijos hasta los siete años,
momento en el que la educación de los pequeños pasaba a estar en manos del
Estado. Los papeles del hombre y de la mujer eran también muy diferentes, pero
se respetaban tanto el uno como el otro. En los hombres, los ideales de valor y
entrega; en las mujeres, la inteligencia, fuerza y el mérito de parir y criar a
esos hombres.
Había un caso excepcional, el de
la hija epíclera, que es aquella que
se hallaba como única descendiente de su padre: no tenía ni hermanos, ni
descendientes de hermanos susceptibles de heredar, como nuestra Etheloísa de
Lesbos. Según la ley ateniense, no podía heredar, pero estaba «atada a la
herencia». En consecuencia, debía desposar a su más próximo pariente: a través
de ella, los bienes familiares pasaban a su marido, luego a sus hijos, los
nietos del difunto. Este principio, relativamente simple, estaba en el origen
de complicados casos, sobre lo que no hay informaciones precisas: así, si la
hija epíclera estaba ya casada en el momento del deceso de su padre, se ignora
si el pariente más próximo estaba en el derecho de disolver el matrimonio
precedente. En cambio, existen al menos dos casos de parientes próximos
divorciándose de sus esposas, y casándose en segundas nupcias con las hijas
epícleras.
El problema surgía cuando no
había tal pariente… ello dejaba casi libre a la muchacha.
El único día en el que las
mujeres eran protagonistas sociales, era en el día de su boda.
EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA
El matrimonio era considerado
un mal necesario, puesto que los hombres se casaban para tener hijos que les
cuidaran en su vejez y conservaran el legado familiar (oikós).
La mujer solía casarse a partir
de los 15 años, aunque en el caso de las espartanas, la edad era los 24 ó 25.
El marido era siempre mayor que ella (en espartanos, no menor de 30 años), y no
siempre el matrimonio era aceptado por la mujer. Sin embargo, no podía hacer
otra cosa que callar y obedecer.
Legalmente, la mujer se
consideraba como propiedad de su padre y después de su marido, hasta su muerte.
Si una hija no se casaba seguía siendo propiedad de su padre de por vida, y se
convertía en un deshonor para la familia. Las muchachas eran consideradas como menores
de edad durante toda su vida, mientras los varones se emancipaban a la edad de
18 años. La mayoría de las mujeres no tenía más posibilidades que casarse y
tener hijos. Si no tenían ningún varón, se esperaba hasta que las hijas se
casaran para entregar la herencia a los yernos.
La ceremonia tiene dos fases:
La primera es el engyésis
o contrato matrimonial, y depende del padre de la novia. Éste escoge al
pretendiente adecuado, eligiendo normalmente a un primo o un amigo para que la
herencia quede en familia, o al menos en buenas manos. No se veían bien, sin
embargo, las uniones entre ascendientes
y descendientes, pues podía acarrear el castigo de los dioses. Debía haber
consentimiento por parte de ambas familias.
La dote se fijaba negociando.
Las muchachas pobres corrían el riesgo de quedar solteras si no podían aportar
una dote apropiada. En el caso de divorcio o fallecimiento del marido, la dote
debía ser devuelta al padre de la novia. La dote podían ser bienes, dinero en
efectivo, a veces casas, pero nunca tierras, pues éstas eran para los hermanos
de la novia. En caso de que le hubiera tocado un marido irresponsable, la dote
suponía una protección, aunque hacía que fuera dependiente económicamente del
marido. Una vez acordada la dote, había una ceremonia legal para cerrar el
contrato por el que el futuro marido pasaba a ser propietario de la novia. Esta
ceremonia sólo requería la presencia del padre y del novio.
Había una segunda ceremonia pública, poco después del
anterior compromiso, en la que
intervenía la novia, quitándose el velo en señal de aceptación formal de la
unión. Esta ceremonia solía realizarse los días de luna llena, preferentemente
en invierno, en el mes de Gamelion (enero), el mes del matrimonio, consagrado a
Hera.
El carácter legítimo del
matrimonio se completaba con rituales y festejos en casa del padre de la novia,
un banquete y un desfile. Culminaba por la noche, al llevar a la novia en un
carro hasta la casa del novio seguida por una comitiva de familiares potando
antorchas con las que encendían el fuego del nuevo hogar.
Los festejos duraban tres días:
- El día de la víspera, en
el que se realizaba el rito de purificación o baño de la novia. Un séquito
iba a buscar agua a la fuente Calírroe, que era portada en un vaso con
forma especial (lutróforo – vaso
de panza ovoide, cuello largo y con dos asas a los lados). Además, la
novia hacía un sacrificio a Zeus y Hera, dioses por excelencia del
matrimonio, a Artemis, símbolo de virginidad y a Ilitía, protectora de los
partos.
- El día de la boda, la casa
del padre de la novia se decoraba con guirnaldas, hojas de laurel y olivo.
Cuando llegaban los invitados, tenía lugar un sacrificio y un banquete. La
novia aparecía ataviada con sus mejores galas, llevando una corona y un
velo sobre su rostro. La rodean sus amigas, su madre y mujeres de la
familia, y la acompaña la ninfeutria
(mujer que dirige todo el ritual). El novio está acompañado a su vez por
su padrino: el parocos.
El momento más
importante es cuando la ninfeutria
levanta el velo de la novia, presentándola así oficialmente por primera vez al
marido, aunque no se desprende del velo hasta el final del día. En el banquete
se servían platos típicos para la ocasión (algunos asociados a la fecundidad,
como el sésamo) y que solían ser preparados por la novia y las mujeres de la
familia. Los hombres comían por un lado, y las mujeres por otro. Al caer la
tarde, la novia recibía los regalos, y el novio la llevaba a su casa a pie o en
carro. El cortejo nupcial llevaba los regalos de la novia y, con antorchas en
la mano, seguía a la pareja entonando el canto de boda (himeneo) acompañados por cítaras, flautas y oboes.
Los padres del
novio esperaban en la puerta de la casa a que llegara la comitiva, el padre con
una corona de mirto en la cabeza, y la madre con una antorcha. Derramaban sobre
la novia nueces e higos secos, y luego ofrecían una ración de tarta nupcial (de
sésamo y miel) y un membrillo o dátil (símbolos de la fecundidad). Luego los
novios se retiraban al lecho conyugal. La puerta de la habitación era protegida
por un amigo del marido, mientras los demás invitados cantaban a voz en grito
para alejar a los malos espíritus.
- Al día siguiente, tenía
lugar una procesión (pompé) solemne
en la que los padres de la novia y amigos llevaban su ajuar y regalos.
Este era el momento de la entrega de la dote.
Pasado un corto período de
tiempo, el marido ofrecía a los miembros de su fratría (hermandad) un banquete
con sacrificio. No les presentaba a la mujer, pero de esta forma, les
notificaba que estaba casado, lo cual era muy importante para que sus hijos
varones fueran aceptados dentro de la fratría.
La mujer casada vivía en casa
del marido hasta su muerte o divorcio, y debía tener una conducta ejemplar de
dedicación y obediencia hacia su marido. Su función primordial, la ya dicha
antes: ser madre de los hijos de su marido. Por ello, algunas de las virtudes
de una mujer debían ser la castidad y la fidelidad. Se la mantenía por ello
prácticamente encerrada en casa, y vigilada. Debía dedicarse por completo al
cuidado de los hijos, del marido y del hogar.
Estaba permitido que una mujer
se divorciara, pero no era corriente, y estaba muy mal visto. El marido, por su
parte, podía también pedir el divorcio, pero perdía la dote asignada al firmar
el contrato matrimonial.
Así como la mujer debía
permanecer fiel a su marido, éste podía permitirse infidelidades con alguna hetaira (cortesana) o pornés.
LAS HETAIRAS
Las
heteras o hetairas eran una mezcla de “mujeres de
compañía” y prostitutas, aunque eran mucho mejor consideradas que las
prostitutas. Haciendo un paralelismo, se podrían parecer a las gheisas. Eran
mujeres independientes, y algunas de ellas llegaron a tener gran influencia.
Eran obligadas a llevar vestidos distintivos, normalmente ropajes de gasas y
transparencias, a diferencia de las demás mujeres, que vestían con lino o lana
para evitar que su cuerpo se viera. Sus peinados y maquillaje eran como los de
las mujeres de clase alta. Las pornés y ciertas sacerdotisas, como las de
Afrodita, podían llevar estampados grandes en la ropa, también como señal
distintiva.
Este colectivo de
acompañantes estaba formado principalmente de antiguas esclavas y de
extranjeras, y tenían un gran renombre por sus capacidades de danza y música, y
por sus talentos físicos. Existen evidencias de que las heteras sí recibían una
educación, y eran las únicas mujeres que podían tomar parte en los simposios masculinos.
La forma masculina de la
palabra, hetairos (en plural hetairoi), significaba
‘compañero masculino’, en el sentido de socio político o de negocios, sin
ninguna referencia a la sexualidad.